Catamarca letras

sábado, diciembre 09, 2006

Danza

Alicia, una joven esbelta de cabello lacio y azabache, veía las cosas mundanas con codiciosos, grandes y bellos ojos color café. Sabía que podía obtener más si traspasaba los límites impuestos. Algo en su interior le aseguraba que debía apelar a una mayor fuente de energía. Una verdadera fuente de poder.
Antonia, su hermana, le advirtió acerca del poder que ella buscaba. Decía que andando sobre el filo de la navaja podría llegar a lastimarse. Que el peligro la acecharía permanentemente.
Visitó la gran casa de los suburbios, llamó y pidió. La mirada profunda de la anciana aseveraba la frase que le tradujera, mientras pausadamente cerraba el gigantesco y antiquísimo compendio de recetas, conjuros, instrucciones y maleficios… todos destinados a torcer el rumbo natural de las vidas humanas. El libro… cuya única custodia era el idioma.
¡Excelente!, la ventana estaba abierta. Ya eran las doce, comenzaba el 7 de Julio, los astros condensaban su sabiduría ancestral en aquella noche y el anuncio lo daban las campanas de la catedral. Lucas se hallaba solo en la gran cama matrimonial, tendido boca arriba dormía un sueño inducido, un sueño de lujuria, un sueño de pasión, un sueño enérgico, un sueño de hombre. Fuerza masculina a la máxima potencia. Sólo tenía que apoderarse de ella. Penetrar en ese sueño erótico, tomar la personalidad de quien le excitaba e inducirlo a la entrega total, llevarlo a volcar su fuerza psíquica en el momento supremo y absorberla… cual vampiro.
Repitió tres veces el conjuro y su cuerpo tembló, sintió el poder de aquél hombre integrarse a su ser, llegar hasta su más íntima fibra. Comenzó la Gran danza, aquélla que jamás supuso podría bailar, la Gran danza. Abandonó todo pensamiento, bailó y bailó incesantemente una y otra vez al compás de la música de aquél hombre. Bailó y bailó en una danza eterna, en una danza sublime, llena de éxtasis, danzó con verdadero frenesí y en el momento supremo el grito de Antonia, retumbó violentamente dentro de su cabeza... aunque ya era tarde.
Alicia supo, poco después, que su alma ya no le pertenecía, que fue a buscar a ese lecho, lo que perdió. Quedó prisionera de Lucas. Jamás pudo abandonarlo, jamás disfrutó de las cosas mundanas. Él tuvo hijos… ella sombras.


© Armando V. Favore



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V?nculo

Alfredo

¡Sólo tenía que decirlo una vez! Nada de pararse frente al público, debía “cantar”, así, en voz baja. Sólo un nombre. Sólo eso, en voz baja, tres nombres. Yo le dije que tenía que hacerlo y no me escuchó. No cantó ni habló, no dijo nada, sólo ¡Ay! Cada vez, luego dejó de decir ¡Ay!

- Se puso a hablar en chino básico. ¡Qué se yo! Decía de los protones y los electrones. Lo dijo tantas veces que me lo aprendí de memoria.
- ¿Dónde fue que pasó esto?
- Acá nomás, en San Martín
- Siga, siga contando que yo anoto
- Y bueno… lo tenía en una piecita, medio muerto de hambre para ver si aflojaba un poco, pero el tarado lo único que hablaba era de las macromoléculas y no sé que más de los polímeros. Le dije que se deje de hacer el tonto, que sino me iba a calentar le metería ya sabe por dónde las macromoléculas esas. ¿Ud. se cree que me dio bolilla? ¡Ni ahí! Yo le preguntaba de una cosa y él me contestaba de otra.
- Química
- Química, sí, ni más ni menos. Me hablaba de química… ¡A mí! “Siempre sirve para algo el estudio”, me maquinaba la vieja y yo me reía de la pobre boluda. El asunto es que el pibe era responsabilidad mía y yo algo le tenía que sacar, así que le mostré un alicate, lo senté y le dije que sino cantaba… ¡Chau dedito! ¿Y que hizo el pelotudo? Siguió con los protones y los neutrones. Se puso a decir tantas boludeces que tuve que ordenarle que se callara. ¿Sabe qué me dijo?, me dijo que él era muy locuaz y como no entendí un pomo le grité adentro de la oreja “¡Dejate de embromar y decí un nombre!”. Lo vi mal, pálido, flaco, cansado, chupado abajo del bigote negro, pensé que había aflojado cuando me dijo: “Avogadro”
- Pero Avogadro fue…
- ¡Se me cagó de risa en la cara, el muy hijo de puta!, y eso que le había cortado un dedo. Lo miré, después que me dijeron boludo, le mostré de vuelta el alicate y le escribí en un papelito que le quedaban 19 dedos más, así que mejor que me diera bolilla, sino la iba a pasar mal.
- ¿Fue esa la única vez que él lo miró a los ojos?
- No hizo falta ninguna más. Se me quedó grabada. Me miró y no me habló de química, me habló de Freud y del Borda. Al final me lo sacaron al pibe porque aunque ya no podía caminar, nunca soltó un nombre, ni siquiera el del pibe que lo fajó a los doce. Nada che, sólo moléculas y el H20… ¡y la puta que lo parió!.
- De él nunca se supo nada, en cambio Ud…
- Sí, yo en el Borda.
- ¿Y cómo se llamaba el químico ése?

¿Si fuera un sueño?

Teñido… granate desgajado en miles de cándidas nubes. Allí estaba luego de la tensa espera frente a la ventana, maravillado una vez más de que las tinieblas desaparezcan. Fue cuando su amigo entró.
- ¿La Tierra? ¿Lo que me dijisteis ayer se refería a la Tierra?
- Sí, claro que sí. No lo entendeis porque es difícil, pero… ¿Qué alternativa queda? Seguid atentamente los pasos de mi deducción y llegarás… ¿No hos dais cuenta?, está frente a ti. Es una verdad irrefutable.
- Ayer pensé que estabais loco o algo así, fui hasta la posada de la costa y le di vueltas al asunto. Jamás pensé que fuera esto – dijo señalando el suelo – lo que se movía.
- No era necesario aclararlo, estaba implícito en mi explicación
- ¡Si, si era necesario! Que estúpido fui. ¿Cómo pude ser tan tonto? ¿Cómo imaginar que era sólo una locura tuya?
- ¡Bueno hombre! No hos castigueis tanto, después de todo lo que no habeis comprendido ayer lo aclarais hoy y listo.
- ¡Tarde!
- ¿Tarde para qué? Lo que importa ahora es que nadie se entere, sino el asunto se puede tornar oscuro, sobre todo para mí.
- ¿Cómo pude ponerme a analizar este asunto delante un jarro de vino, que luego una mano, a la que catalogué de generosa, multiplicó? Sabeis que mi amistad contigo es incondicional, pero anoche... Alejandro se enteró.

El ruido de los caballos acalló la conversación, luego la puerta recibió rudos golpes y la voz enérgica de un soldado que los sobresaltó.
¡Abrid la puerta! ¡Abrid o la tiraremos abajo! ¡Os digo que abráis, Galileo Galilei!

lunes, diciembre 04, 2006

Foto


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sábado, septiembre 02, 2006

Nueve días

Todo el mundo hablaba de lo mismo, la huelga prometida para el metro ya era un hecho. Cristian Dupont miró lánguidamente la estilizada figura, erguida, dominante, inmensa, que con el acero de su alma perforaba la abultada nube negra que amenazaba el suelo parisino. Las finas gotas de lluvia que golpeaban su rostro semejaban afilados estiletes portadores de fríos mensajes. Cristales de hielo formaban mágicas figuras en la acera, indicando a los espíritus atentos la inminencia del invierno. Cerró totalmente la cremallera de su campera, con cansadas manos acarició los escasos cabellos blancos, testigos de cientos de noches de vigilia, al tiempo que el viejo Jean Claude se acercó y tendiendo la diestra le invitó a ingresar en el Flore.
El lugar era acogedor, el salón, relativamente reducido para la cantidad de público que circulaba de ordinario por la Rue de Les Fontans, daba un toque cálido a los ocasionales visitantes. La sonrisa blanca y franca del camarero les trajo a ambos la nostalgia de los tiempos ya idos, se parecía tanto a Boris Vian, con sus cabellos negros y el gran bigote al estilo italiano, característico del dueño del reducto homónimo, lugar de bohemios, artistas y nostalgiosos. La voz del hombre resonó en la caja de los recuerdos, parecían regresar en el tiempo a la época en que el Jazz hacía vibrar las interminables noches de humo, amores y juego. Sin dudas Boris volvió a su metiere y con inconfundible buen humor ofrecía nuevamente el agasajo a los que él llamaba invitados.
Todo parecía igual a lo ya vivido. Las mesas y sillas distribuidas como antaño, la gran vidriera que permitía observar La Torre, los cuadros que donara Lacroix perfectamente cuidados, hasta el aroma del café era el mismo. Jean Claude comentó esto con Cristian y estuvieron en un todo de acuerdo, salvo por el hecho de que la vieja radio a válvulas había sido reemplazada, sin éxito a juicio de ellos, por un moderno y enorme televisor de pantalla plana. Allí leyeron el titular referido al paro: “El metro inicia hoy una serie de nueve días seguidos de huelga”. Cristian observó que el caos que se avecinaba era producto de la magra propuesta de la empresa con respecto a las pensiones y que los empleados sostenían que debían incrementar la lucha.
“¡Ah...! Los viejos tiempos” dijeron ambos al unísono. Los recuerdos de éstos, veteranos miembros de la SOS Saint-Germain, perforaban una y otra vez la verdad actual, como una aguja que en el ir y venir cose uniendo ambos planos de realidad, con el hilo mágico de la edad. Doradas décadas las de los cuarenta y cincuenta. Allí, en el Flore y más allá en el Deux Magots solían ver cómo dejaban pasar el día Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre peroratas, escrituras o bien percibiendo angustiosamente, con premonición certera lo que hoy es, un universo sin sentido.
“¡Ah...! Los viejos tiempos”, repitieron con un gesto amargo, como si la actualidad perforara sus viejos corazones con el florete de la sinrazón. En su diálogo reconocieron dolorosamente el camino sin retorno, la vida hoy no tendrá jamás el sabor de aquellos años.

Sebastián

La casa se hallaba sumida en las penumbras, ya había cantado el gallo, sobre el cerro Ancasti se vislumbraba un pequeño grupo de nubes que recibían la aún débil y rosada luz de la aurora.
Los animales de la pequeña granja comenzaban a despertar. El sopor del sueño esfumándose se vio interrumpido bruscamente por el relincho de Amanda.
Doña Clara acomodó los cabellos alborotados por un sueño agitado. Recordó que luego tendrían que ir a buscar leña en el monte. Y ese chango que costaba hacerlo trabajar. A pesar de sus 23 años se comportaba como un niño, no entendía bien las cosas y aparte era un poco vaguito. "Le gusta jugar con todo, que le vamos a hacer al pobrecito, menos mal que me tiene a mi para cuidarlo" solía repetir ante las comadres del barrio, las que luego, en ausencia de Doña Clara comentaban que la pobre era ella, ya que Dios le había dado un hijo zonzo.
Delicia comenzó a cacarear con fuerza, estaba clueca y handaba anunciándolo con toda energía. Se levantaba y andaba de un lugar a otro cacareando. Entró en habitación de su hijo Sebastián junto con Doña Clara y mientras ésta lo reprendía para lograr que se levante Delicia continuaba con su concierto a viva voz.
Mientras tanto las imágenes se sucedían dentro de la mente de Sebastián y en una extraña asociación de ideas entendió los cacareos como retos hasta que finalmente despertó. Una vez en pie, sin lavarse la cara acudió a la cocina y mientras besaba a su madre recibía un tazón humeante de mate cocido y un bollito. Luego de sentarse a la mesa escuchó el repertorio que Delicia había interrumpido brevemente y que ahora continuaba en el gallinero, mascullando ciertos improperios contra el ruidoso animal que no le dejara dormir. La madre, con una bolsa de tela conteniendo maiz, le indicó que alimentara la gallina mientras ella se dirigía al almacén.
Sebastián tomó la bolsa y una vez finalizado el desayuno se dirigió al gallinero mientras Delicia cacareaba sin cesar. "Retame nomás, decime que no quiero trabajar, retame y vas a ver", decía y repetía a la gallina, la que al detectar que Sebastián se acercaba a ella con un palo en la mano, emprendió más enérgicamente el acorde de su esforzado método de comunicación. Esto avivó la queja del chango, "retame nomás, retame nomás". Al acercarse lo suficiente comenzó a revolear el palo a un lado y a otro, confundiéndose sus gritos con el alarmante quejido del animal, el que a su vez saltaba de un lugar a otro dentro del reducido ambiente, hasta que desafortunadamente el palo enérgicamente se topó con la reducida cabeza del ave, la que cayó muerta en forma instantánea.
Un gran susto se apropió del muchacho, pensando en lo enojada que se pondría su madre. En un atisbo de intengilencia, que se presentó forzada por las circunstancias, decidió reemplazar al infortunado ser aplicándose sus plumas en todo el cuerpo. Para poder adherirlas se huntó con arrope que extrajo de una tinaja y que Doña Clara había preparado para vender. Seguidamente peló la gallina, se prendió las plumas y comenzó a cacarear creyendo lograr una buena imitación.
Al regeresar su madre escuchó un cacareo bastante diferente al de la finada Delicia, así que sigilosamente se fue acercando al gallinero para observar qué ocurría y al descubrir el burdo engaño, montó en cólera y comenzó a castigar al chango con el mismo palo con éste matara al desafortunado animal. La improvisada arma se cubrió con arrope y plumas, mientras algunas de ellas volaban por el aire.
Sebastián siguió con el cacareo hasta que estalló en llanto. La amorosa madre lo tomó de una mano conduciéndolo al dormitorio. Le ayudó a cambiar sus ropas y con comprensión materna besó a ese hijo que Dios le había dado._ Vamos Sebastián, ayudame a juntar leña que hoy comeremos puchero de gallina.

Descripciòn

La miré largamente. Llevaba un pequeño sombrero de gaucho sobre su bien redondeada cabeza, permitiendo ver la larga cabellera recogida en dos grandes trenzas que finalizaban en sendos moños de un rojo vivísimo. Un rostro sin arrugas, ligeramente alargado y maquillado con suavidad en un toque de coquetería, mostraba los ojos rasgados y la tez apenas oscura, revelando ancestros indígenas propios del norte Argentino, aunque su nariz pequeña y redonda hablaba del cruce de razas de nuestra tierra.
Se notaban sus más de cuarenta ubicados en un cuerpo robusto, con disimulada cintura y apoyado en piernas agradables y proporcionadas, enfundadas en medias finas color piel, mientras, sobre las rodillas aparecía una pollera negra de corte recto, haciendo juego en su color con los zapatos acordonados y con suela de goma. La camisa gris claro, suelta sobre el torso y apenas abierta, no podía disimular la presencia de pechos generosos. Pendiente del cuello corto, un pequeño collar de cuentas multicolores adornaba el escote con singular delicadeza.. La profundidad de sus ojos negros, que sonreían naturalmente, se hallaba oculta tras un par de anteojos metálicos de lentes incoloros, los que su vez le otorgaban un aire intelectual.
Elevando sus manos y fingiendo contrariedad se colocó un invisible en el renegrido cabello, al tiempo que ladeaba la cabeza en un gesto típico del gènero femenino. Mirándome sonrió y me permitió ver sus dientes perfectos, blancos como la pureza de alma que transmitìa. Al acercarme con la mirada fija en sus ojos, sentí la suave caricia de la voz femenina al ofrecerme las flores que vendía, indicándome con manos agredidas por el trabajo cotidiano, las distintas variedades. Un aroma penetrante emanaba de un ramo de aterciopeladas rosas color borravino, que ella sostenía. Tomé su ríspida mano para apreciar desde una menor distancia aquella belleza natural y sentí un calor que me recorrió el cuerpo, transportándome a un mundo de fantasía. Ella lo percibió y volvió a sonreír, tras lo cual y a modo de despedida de áquel encuentro casual, sus finos labios acriciaron mi mejilla en un suave beso que logró sonrojarme.

Sueño

28/3/05
Ese sonido suena
Sonroja mi suave rostro
Sencilla senda
Semeja siembra de semilla súbita

Susurrando sosiego el sortilegio
Sorprende su sumisión
Señal sublime
Sospecho es soñador

Sordamente siente
Solapado sermón
Solemne soporta el soplo
Simple signo de sensible suavidad

Sume la sensualidad
Que sepa a secreto selecto
Sacralice el signo silente.
Suavice su soborno y suya seré

Sobre esta mesa

Pongo sobre esta mesa
Dolor de ausencias
Recibos de sueldo
Llantos de amargura
Miradas resignadas

Pongo sobre esta mesa
Una botella de vino
Tristeza de los lupanares
Mi libreta de matrimonio
Un desconsuelo

Pongo sobre esta mesa
Rimel corrido
Fotos añejas
Paisajes de amor
Esperanzas rotas

Pongo sobre esta mesa
Mi espalda dolorida
Tus cabellos
Un pedazo de torta comprada
Un vaso con tu rouge

Pongo sobre esta mesa
Mis lágrimas



® Armando V. Favore

¿Si fuera un sueño?

272 palabras 22/8/06
Teñido… granate desgajado en miles de cándidas nubes. Allí estaba luego de la tensa espera frente a la ventana, maravillado una vez más de que las tinieblas desaparezcan. Fue cuando su amigo entró.
- ¿La Tierra? ¿Lo que me dijisteis ayer se refería a la Tierra?
- Sí, claro que sí. No lo entendeis porque es difícil, pero… ¿Qué alternativa queda? Seguid atentamente los pasos de mi deducción y llegarás… ¿No hos dais cuenta?, está frente a ti. Es una verdad irrefutable.
- Ayer pensé que estabais loco o algo así, fui hasta la posada de la costa y le di vueltas al asunto. Jamás pensé que fuera esto – dijo señalando el suelo – lo que se movía.
- No era necesario aclararlo, estaba implícito en mi explicación
- ¡Si, si era necesario! Que estúpido fui. ¿Cómo pude ser tan tonto? ¿Cómo imaginar que era sólo una locura tuya?
- ¡Bueno hombre! No hos castigueis tanto, después de todo lo que no habeis comprendido ayer lo aclarais hoy y listo.
- ¡Tarde!
- ¿Tarde para qué? Lo que importa ahora es que nadie se entere, sino el asunto se puede tornar oscuro, sobre todo para mí.
- ¿Cómo pude ponerme a analizar este asunto delante un jarro de vino, que luego una mano, a la que catalogué de generosa, multiplicó? Sabeis que mi amistad contigo es incondicional, pero anoche... Alejandro se enteró.

El ruido de los caballos acalló la conversación, luego la puerta recibió rudos golpes y la voz enérgica de un soldado que los sobresaltó.
¡Abrid la puerta! ¡Abrid o la tiraremos abajo! ¡Os digo que abráis, Galileo Galilei!

Verdades ocultas

2/11/05 – 471 palabras
Todo estaba preparado, previsto para las 11. Rosalía colocó la mochila cargada, pesada, sobre su frágil espalda. Con mirada atenta escuchaba los consejos a tener presente. Se jugaría el todo por el todo. En el televisor aparecían reiteradamente las imágenes de horror captadas en diversas partes del mundo, mientras el locutor acusaba una y otra vez al único responsable de tanto dolor, que se traducía en un único elemento material: Dinero.
Taladraba su novel psiquis saber que grandes cadenas de tráfico de armas dan vida a una serie de actividades comerciales paralelas, que si bien generan trabajo para mucha gente, también muerte y dolor para otros, incontables. El espíritu de la pequeña se hallaba atribulado, sus delicados dieciséis no soportaban tanta crueldad. Ella podía hacer algo.
El hombre que amaba se lo pidió… la humanidad entera se beneficiaría… ¡Lo haría por amor! Su objetivo mayor era el de inmolarse por amor… Rafael jamás olvidaría el acto, Rafael jamás la olvidaría.
Detrás de aquellos ojos grandes, que denotaban asombro, los pensamientos de Rosalía iban y venían, recorriendo un único camino: el que trazaran hábilmente quienes necesitaban de una joven idealista, dispuesta a todo… y virgen.
Aún saboreaba el beso tierno, único, recibido cuando él le ayudó a colocarse la pechera llena de bolsillos llenos. Sentía aún la fuerza del abrazo que le prodigara el hombre cuando ajustó la prenda a su espalda.
De pronto, otro hombre arribó sorpresivamente a sus pensamientos, la poderosa y amorosa estampa masculina que la rodeara desde su nacimiento. La imagen de quien parecía darle ahora un último y sabio consejo.

Antonia estaba en la capilla, revisaba hoja por hoja, renglón por renglón, el cuaderno azul. Las notas de la investigación hecha por Julián allanaban todas sus dudas, este asunto era ni más ni menos que un asqueroso negocio. La muerte del genocida no detendría ese accionar, simplemente lo sacaría del medio para que la riqueza generada pase a otras manos.
Con el rostro desencajado tomó el teléfono celular y llamó a Rafael, le comentó lo que sabía y le pidió a gritos que detenga a Rosalía. Del otro lado le llegó un lacónico: Imposible, la suerte ya está echada.
Las maldiciones de Antonia formaban sacrílegos ecos en la capilla, el grito de impotencia frente a la verdad manifiesta resonaba una y otra vez, “Tenías tiempo Rafael… pudiste avisarle. ¡Traición!, nos traicionaste maldito”
La esfera del reloj la miró con saña, acusadoramente le indicó las 11; el nudo de su garganta estalló… un llanto desconsolado hirió el aire sagrado.
Parada en la puerta del templo, la figura esmirriada de Rosalía recibía los fuertes rayos del sol iluminando su pesada carga de dolor, desamor y muerte. De sus enormes ojos negros manaba un manantial salobre, en su cabeza retumbaban las palabras de Antonia. Las campanas repicaron insistentemente.

Mi verdadera lujuria

461 palabras- 2/9/05

Alto, robusto, con una incipiente calvicie y el inevitable batón blanco, miraba con la vista perdida en la lejanía celeste, apenas rosada, del amanecer otoñal que ingresaba tímidamente por el gran ventanal. Acariciando su barbilla recién afeitada, expresaba, monologando con grave y fuerte voz, mientras gesticulaba.
“Creen que uno necesita eso. Como si no fuéramos más que un poco de minerales de escaso valor.
Sabes muy bien mi querido Rubén, quizá mejor que yo, que todo pasa por ahí, por lo que tenemos detrás de los ojos, debajo del pelo. Nada es algo sin eso, lo demás… pura mentira.
El trabajo es buen consejero, la arcilla te convierte en un dios, puedes crear. Tu mente se libera del atavío mundano, logra internarse en las selvas tropicales del conocimiento, en el análisis auto concebido.
Mientras ellos me ven atado, prisionero de esta realidad, soy libre, capaz de dibujar en el alma de estas simples piezas de barro mi viaje.
Por eso río cada vez, la aventura del pensamiento libre me lleva a confines inusitados, a deliberaciones con mí mismo acerca de una u otra forma de ver el mismo universo. Reflexiones que me hacen reír de la estupidez de ciertos personajes de este mundo al que llaman realidad.
Río Rubén, por que se quedan con lo material, con lo matemático y pretenden sanearme con… Ja, ja, ja.
Río Rubén. ¿Sabes? Al verme junto a la puerta, una de sus “burritas” cuchicheó al oído de su compañera. Y despegándose de las ánforas se aproximó con un provocativo contoneo de caderas. Lucía en las sienes una estrecha cinta de seda blanca, que realzaba el negro de sus cabellos.
¡No saben Rubén cuál es mi verdadera lujuria!…Ja, ja, ja”.
¡Escucha Rubén!, escucha esta frase, prima en mí, la que he memorizado para los incrédulos: “”Desde el punto de vista cosmológico, había una manera distinta de concebir el desplazamiento hacia el rojo. A medida que el universo se expande, las ondas de luz se estiran dentro del universo al mismo tiempo que él””.
Vocablos virtuosos, Rubén, que lograron despertar mi espíritu a una nueva aurora, la del pensamiento mágico. Mi mente comenzó a percibir que otra realidad era posible, marchando a pasos agigantados por laberintos filosóficos, que por momentos me apartan de la realidad cotidiana, proponiéndome la invasión a territorios inexplorados por mi ser interior, terrenos quizá cenagosos que me atemorizan pero que a la vez me atraen con un despliegue de adrenalina propio de los deportes de alto riesgo… y el maravilloso vértigo del recorrido por senderos que preconizan el arribo a certezas nunca antes develadas por mi. Temor y sabor a verdad; temer y saber, fascinante idilio.
¡Idiotas!. No saben Rubén, no saben… cuál es mi verdadera lujuria. Ja, ja, ja”

Siempre será

269 palabras 15/8/05
Decidió viajar él también. Su empresa de ómnibus llevaba varios choques desde que aquél inversionista apareciera. Rafael sabía que más viajes implicaban más accidentes, pero esto escapaba a lo previsto. Las compañías de seguros ya habían subido el valor de las pólizas… y los muertos, realmente eran muchos.
Nunca fue responsabilidad de sus chóferes, siempre otro provocaba el encontronazo, pero su empresa no dejaba de ser protagonista.
Desde que el inversionista apareciera comenzó a ganar dinero, sus empleados estaban muy conformes con los aumentos de salarios y otros beneficios, pero su cabeza daba vueltas desde el día en que estrechó aquella mano, la que él creyó sería la salvadora, la diestra del aquél personaje siniestro.
Todo ocurrió como solía hacerlo. La ruta sin banquina. De pronto, en la oscuridad total de la noche, un camión sin luces circulando en sentido contrario y a gran velocidad, cambia de carril inesperadamente. El impacto, inevitable.
Todo era caos, gritos, llantos, los sobrevivientes del micro fueron saliendo uno a uno. Rafael pudo ver claramente que aquél personaje, pulcramente vestido arrastraba, mientras sonreía, a los fallecidos. Lo identificó claramente, era el inversionista en persona.
Cuando ambas miradas se cruzaron, el empresario lo interrogó con un gesto y el siniestro personaje respondió:
¾ La tecnología moderna puso al choque de micros a mi servicio, nadie sospecha, varios mueren y sus almas… bueno, Ud. sabe… Pocos son los que se purifican antes de partir. Así es que, como siempre será, yo recolecto.
La pausa pareció extenderse indefinidamente… el inversionista extendió su diestra y con una amplia sonrisa susurró: Rafael… es su turno.

La mancha de sangre

691 palabras - 29 de Abril de 2005
Agitado, Manuel regresa a la casa, torpemente abre la puerta, cierra con violencia y corre al baño. Al quitarse la campera ve, allí, sobre su camisa blanca, como una señal luminosa e intermitente, un gran clavel rojo.
Respira hondo frente al espejo, cerrando los ojos y con movimientos pausados va quitándose la prenda, siente cómo recupera el palpitar normal de su corazón. Se relaja, toma una tijera y lentamente recorta el trozo de género manchado. Abriendo y cerrando el instrumento recuerda cómo segó la vida de aquella mujer. Luego lava la hoja del acero.
Sin entender por qué no siente arrepentimiento alguno, simplemente lo hizo, sin evaluar lo bueno o lo malo de su acción. Eran esos momentos en que su ser se transportaba a otro mundo, su cuerpo actuaba bajo el influjo de vaya a saber qué. ¿Alguna extraña fuerza de un universo paralelo? Nada de lo que le ocurría tenía explicación, pero sí consecuencias. Las veía, reflejadas en las primeras planas.
Una vez más enciende el hogar. No tiene apuro. El rostro de aquella infortunada regresa a su mente, su gesto de sorpresa y dolor vuelve, esfumándose pausadamente, junto a la tela recortada que se quema entre los leños encendidos.
Hoy es martes, ella no vendrá. Toma una ducha fría y como embotado por sus propios pensamientos cae, pesadamente, sobre la cama.
Gira nuevamente mientras trata de dormir, apenas abre los ojos y frente a él, sobre la mesa de noche, alcanza a distinguir la enorme daga con mango de plata que le regalara Alicia. Sonríe. Hablará con ella.

La novia tomó entre sus brazos la cabeza del amado, y acariciándolo con mucha ternura, le repetía: “Sabes que te amo con toda mi alma, aunque me vaya la vida en esto no te voy a dejar. Menos ahora que me necesitas. Ya va a pasar tu aflicción, estás deprimido, sientes angustia y crees que todo es negro, oscuro... pero sólo es el túnel que atraviesas, al final hay una luz, soporta mi amor, soporta... la luz está más cerca de lo que imaginas. Desvía tus pensamientos hacia toda la gente que te quiere, como yo, que me muero por vos, que te amo con toda mi alma. Soporta, se fuerte, soporta”.

Otra vez la soledad, otro martes narcotizado por esas fuerzas, otra vez la daga, la pérdida de conciencia. El ritual se repite, está por salir de la casa cuando, por una ventana que se abre dentro de su niebla de inconciencia, decide tomar el teléfono y con voz ininteligible pronuncia un “te espero”. Luego, aprovechando su limitada lucidez, arroja las llaves al jardín. Finalmente cae presa de una serie de convulsiones y pierde totalmente la conciencia.
Alicia me ayudará, ella me ama profundamente, empujará el puñal. Lo colocaré en el lugar preciso, presionaré lentamente hasta sentir el punzante dolor, allí, justo debajo de mi tetilla izquierda y ella, en un tremendo acto de amor renunciará a sus principios, a nuestra relación, a mí y… liberará a las próximas víctimas.
- Por fin llegaste, mi amor. Mira, lo que tienes que hacer es muy sencillo, ¿ves?. Sólo debo sentir un pequeño dolor para asegurarme que la daga está en el lugar correcto. Así, aquí, presiono un poco más y me tiene que doler, un poco más, todavía no duele, otro poco más, falta más, debo sentir dolor, más, más… más.

Un cauce escarlata se abrió paso llevándose la existencia de Manuel. La mujer, arrodillada frente a él, sobre el parquet, reconoció la afilada daga que certeramente perforó el corazón del angustiado hombre.
A su lado la primera plana del Ancasti, con letras catástrofe respondió a su mudo interrogante: “Otra víctima del asesino serial”, luego, la foto de una mujer tapada con diarios y un policía a su lado.
Alicia susurró al oído de Rafael: “Vete, mi amor, vete ya…”

- Así es oficial, cuando llegué ya era tarde, me confesó su desdicha cuando aún le quedaba un hilo de vida. Se arrepintió de haber matado a esas mujeres… le creí y recé por él. Eso es todo, simplemente llegué tarde.

El crimen perfecto

3/abril/2005 -1616 palabras
- Comisario Ramírez, Don Luis no está, desapareció.
- ¿Cómo que no está?. Viejo sinvergüenza, no se va a mandar a mudar así nomás. Búsquenlo y mejor que lo encuentren. ¡Habráse visto¡ Desaparecer, ¡yo le voy a dar¡. Con la guita que gana con mi permiso, no se la va a llevar de arriba. Voy a descubrir dónde está y a cobrarme la comisión.
Luego de varias horas la respuesta de sus hombres era la misma: Don Luis se había ido. Así es que Ramírez decidió que si uno quiere que algo se haga bien no debe delegarlo.
Fue al domicilio del hombre y allí pudo ver algunas de sus pertenencias, sí, parecía que había emprendido un largo viaje, sin embargo algo le llamó la atención: sobre la mesa de luz había una pequeña billetera de plástico, vacía y sin importancia para el común de la gente, pero Don Luis le había confesado que un niño desamparado se la obsequió para su cumpleaños y que por nada del mundo la dejaría; la introdujo en su campera. Tomó la radio y dio la siguiente orden: “Álvarez, hágase presente en la casa de Don Luis y se queda de consigna, cualquiera que quiera entrar o salir me lo detiene”. Acto seguido fue hacia la veterinaria.
- Buenos días Doña Etelvina. ¿Cómo andan las cosas? ¿El negocio?
- Más o menos Sr. comisario, UD. sabe que yo trabajo cuando se enferman los animales y a veces gozan de buena salud.
- Dígame, querida señora… ¿Así que no vio a Don Luis?
- Válgame Dios Sr. comisario de verle sólo la cara a esa alma perdida del Sr. Sabe muy bien que nadie lo quería en este pueblo. Ese hombre a jodido, disculpe la mala palabra, a mucha gente; Dios me perdone, pero ojalá que se haya ido para siempre, lástima porque donde vaya va a sembrar el mal. UD. sabe que él jugaba con los sentimientos de las personas y eso es como jugar con fuego… un día seguro que se quema.
- ¿Qué quiere decir? Si a él lo visitaba quien quería, cada cual sabe dónde le aprieta el zapato.
- Disculpe, Sr. comisario, con todo respeto, pero iba a verle el desesperado, como Jacinto, que se le murió la señora y quedó con tres nenas para cuidar, solito mi alma, y ese sinvergüenza que ahora UD. Quiere encontrar lo dejó sin un peso al pobre viudo, todo por decirle que podía hablar con la María, pobrecita, tan linda mujer que era. Mentiras, todas mentiras, pero ya se acabó. Nunca más ese sacrílego ateo molestará ni se aprovechará del dolor ajeno.
- ¿Cómo que se acabó? ¿Acaso sabe por qué no aparece Don Luis?
- ¡Ah no! Yo no sé eso pero la gente no es más tonta
- Otra pregunta: ¿Tiene estricnina?
- Eh… creo que algo me queda, ¿quiere que le venda?
- No, gracias, en otro momento quizá.
El comisario saludó y se fue rascándose la cabeza. Caminó hasta la abandonada estación de tren y se sentó a reflexionar cuando vio al Loco Chito hablando con los chicos del barrio, ellos se divertían a su costa y el Loco sentía que alguien se interesaba por él, aunque sea para burlarse. En eso se acercó el maestro y saludando con un gesto pidió permiso para compartir el banco.
- ¿Así que Don Luis no aparece, comisario?
- Efectivamente Ramón, nadie lo puede encontrar por ningún lado, parece como si se lo hubiera tragado la tierra.
- Y… en una de esas… ¿quién le dice?
- ¿UD no tiene idea de adónde pudo ir? La empresa de micros dice que no lo han visto tampoco, que hace como un mes que no toma el ómnibus.
Ehhh… otra cosa, estaba viendo al Loco Chito y me preguntaba si él no se da cuenta que los pibes lo toman para la chacota y se divierten haciéndole hablar macanas.
- No se entiende, ¿verdad?. A mí me cuesta darme cuenta, yo le llamo crueldades de la psicología humana. Es como que le piden a los otros que los hagan sufrir, pero se entiende que si no, no tendrían siquiera eso, de alguna manera se sienten algo.
- Extraña forma de sentirse vivo Ramón, extraña forma.
- Sé que Chito anduvo por lo de Don Luis, a veces le hacía algunas cosas y él le daba algo para que coma, desde que cerraron el Convento de Santa Eulalia que no se alimenta, bueno, UD ya sabe y ese Don Luis se venía a aprovechar del pobre Chito, un alma tan pura, incapaz de hacerle mal a nadie, ni de defenderse.
- Pero en el taller de Lisandro tiene un lugarcito, se que hace limpieza y lo dejan dormir ahí.
- Si, es verdad y allí guarda de todo, hasta los palitos de chupetín, pero no es basurero, en lo de Lisandro tiene todo perfectamente acomodado y limpio; cada cosa que ve en el piso la junta, la limpia y la guarda en unos cajoncitos. Sin ir más lejos Don Luis le regaló una cédula de identidad vieja, que ni foto tenía y Chito la guardó. Pero me da pena este muchacho, cada vez anda peor de la cabeza y ya no se da cuenta, a veces duerme aquí, muchas no tiene qué comer, yo le arrimo un sándwich o algo y va pasando.
- Me gustaría saber qué le anda diciendo a los chicos que parecen tan divertidos. En fin, será mejor que me concentre en averiguar dónde está Don Luis, ha dejado varios asuntos pendientes y tengo que encontrarlo, después si se quiere ir que se vaya. A propósito, se la ve mejor a su tía Etelvina, atender la veterinaria la distrae un poco.
- Es cierto comisario, ahora está mejor, desde que se dio cuenta que no podía querer que el tío siga entre nosotros. Cuando la muerte llama hay que acudir, es como una dama que nos roba de los seres queridos. Cuesta resignarse, y más la tía que llevaba 45 años al lado de ese hombre… y fueron felices. Pero ya todo terminó, ahora está en franca recuperación, yo me encargué de eso.
- Lo felicito, ojalá todos tengamos un sobrino que nos ayude con los dolores de la vida.
- No puedo hacer nada con lo interior de ella, pero me aseguro de que nadie pueda lastimarla, no en vano ha sido como una madre para mi, luego que quedé huérfano. Lo dejo, ha sido un gusto conversar con UD.
- Igualmente Ramón…, igualmente.
La tarde caía lentamente, el sol se ponía tras el cerro y un ligero aire fresco trajo a la mente al Loco Chito. El cabo Lagoria ingresó a su despacho.
- Comisario, ya le averigüé lo que me pidió.
- Muy bien, así me gusta, dígame
- Resulta que el Loco Chito andaba haciendo reír a los chicos con una historia de unas monjas, pero no eran cuentos verdes.
- No, parece que lo que decía era que las monjas muertas se habían cruzado con cementerio y todo al otro lado del río, que hasta el Cristo se habían llevado, y que la gente que va con lancha le había dicho que les perecía que iban al revés, porque ahora el cementerio estaba a la derecha y antes a la izquierda.
- Pero mírelo al Loco, de dónde habrá sacado semejante historia, y ¿no dijo porqué las monjitas se iban a cruzar?
- Según él estaban muy contentas con su cementerio, a tal punto que ellas lo mantenían limpio y arreglado, pero que le habían puesto un sacrílego ateo allí y que preferían cambiar de lugar su camposanto, antes que compartir la tierra.
- ¡Ajá! Muy bien y dígame, ¿su mujer le comentó algo de lo otro que le pedí?
- Si, ella dice que la vio ir varias veces a lo de Don Luis, que esos días cerraba muy tarde la veterinaria y tratando de que nadie la viera se hacía una corrida; lo que no sabía Doña Etelvina era lo chusma que es mi mujer, que siempre está atrás de la ventana mirando.
- Gracias Lagoria, acaba de hacer un favor a la comunidad, capaz que se ligue algún ascenso. De esto, ni una palabra a nadie. Vaya nomás, vaya a su casa y tómese el día, después conversamos.
¡Oficial López! Llame a tres agentes y traiga dos palas y la máquina de escribir, dígale al chico del diario que se venga y saque unas fotos, así puede ser que nos ganemos unos pesos extra.
Acto seguido, montaron todos en la camioneta de la comisaría y salieron rumbo al cementerio del convento de Santa Eulalia.
La comisión policial cubrió el domicilio de Ramón, el Loco los acompañaba y al ver al maestro le dijo. “Yo le dije que no era buen lugar, que las monjitas se iban a ofender.
- Dejá de hablar Chito, el lugar era perfecto, ¿a quién se le iba a ocurrir buscarlo en un cementerio abandonado? ¡El crimen era perfecto, no hubo sangre ni armas, nada que se pueda usar como evidencia, la estricnina es muy eficaz nadie vio nada, ¡el único testigo es un loco!.
¿Sabe qué maestro Ramón? Yo se que estoy un poco tocado, pero no soy tonto, Don Luis era muy malo para que lo enterremos junto a las monjitas”
El comisario sacó del bolsillo la raída billetera, colocó un par de billetes dentro y se la entregó al Loco.
- Gracias, Sr. Comisario, gracias.Quedate tranquilo, te vamos a llevar con el maestro y no va a faltarte qué comer. Después le explicás al juez eso de las monjitas y el cementerio.

Última vez

30/3/05-798 palabras
Esta quizá fuera la última ciudad que visitara. En su mente se agolpaban mil y un recuerdos sombríos. Su pesar permanente le hacía ver el mundo gris, frío, olvidado de la mano del creador, triste.
La tarea de emisario caducaría ese día, por la noche, cuando hiciera la entrega. Un pequeño paquete, igual que siempre, el mismo peso, forma y color de su envoltorio. Una entrega que se repetía, hasta en los mínimos detalles, igual a las de las últimas seis décadas.
Desde aquélla vez en que Suárez lo contratara, la vida le sumergió en otro ámbito, comenzó a sufrir, visitando oscuras ciudades, conociendo seres deplorables tanto por el aspecto exterior como por el interior. El Kid no podía recordar algo bello. Despertaba al amanecer para robar un poco de olor, de color, de aire limpio que la misma natura, mezquina, le negaba.
Con sus jóvenes veinticinco, pretendiendo llevarse el mundo por delante, no advirtió que el amor de una mujer le costaría tan caro. No advirtió la trampa tendida por Suárez y por la misma Giselle.
El Kid aún sufre por ella, al recordarla se le dibuja una triste sonrisa. Vuelve a verla, cansado, cada vez que lo convoca su crónico verdugo. Conserva aquella belleza que lo cautivara, conserva la piel que alguna vez le rozara, labios que cruelmente le besaran, ojos vivaces y ladrones que miraron cada parte de su cuerpo, conserva lo que él perdió irremediablemente... la juventud.
Y Suárez atrás, lozano, dinámico, viviendo una extraordinaria madurez. La sonrisa eterna de ambos le duele a puñal en la espalda, le duele a traición... y la traición... es un pecado.

Antes de que el moreno y robusto guardián del pesado portón de rejas lo palpara, el envejecido Kid extrajo y mostró el paquetito, envuelto en un suave, aterciopelado papel escarlata.
- El gran Dr. me pidió que la trajera
- Sí, ya me habían informado, pase Sr.
El Kid volvió el rojo envoltorio a un bolsillo interior, reacomodándose el gran pañuelo estampado bajo la solapa del saco.
Suárez, alias el Dr., cincuentón, ligeramente canoso, lo recibió en la biblioteca y fue casi directamente al grano:
- Kid, tengo algo para comunicarle, el próximo viaje será a Oriente, allí he localizado un foco potencial muy interesante, mi gente le preparará lo que necesito. Por cierto... Giselle está al llegar, haga el favor de esperarla, mientras tanto prepararé agua.
El solo hecho de escuchar el amado nombre pulsó, una vez más, la cuerda que le hacía vibrar. Pero el Dr. no contaba con la ancianidad del Kid; la sangre no reaccionaba con tanta facilidad como antes, sólo si la veía nuevamente podría perder una vez más la cordura. Pero no pasaría, soportaría verla y cuando ella beba... todo habría terminado.
- Dr. esta entrega... Le dejaré el paquete y me iré donde jamás pueda encontrarme; quizá muera y me libere de la cadena que Giselle colocó en mi cuello, la noche en que me besó, la única noche en que me dio un único beso que se transformó en mi perpetuo grillete; ella es su compañera, sin Ud. no podrá sobrevivir, ambos se unen, obtienen juventud eterna gracias a los paquetitos que este estúpido esclavo les trae desde los confines del mundo.
- Ya está viejo mi querido Kid, pero no crea que lo relevaré, Ud. es la única persona en quien confío y esta misión en oriente requerirá de todas sus fuerzas. Hoy Giselle ha cedido su puesto, volcaremos el contenido en la jarra con el agua, dividiremos en dos y verá cómo mágicamente recupera su perdido vigor. Su gran amor esperará a que regrese.
La mirada del Kid se torció, de pronto sacó el paquete, debía disimular que ya había sido abierto, así es que, con torpeza fingida, rompió el envoltorio de tres capas y descubrió una pequeña caja de madera blanca; al abrirla brilló un tubo de vidrio incoloro, en su interior un líquido rojo ligeramente oscuro y espeso. Interrogó falsamente, con la mirada, al Dr. y éste asintiendo respondió.
- Efectivamente Kid, es lo que supone, con poco contenido de agua; lo preparan especialmente para mí, para Giselle y ahora también lo compartiremos con Ud. ¡Démelo Kid! Brindaremos por el lujo, por la lujuria que me dará descendencia. ¡Brindemos, brindemos por la eternidad!
El hombre, cansado y sorprendido entregó el recipiente. Suárez volcó lentamente el preciado contenido en el agua, luego sirvió dos grandes vasos. Extendió el brazo en señal de brindis e incitó al Kid, éste elevó el brebaje y sonrió... al tiempo que ambos bebían.
El guardián abrió el enrejado portón, informó a Giselle que el Dr. y el Kid la esperaban. La mujer caminó lentamente hacia el interior, abrió la puerta de la biblioteca y... con desesperación gritó.

La visita

9/11/04 - 251 palabras
Viniste a verme cuando menos te esperaba, tocaste a mi puerta y te atendí presuroso. Tu semblante indicaba todo lo que te ocurría, noté que aquella noche, y no sé cuántas más, no pudiste tan siquiera pegar un ojo. “Es que me duele, me duele mucho” atinaste a murmurar mientras te ofrecía mi sillón.
Me asustó la palidez de tu rostro, el hecho de que tu drama personal y ahora pasaba a ser mío, te quitara prácticamente el habla. Escribiste en un papel: “No quiero perderla Luis, es parte de mi ser, no sé que ocurrirá pero me sentiré una mutilada, ayúdame por favor, no doy más”
Luego de leer este texto te conduje donde estuvieras más cómoda, te pedí calma, que te relajes pongas la mente en blanco y me dieras unos minutos para meditar qué hacer, cómo arrancarte de llano este dolor, reconociendo ser en parte el responsable de tu sufrimiento.
Suavemente, al oído te susurré: “Sabes que no hay alternativa, que probablemente deberás perderla y aunque no lo creas será por tu bien, soy tu amigo y nunca de lastimaría, pero esto es así, pronto te resignarás, el tiempo aliviará tu mal y... olvidarás. Ahora permíteme que te ayude, que ahonde en ese ámbito donde radica tu dolor”.
Fue allí cuando te abriste a mí, por fin confiaste, finalmente yo era tu mano amiga y así lo comprendiste. Despaciosamente fui introduciéndolo, pude ver en tu interior, allí estaba, reflejándose en mi espejo tu maltrecha muela cariada.

Correo sentimental

Me acerco al quiosco y veo en la portada de la revista “Las Cosas del Amor” la siguiente leyenda : “Contesta su correo sentimental la famosa Dra. Swans, especialista sexóloga y sicoanalista de fama internacional”.
Sin convencimiento compro la económica publicación y voy leyendo en el colectivo, rumbo a casa:


Catamarca, 5 de Noviembre de 2004

Querida Dra. Swans

Le escribo a su correo sentimental debido a que tengo algunos problemas con mi pareja, en realidad ella es muy buena conmigo pero siento que la engaño, que no estoy actuando con total honestidad.
Creo que mi problema excede mi amorosa relación con ella, estimo que se trata de un trastorno psicológico relacionado con mi identidad sexual.
Cuando intimamos me asaltan pensamientos que nunca hubiera imaginado se presentarían. Por momentos veo en ella a otra persona y lo que es peor, no se trata de otra mujer, sino de un hombre, con atributos masculinos indiscutibles y por demás agradables; me preocupa esto último pues me temo que traiciono mis convicciones, mis sentimientos y sobre todo, los de mi amada.
Estime Ud. Dra. mi preocupación, ya que todo lo relacionado con mi educación y la decisión de una relación amorosa estable, con vistas a futuro, el anhelo de poder envejecer en esta unión, se ven amenazados. No puedo lastimarla ni lastimarme. Compréndame por favor y ayúdeme, no se qué hacer.

R.D.


Respuesta de la Dra. Swans a R.D.:

Antes que nada quiero manifestarle que me alegra recibir nueva correspondencia suya. En relación a su consulta del 5/11/04 es mi deber aclararle que no se presenta como de cierta anormalidad el hecho de creer que se está con otro partenaire durante los actos íntimos a que hace referencia. Ha habido casos de personas que idealizan a la otra parte con atributos imaginarios y que le permiten satisfacer sus apetitos en forma más eficaz.
Además, es lógico pensar que sueñe con un hombre capaz de compensar ciertas falencias que encuentra en su actual relación. Recuerde que todo río vuelve a su cauce, como dice el refrán. La naturaleza es sabia. Sé que me comprenderá.
Medite al respecto y vuelva a escribirme, no obstante le recomiendo que haga una visita a su analista. No lo dude, entre él y yo podremos ayudarla.


Afectuosamente Dra, Swans

La extraña confusión

21/10/04
Cristina despierta agitada, temblorosa, transpirando... A pesar de tener sus ojos abiertos, las imágenes de la pesadilla la persiguen y se suceden una a otra, en forma cronológica y con precisión increíble. Sucesos importantes de su vida anterior, discusiones, peleas con los padres, amigas que la atormentaban. El sentimiento de falta de libertad, ese hallarse acorralada, la necesidad de liberarse. Todo acudía en esos sueños que se repetían sistemáticamente, ningún elemento se hallaba ausente..., tampoco la última imagen, la del negro pozo en el que cae cuando toma la resolución final, irreversible; la angustia le provoca arrepentimiento y la certeza de que no hay marcha atrás potencia aún más su dolor. Se sabe sola, desamparada, sin paredes que la contengan, sin límites de seguridad, viaja rumbo a lo desconocido y siente terror, pavor, e intenta gritar con desgarradora desesperación... mas no emana sonido alguno... implora gritar y cae, cae, cae interminablemente en un abismo de oscuridad infinita... cae, se ahoga, busca con desesperación el grito liberador; se angustia terriblemente, de pronto se siente socorrida, luego de tanto sufrimiento unos brazos la sostienen, parecen maternales, son los de La Parca.
Acunada por esos brazos que la rescataron del terror, vuelve la confianza, el sosiego, cierta calma interior. Siente que su cuerpo se ha hecho pequeño, ha vuelto a ser un bebé. No comprende lo que ocurre a su alrededor, nota que quien la carga la lleva caminando por un amplio sendero a cuyos alrededores crecen jóvenes casuarinas y un césped de verde intenso rodea todo el paisaje. De entre los árboles salen a su encuentro muchas “personas” que aparecen y desaparecen, todas cruzan saludos con la encargada de segar vidas, hasta que una de ellas se detiene para entablar conversación en un idioma desconocido y luego de lo que parecía ser una negociación nota que cambia de brazos.
Otra vez la oscuridad pero no el desamparo, había calor de hogar, calor de mamá... de pronto con esfuerzo físico recorre el breve paso a la luz, la que hiere sus suaves ojos, otra vez el aire que inflama sus pulmones, otra vez la vida. Busca, busca desesperadamente el pecho materno moviendo su pequeña boca, busca el calor de mamá, busca resarcirse ante esta nueva oportunidad, aspira con ansia ese soplo vital que la impregna, mas la tortura regresa. La luz reciente desapareció, fue depositada dentro de una negra bolsa plástica, negra como la suerte que la acompañara... gritó, ahora sí, con todas sus fuerzas, no quería ser abandonada, no quería morir nuevamente, no quería que le quitaran su oportunidad, se aferraba a la vida con uñas y dientes, sin embargo... estaba tan indefensa, su grito apenas superaba al gemido de un pequeño felino. Alguien cerró la bolsa con un nudo, la cargo y sintió el balanceo del caminar por largo rato, tenía pocas fuerzas para llorar. Luego, como una repetición siente que cae, cae, cae dentro de ese mundo oscuro y golpea con fuerza en un piso irregular... gime, no comprende, supone que morirá, se angustia.
Las lágrimas acuden nuevamente al rostro demacrado de Cristina, la pesadilla revivida una y otra vez la agotan. Con agitación y ese dolor en el alma decide hablar con su madre, la que tras una larga, demorada, demostrativa pausa y como única respuesta le entrega dos periódicos fechados 26 años antes, uno es de Catamarca y en su primera plana dice: “Joven adolescente decide quitarse la vida”; el otro es de Santa Fe y su titular principal reza: “Fue hallada recién nacida en un basural”. Cristina se hallaba confusa hasta que vio la fecha de los periódicos, era la de su nacimiento.
Los gestos de ambas mujeres eran de sorpresa y alegría al mismo tiempo, creyeron comprender y estallaron en llanto abrazándose, como sellando ese pacto tácito de amor que debe existir entre padres e hijos, aunque no sean de la misma sangre.

El contratista de deseos

El individuo contaba incansablemente, sumaba y sumaba. No podía creerlo, en solo dos años había logrado celebrar 618 423 contratos, ni uno más ni uno menos. No cabía duda, aunque resultaba increíble.
- En fin, si la gente supiera hacer el trámite, pero no, lo que pasa es que nadie les enseña como corresponde, le dicen “pide y se os dará” y listo, creen que con eso le dan una herramienta poderosa a las personas. Y bueno, yo estoy para eso y hago el contrato.
Aunque es verdad, al que pide le dan, pero ¿qué le dan?. Exactamente lo que pidió. Me acusan de tramposo, pero en realidad estoy atento, alguien pide y ahí nomás le hago el contrato; ellos lo firman cuando reiteran el pedido, o bien cuando piden con tanto empeño que tal o cual cosa ocurra. Ninguno piensa en cuánto les va a costar, ya sea que le otorguemos nosotros o la competencia lo solicitado, todos cobramos de alguna forma y a veces debemos hacerlo tan rápido que se le factura ahí nomás. Pero el tema es que no saben y a un pueblo ignorante... se lo puede dominar.
- ¿Existe algún caso en que no le otorgan lo que piden?
- Por su puesto, no todas las personas saben lo que quieren y otras piden imposibles. Fíjese el caso de Martiniano Jiménez, el pobre tenía pólipos en las cuerdas vocales, siempre fue ronco y vivía obsesionado, quería formar parte del coro provincial, ser locutor, poder vitorear a su equipo favorito, todo lo que natura no le dio. En un caso así no se le lleva el apunte, ya que su cuerpo no sirve para lo que pide; y ¿qué cree que hace el hombre?, se pone a rezar, mañana, tarde y noche, esperando un milagro. Así es que le hago el contrato de todas maneras y cuando él siente que le van a otorgar lo solicitado se queda tranquilo, esperando.
- Entonces ¿le otorgaron lo que el pidió?.
- En eso estábamos, pero espere que, como verá la cosa no es tan sencilla; resulta que Genoveva, la esposa de Martiniano también pedía, no sólo por el deseo de su marido sino también por dinero, ya que la economía familiar andaba mal y todo eso. Aparte la hija mayor, Felisa, no podía embarazarse y también pedía que ocurriera un milagro. Yo celebré todos los contratos.
- ¿Y qué pasó?
- Los muchachos de computación procesaron todo y producción primero mató a Martiniano en un accidente de tránsito, ya que el tema de los pólipos no daba para más y la viuda pudo cobrar el seguro, luego la hija quedó embarazada y tuvo mellizos, uno de ellos era el mismo Martiniano, vuelto a nacer y ya a los 3 años cantaba maravillosamente.
- Entonces... ¿todos felices?
- De ninguna manera, le dije antes que deben pagar por el pedido. Fíjese como terminó una partecita de la historia, no podemos saber las consecuencias posteriores hasta que no acontezcan, pero para muestra basta un botón ¿verdad?. El otro mellizo nació sordomudo y los chiquillos quedaron huérfanos de madre ya que Felisa murió luego del nacimiento, sin poder conocer a los niños que tanto deseaba y con dolores insoportables, el padre se dejó arrastrar por la depresión. El nacimiento, el velorio, la internación por complicaciones previas al parto, medicamentos, análisis y todo lo que se pueda imaginar le llevaron el dinero a Genoveva y la endeudaron aún más. Luego de tantos disgustos se preguntaba “¿para qué?... ¿para qué pidieron estas desgracias”, sirviéndole de sano consuelo las suaves sonrisas de sus nietos.
- Sin embargo, Ud. seguirá trabajando en esto
Por su puesto, pero yo mi trabajo lo hago y parece que bastante bien, en cualquier momento paso a supervisor de área. Aquí, en esta administración se vive del dolor humano y yo proveo.

¿Loco?, ¿Cuerdo?

22/9/04
Me gusta encender un fósforo en la oscuridad, mirar con ese mortecino resplandor lo que me rodea. La efímera existencia de esa luz exige a mis sentidos total atención y entonces veo la rosa en su florero sobre la mesa oscura, el calendario colgando de la pared y tu piel blanca en el lecho. Luego, vuelvo a intentar dormir , junto a ti, junto al motivo de mis sueños, soñados en vigilia. Las noches son tan largas, los días extensos y muchas veces tediosos... creo que llegaré a enloquecer.
El amor que me prodigas anuda mi garganta, cuando en él pienso. La emoción invade mi alma al reflexionar acerca de lo nuestro, más no podré atarte a mi carro de cortejo fúnebre. Te digo que te apartes, que te vayas y rehagas tu vida. ¡Vete!, mi dulce amor. ¡Vete!, abandona este barco herido de muerte. ¡Vive! Reanuda tu existencia en pos de alguien que pueda cuidarte y protegerte; sólo soy un problema para ti . Mi enfermedad no desaparecerá y ya no te puedo amar.
Sobre la mesa estaba el papel, junto a la rosa, lo trajiste tú. Lo viste, sabías lo que decía, más entraste en nuestro lecho, te fusionaste con mi cuerpo ahora prohibido y me diste tu vida.
Sellaste con tu sangre el pacto de amor entre los dos. Lo supe luego, en la mañana que fui tempranito lo vi, doblado en cuatro; al extenderlo la luz del alba permitió la lectura: “Positivo, debe evitarse el contacto con otras personas”.
Acongojada lloré junto a ti, besé tu mano laxa aún. Te dije una y mil veces que estabas loco, que debías abandonarme como la hecho mi salud, como la hecho tu cordura. ¡Vete! Te dije y no...
Mis sollozos te despertaron , mis lágrimas bañaron tu rostro y en el salado sabor buscaste mis ojos. “Calma, me dijiste, “calma amor. Leí el informe, hablé con el médico y decidí no abandonarte. Si mueres, muero contigo, por eso me aferré a mi única esperanza: tu amor. Vivamos lo que nos quede juntos”.
No podía discernir, todo resultaba confuso, pero luego de sentir tu amor y haber vivido esta experiencia, busqué comprenderte.
Como te digo, ahora no me parece tanta locura.

Chiribín

15/9/04
Cecilia observaba el ritual cotidiano que ejecutaba su papá; él hablaba con los pájaros, soplaba y recargaba el recipiente del alpiste, lavaba el piso de la jaula y reponía el agua.
A los 6 años, los pajaritos que criaba su padre le resultaban sumamente cariñosos y ella siempre metía su manito en la jaula para acariciarlos, hasta que en una oportunidad dejó una pequeña jaula abierta y el cabecita negra se escapó. A pesar de las explicaciones que su padre le dio, en Cecilia la pregunta no se contestaba: “¿por qué el pajarito se escapó?, si nosotros le dábamos todo, casa y comida, sin embargo...”
Faltaban unos días para el 22 de febrero. Cecilia cumpliría 7 años. Su tío Quicho llamó para decirle que le llevaría un pajarito de regalo, ya que en sus vacaciones había capturado varios y entre ellos figuraba un jilguero con cara de pichón. La niña se puso contenta por el regalo de su tío, quien cumplió su promesa trayendo al pajarito dentro de una pequeña jaula.
- Allí no podrá moverse mucho, tu papá le dará una jaula más grande para que pueda volar y no sentirse tan encerrado. ¿Cómo lo llamarás?
- Ehmmm... ¡Chiribín!, ese será su nombre, ¡Chiribín!
Colocaron a Chiribín en una nueva jaula, un poco más grande que la anterior y a los pocos minutos Cecilia notó que la pequeña ave se había lastimado en la base del pico, notándose la sangre fluir. Apenada por esto la niña preguntó a su papá por qué le ocurría aquello a pajarito.
- Ocurre que quiere volar y escapar de aquí, quiere ser libre y choca contra los barrotes tratando de vencerlos.
- ¿Y para qué quiere salir? ¿Es para ir a jugar con los otros pajaritos, o para estar con su mamá, su papá y los hermanos?
- Creo que si - contestó el padre – debemos hacer algo por él
- Tenemos que dejarlo que se vaya papito. Nosotros no somos sus dueños.
Así es que tomaron la jaula de Chiribín y fueron al jardín, Cecilia le abrió la puertita y rápidamente el pequeño pájaro tomó vuelo rumbo a unos altos eucaliptus cercanos. Cecilia tomó esto como un acto de amor y hoy transmite a su hijo ese respeto a la libertad

El niño, los pájaros

Anahel vio llegar la tormenta mientras observaba el horizonte a través de la ventana; un gesto de desagrado apareció en la carita redonda, debería pasar toda la noche dentro de la gran casa. Sus amigos tampoco podrían salir como les gustaba, a formar figuras en el aire, entrecruzando colores, el amarillo del benteveo con el negro del cuervo, solo visibles a la luz de la luna; Anahel disfrutaba largo rato de las peripecias que sus cariñosos compañeros realizaban sólo para verlo reír. Pero aquella noche...
Con un “bichofeo” cantado llamó a sus acompañantes, cuando los tuvo a su lado señaló con el índice hacia la gran tormenta que se avecinaba y los tres asintieron reiteradas veces, a la vez que ponían gesto de lamento.
De pronto el cuervo salió como disparado y comenzó a revolotear alrededor de la ventana ubicada en la pared opuesta, con graznidos fortísimos llamaba la atención del benteveo y de Anahel, quienes acudieron súbitamente para observar cómo, tres pisos más abajo una molesta familia pretendía guarecerse del temporal. Los tres se miraron fastidiados, la puerta principal carecía de cerradura y pronto estarían todos esos humanos perturbando la paz nocturna.
El benteveo y el cuervo salieron en recorrida por la casa. El niño, en cambio, luego de meditar unos instantes fue directamente hasta su salón preferido. Apareció de pronto y vio la escena, nadie lo notó... era una reunión pequeña en un cuarto angosto, “su” cuarto angosto, era el más acogedor; con dolor vio cómo uno de esos seres posaba su humanidad en la preciosa silla que “su” Papá le comprara. Las tazas de porcelana eran de “su” Mamá y ahora se llenaban con el desagradable y humeante té que portaran aquellos indeseables.
Las voces, qué horribles voces las de las niñas que con gritos reían por todo, hasta por haberse perdido en esa tonta salida al campo. Lo único que repetían era: “Menos mal que trajimos el termo con té caliente, ja, ja ja,...”
Anahel pensó que el cuarto debería dejar de ser un lugar agradable para aquellas personas, ahora que un pájaro lo sobrevolaba sentirían temor, los pájaros no vuelan en la noche dentro de un cuarto, el benteveo lo hacía a la perfección, una y otra vez. Sin embargo no parecía hacerles mella, así que el cuervo entró en acción, pero más directamente. Un espectador ajeno diría: “Podía verse claramente como un cuervo tironeaba el pelo a las niñas y hundía el pico en las tazas”; a pesar de que lo hizo una y otra vez pudo verse que ellos no se ocupaban de él, cantaban y reían.
El benteveo, Anahel y el cuervo se reunieron, evaluaron la situación y decidieron echar definitivamente a esos intrusos de su hábitat, así es que el niño tomó unos cuchillos del armario, se elevó hasta la gran lámpara del techo y desde allí los arrojó uno a uno y cuando el tercero se clavó en la gran mesa de madera se hizo un silencio sepulcral, la familia entera miró hacia arriba y vio que varios cuchillos flotaban en el aire mientras otros llegaban al sitio volando. Anahel entonces cobró más ánimo... veía el miedo reflejado en el rostro de los desagradables visitantes, que huyeron hasta la puerta principal, quedando acorralados entre la tormenta y el ataque del que eran objeto. Entonces el niño cobró más ánimo aún y recrudeció la ofensiva, estaba como fuera de sí. La más pequeña de las niñas, víctima del terror, profirió un grito tan aterrador que paralizó a todos, incluidos los atacantes.
El cuervo y el benteveo quedaron estáticos en el aire, mirándose. Anahel bajó y se paró frente a la niña, la abrazó con ternura y lloró.

La señora

30/7/04
La enfermedad de Claudia no tenía retorno, el deterioro constante de su sistema nervioso obligaba a suministrarle calmantes en forma continua y esto, sumado a la arteriosclerosis ya declarada tornaban la situación muy difícil de llevar. Poco a poco iba postrándose y perdía, inexorablemente, las posibilidades de defenderse y actuar hasta en lo más mínimo.
Elvira descartó de plano la idea de enviarla a un geriátrico, decidió que sería mejor tenerla en su casa, así podría procurarle atenciones y en los escasos momentos de lucidez, disfrutarla. Estaba convencida de que la madre debía vivir dignamente hasta que Dios disponga.
Una prima le sugirió que contratara a Guadalupe, la señora que cuidara tan amorosamente a su suegra hasta que falleció. Le dijo: ” Es una mujer viuda, sin hijos, hasta podrá cuidarla de noche, para que tu madre no esté sola. Alguien que te ayudará... te lo mereces Elvira. Piensa en ti y en Julio, no dejes de atender tu vida”.
La Señora se presentó aquella mañana del 16 de Agosto, luego de tener que lidiar con Sultán, quien le gruñó con ferocidad. Elvira retó al animal y le pidió disculpas a la recién llegada mientras la observaba. Llevaba un vestido marrón que cubría su pequeña y regordeta figura. En la diminuta mano derecha portaba un ligero bolso negro que acompañaba los vaivenes de sus ademanes. Lucía cabello largo, castaño, ligeramente ensortijado y atado hacia atrás con una dorada hebilla, dejando entrever vellosidades a ambos lados de un rostro apenas trigueño, con finos labios rosados alrededor de una discreta boca que apenas entreabría. Su aspecto de persona común, adulta, con ojos color miel, brindaba confianza. La mujer transportaba en sus ademanes y gestos cierta dosis de experiencia, puesta de manifiesto al hablar sobre trabajos anteriores y corroborada por los numerosos y excelentes antecedentes que traía.
El contrato fue sellado de inmediato y contemplaba tareas de tiempo completo. Elvira explicó lo concerniente a los medicamentos, horarios, comidas y demás detalles; dejando librado al criterio de Guadalupe cualquier sugerencia para mejorar la calidad de vida de Claudia. Así es que comenzaron ese mismo día agregando a la dieta de la enferma jugos de frutas, leche de soja, alguna salida en silla de ruedas para disfrutar del sol y por las noches leche tibia con unas gotitas de coñac, "para entonarla un poco y mejorar su sueño", solía decir la entusiasta Guadalupe.
En el transcurso de la primera semana se fueron notando cambios sorprendentes en Claudia. Comenzaba a incorporarse en el lecho sin ayuda, disminuyeron los calmantes, las salidas eran más frecuentes, como también los períodos de lucidez mental. Comenzó a establecerse un lazo cariñoso entre veladora y enferma, sin desplazar a Elvira. Las tres mujeres formaban ahora un “grupo de gente optimista”, según aseguraba Julio. Todo estaba mejor, el rostro de Claudia había recuperado gran parte de su sonrosado color, junto a algunos kilos que ayudaron a normalizarle el organismo.
- ¿Viste que linda que se puso mamá, Julio?
- Mientras no sea la mejoría que precede a la muerte. Me parece extraño todo esto, de pronto parece que esa mujer lo arreglara todo, se recupera la salud de tu mamá, vuelve la paz al hogar, hasta tu estás distinta. Raro, me parece raro. Además a Sultán no le causa ninguna gracia la nueva integrante de la casa.
- Bueno, el perro le tomó idea de entrada y a ella parece que no le gustan los animales, así que yo los mantengo alejados a uno del otro y listo.
Durante tres meses Guadalupe durmió junto a Claudia, en el mismo cuarto, prestando permanente atención. Elvira estaba acostumbrándose a dormir con su esposo en forma regular, sin tener que abandonar el lecho para salir corriendo detrás de los gritos, gemidos y ayes que su madre profería intempestivamente.
Un día de aquellos Claudia amaneció desganada, el rostro lívido y con cierta inapetencia; llamaron de inmediato al médico quien, luego de observar a la paciente y los resultados de ciertos análisis, determinó que todos los parámetros eran normales por lo presuponía cierto cansancio mental. Recomendó un complejo vitamínico, en especial con alto contenido de fósforo.
La mejoría de Claudia fue breve, a pesar del verano se hallaba desganada para salir y disfrutar de los cálidos atardeceres.
Cierta noche, debido al calor reinante, Julio abandonó el lecho en busca de limonada. Salió al jardín del fondo a beber el refresco. Ni una leve brisa, solo el césped daba la sensación de ser portador de cierta frescura. Se ubicó a un lado de la ventana de la habitación de su suegra. Mientras admiraba la luna llena escuchó la voz de Guadalupe hablándole a Claudia. No entendía las palabras, pero si el tono. Parecía... no, era imperativo. Escuchaba cómo la cuidadora mandaba a su asistida. Julio no tuvo dudas: se trataba de órdenes, lisa y llanamente; por alguna razón la mujer le exigía cosas a su suegra y ésta respondía en el mismo lenguaje hasta que rompió en llanto, luego sobrevino la quietud total.
Por la mañana comentó esto con Elvira, ella desestimó los comentarios cuando él no pudo precisar las palabras que dijo haber escuchado. Sin embargo tuvo que reconocer que su madre se hallaba taciturna.
Esa noche Julio volvió a su lugar de escucha. Todo volvía a repetirse, las palabras le resultaron más claras y el tono, aunque bajo, imperante: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!” escuchó claramente de boca de Guadalupe. Por un instante se hizo un silencio sepulcral en el entorno de Julio, pudo percibirse un susurro... era de Claudia que con voz trémula contestó: “uma rutkam, uma rutkam, natkima”. Con un sonido gutural volvió la voz de Guadalupe a resonar en la habitación: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!” , y de inmediato el llanto desconsolado de Claudia pobló la noche.
Julio decidió que debía saber qué ocurría allí, se asomó por la ventana cuando un reflejo plateado penetraba en la habitación y con sorpresa vio a Guadalupe, a horcajadas sobre Claudia con las manos a cada lado de su cabeza y con una lengua muy larga sorbiendo una a una las lágrimas que Claudia liberaba en forma irrefrenable, sin defensa alguna, sometida totalmente.
Guadalupe interrumpió bruscamente su sesión de vampirismo y con un rostro diabólico observó por un instante a Julio, sus miradas se cruzaron. Julio salió despedido del alféizar de la ventana para caer pesadamente contra una columna de madera que le partió el cráneo. Desde el frente Sultán ladró con energía, logrando despertar a la dueña de casa, quien intuitivamente corrió junto a Julio; de inmediato llamó una ambulancia. Los médicos pronosticaron que quedaría cuadripléjico.
Elvira cayó en un estado depresivo. Claudia fue muriendo despaciosamente, repitiendo con voz imperceptible y la mirada perdida su letanía: “Mi alma es de Dios, el diablo me la pide, me hace llorar, absorbe mis lágrimas, me saca mi alma”. Elvira no entendía los dichos de su madre, pensaba que estaba senil.
Claudia murió dos días antes de que Julio volviera al hogar, el pronóstico de los médicos fue lamentablemente acertado. Elvira, taciturna, acomodó a su esposo en la cama matrimonial y solicitó a Guadalupe que permanezca con ellos, en un lecho que ubicaron al efecto dentro de la habitación.
Los sedantes que tomaba lograban hacerla dormir hasta altas horas de la mañana. Cuando despertaba Guadalupe la agasajaba con un desayuno y la eterna sonrisa que lograba tranquilizar y reanimar a la maltrecha Elvira.
- ¿Sabes qué Guadalupe?. Deben ser las pastillas que tomo, pero todas las noches escucho una palabras rarísimas, en otro idioma.
- Si las pudieras repetir buscamos en algún diccionario o preguntamos a alguien que sepa. El significado de los sueños es importante para entender nuestra psiquis y puede ayudarte a salir de esa depresión que me tiene tan preocupada
- Las escuché tantas veces que te las puedo deletrear. Tienen un tono imperativo así que ponle signos de admiración, dice así: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!”
Guadalupe posó sus ojos sobre los de Elvira, sonrió tranquilizadora. Giró la cabeza y observó a Julio sobre cuyo rostro rodaban algunas lágrimas, sonrió.
Siempre la sonrisa tranquilizadora de Guadalupe. Siempre Guadalupe para ayudarla.

La Carta

19/7/04
- ¡Marina, Marina, mi amor!... Roque se agitó mientras transpiraba copiosamente.
- ¡Está decidido!. Dije que lo haré y no me voy a echar atrás. Finalmente debo hacer lo correcto, cortaré esa relación. Le diré que lo nuestro no puede ser, que yo tengo ya mi compromiso y no voy a tirar tantos años por la borda. Sería un irresponsable si actuara de esa manera. ¡Haré lo correcto!. Le escribiré una carta y allí explicaré todos los detalles de porqué lo nuestro no debe avanzar, aunque la razón es justificable a ojos vistas. Además, ella sabía de antemano mi condición y sin embargo... me encandiló con enormes ojos negros rodeados por pestañas larguísimas que acarician con solo verlas. Conquistó mis sentidos con labios sensuales, una naricita apenas destacada entre las rojas mejillas, el aterciopelado cabello azabache y su figura... tan espléndida, esbelta, con formas delicadas y profundamente femeninas. Una mujer irresistible. Pero yo... yo no podía fijarme en ella, no podía atender a la voz celestial de Marina. Mi compromiso anterior... Marina, ¿por qué tuve que conocerte? ¿por qué no estuviste antes dentro de mí como lo estás ahora? Marina... tan sólo una mente triste y atormentada quedará de mí, todo lo demás te pertenece y lo llevarás, sólo este despojo permanecerá. Aunque la vida me vaya en ello... ¡Debo escribir ya esa carta! ¡Ya!
Roque se sentó frente al escritorio, sacó unas hojas borrador y comenzó a escribir con sentimiento, más cuando la lapicera avanzó sobre una frase como ”no podremos continu...” , de pronto la tinta dejó de fluir. Roque insiste pero no hay caso, al probar en otro papel ve que el bolígrafo escribe más al volver a la frase se frustra el intento. Pierde la paciencia y arroja el bolígrafo al piso: en ese momento escucha un “¡Ay!” seguido de un “¡cuidado, como lo vas a tirar así”!.
Asombrado vio al papel borrador contorsionarse y le pareció que le hablaba.
- Levántala por favor debes ser más amable con nosotros
- Pero, si Uds. son cosas, ¿cómo es que me hablan?
- Seremos eso que dices, pero también tus ayudante, sin nosotros no podrías escribir.
- ¡Es verdad!, sin embargo tu amiga la lapicera no quiere dejar fluir la tinta. Entonces... no entiendo.
- Se llama Bolígrafo y yo Papel.
- Estamos a tu servicio – terció Bolígrafo – pero no para que cometas errores.
- A ver si nos entendemos, simplemente deseo volcar unas letras y no me dejan. ¿Qué les importa a Uds. de qué se trata, o si hago un dibujo o lo que sea?
- Es que queremos lo mejor para ti – dijo Papel -. Eres un hombre esencialmente bueno, de un gran corazón. Hace tanto tiempo que observamos tu forma de dar amor a las personas que te visitan, a las que buscan tu consejo... has hecho tanto bien a tantas almas doloridas, siempre con una palabra de amor en tus labios.
- Yo me sentía orgulloso dejando que mi sangre azul escribiera notas a las autoridades para mejorar la vida de la comunidad, o aquélla memorable que cruzó el Atlántico para llegar a quien podría solucionar ese pedido tan grande para la escuela.
- ¡Sí!, ambos estamos muy orgullosos de ti y queremos lo mejor.
- ¡Sí! Mereces, una vez que tocan a tu puerta con tanta fuerza, con tanto respeto, pero con el grito ahogado de quien reclama amor, que puedas dar una respuesta afirmativa.
- ¡Sí! Y no esto... Tu renuncia por lo que otros llamarían un amor prohibido es inexcusable. La dulce Marina.. no puedes condenarla a esta pérdida, que tampoco tú mereces.
- Pero ¿Cómo saben todo esto, qué saben de Marina?
- Vamos - dijo Bolígrafo – yo la ayudé a escribir su diario íntimo, en esos domingos que se quedaba hasta el mediodía
- Bueno –dijo Roque – tampoco se deben revelar las intimidades de un diario íntimo.
- No, por supuesto, pero conozco los sentimientos de Marina. Al contarle a Papel hemos llegado juntos a la misma conclusión.
- ¿Cuál?
- ¡Que Marina te ama, Roque! – gritaron al unísono Bolígrafo y Papel. Por eso es que no vamos a dejarte escribir la carta de tu destrucción.
Roque comprendió, la carta debería ser de otro tenor y no dirigida a Marina precisamente.
Alguien tocó a la puerta. Roque salía abruptamente de su letargo al escuchar:
- Padre Roque, despiértese rápido que hoy hay misa de 7. Ha venido la niña Marina, dice que tiene que hablar urgente con Ud.

Diez minutos

Ana Amaya esperó mucho tiempo para tener su casa propia. Juntó peso sobre peso, confió en el sistema bancario y cuando estuvo a punto de concretar la compra tan ansiada, le retuvieron los ahorros de toda la vida dentro del llamado “corralito”.
Nuevamente a esperar, nuevamente a juntar peso sobre peso. Retiró lo que pudo cuando pudo, nunca más volvió a depositar en un banco. Vendió el auto y ahora buscaba una casa linda, con parque y árboles, aire puro y césped, flores y ladrillos a la vista, sin ruidos. Sólo era cuestión de esperar y buscar. Sus amigos ya habían hecho correr la voz . Su futura casa ya sabía que podría buscar dueño nuevo.
Ana consideraba que para que algo se concrete en la vida, lo que sea, era necesario desearlo fervientemente y no apartar el pensamiento de ese objetivo, así, tarde o temprano, se vería hecho realidad. Cavilaba al respecto mientras observaba un grupo de rubias abejas libar entre las flores de una Madreselva; se veía a sí misma trabajando por cristalizar, aquí en este mundo, lo que por ahora pertenecía al territorio de lo utópico.
- ¡Ah! – solía repetir – si no fuera por las utopías, hacia dónde iría el hombre.
El llamado telefónico la sacó de sus pensamientos, era Rodolfo para avisarle que en El Bañado de San Isidro había una casa perfecta para ella. Que fuera a las 14 y buscara a un señor Benjamín Buenaventura en la puerta del club San Martín, así podrían ver la casa.
Salió del domicilio paterno, en el barrio 9 de Julio, a las 13 y 30, acompañada por su hermano menor. Tomó por Sumalao y antes de darse cuenta estaba disfrutando la vista de una casa que cumplía sus anhelos en un cien por cien, hasta en el diseño de la reja que la rodea. Daba saltitos de alegría al entrar, pensando que tanto el precio como la distribución la satisfacían exactamente.
Combinaron con Don Benjamín para encontrase al día siguiente, allí mismo a las 8, a fin de concretar la compra. El hombre le solicitó que sea puntual, ya que tenía otro candidato firme, si bien ella le despertaba mayor simpatía y sabía que le cuidaría la casa como nadie, tampoco era menos cierto que tenía una media palabra con el otro... Él reuniría los papeles, traería a su esposa para la firma y luego harían una escapada hasta la escribanía en Villa Dolores, donde le entregaría los dos juegos de llaves.
Ana no podía creer que mañana, ya mañana tendría la casa con todos los papeles al día y sin ningún impedimento. El hombre le dijo que vendían la casa porque vivían con su hijo en Córdoba, ya estaban grandes para quedarse solos.
Todo parecía mágico, perfecto, sin fisuras. Ana pensó que Paulo Cohelo tenía razón al decir: “Cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño” **
Luego de ver una película, a la que Ana no prestó atención pues se hallaba paseando con el pensamiento por el jardín de su nueva casa, se retiró a descansar. Es una forma de decir, pues comenzó a dar vueltas y vueltas, apagaba la luz y volvía a encenderla, se levantaba y se acostaba permanentemente y el sueño no llegaba. Comprobó más de diez veces que el despertador funcionara correctamente, no vaya a ser que se quede dormida. Revolvió en el placard hasta que encontró una revistas de decoración, se recostó. El ver un hogar con leños encendidos le dio sensación de abrigo y serenidad, se relajó y finalmente ingresó al mundo de Morfeo.
La sobresaltó el sonido estridente del despertador, miró la esfera iluminada por un fuerte rayo de sol y saltó de la cama al ver que ya eran las 9 de la mañana. “Si yo lo puse a las seis y media”, ¿qué pasó? ¿por qué no me duché anoche?. Don Benjamín no tiene teléfono. Tengo que apurarme, quizá todavía está ahí. ¿Mamá estará despierta? ¡Mami, mami!. No contesta. ¿Qué pasa que el agua está fría?. ¡Dios!. ¿Todo tiene que complicarse justo ahora? ¿Los problemas no pueden esperar a mañana?.
Decidió cepillar el cabello y acomodarlo como pueda para estar presentable, cuando al salir de la bañera resbala y cae sentada sobre el agua fría, a punto de decir una mala palabra recordó que no debía empañar aun más el momento; trató de no mimetizarse con los contratiempos, pero cuando miró su reloj pulsera vio que ya marcaba las diez. “No puede ser, si no estuve más de cinco minutos en el baño. ¡Mamá!”.
Decidió que ese no era su día: “Tanto lío, ayer no tardé más de diez minutos en llegar y hoy pasan las horas sin que logre salir de casa. Bueno, como sea yo me voy”.
Al pretender subir al auto ve con sorpresa que habían violentado las dos cerraduras, por lo que con gran dificultad logró introducir la llave en la puerta del acompañante, para notar con terror que le habían robado el equipo estéreo, destruido la consola y le dejaron un manojo de cables pelados. Se sentó en la butaca con las piernas hacia fuera y tomando su rostro con las manos se puso a llorar. Repetía una y otra vez: ”No puede ser, no puede ser. ¡Mamá, mamita! ¿Dónde estás?”
Se incorporó y con paso lento fue hacia la casa, llamaría al mecánico del auto para que le arregle lo posible. Le intrigaba que su madre no estuviera, ni su hermano, tampoco una nota explicando dónde estaban. Raro, muy raro.
Entró en la casa, fue directo hacia el teléfono cuando al pasar frente al baño de servicio un poderoso y maloliente brazo masculino rodeó su cuello, introduciéndola en el pequeño ambiente, sintió cómo un objeto contundente golpeaba su cabeza, haciéndole perder el sentido.
Al despertar miró instintivamente el reloj, marcaba las seis, aun estaba oscuro. Le dolía terriblemente la cabeza. Recordó su cita de las ocho de la mañana, ya habían pasado diez horas. Dio todo por perdido. Su sueño se había hecho añicos. A esa hora la casa se habría vendido. Igual decidió salir para ver qué pasaba. Pidió un taxi, al llegar no encontró a Don Benjamín, un vecino le dijo que lo espere pues de seguro la fue a buscar y sin duda volvería. Impaciente y desilusionada decidió regresar y ocuparse de los dramas de su hogar, debía llamar a la policía y luego al mecánico.
Al llegar llamó insistentemente: “¡Mamá! ¿Dónde estás?”. Sentía que su grito quedaba ahogado en la garganta, no emitía sonido alguno. Insistentemente quiso gritar: “¡Mamá, mamá, mamá!”.
Finalmente gritó, tan fuertemente que despertó, justo cuando comenzó a sonar el despertador. Bañada en transpiración, estiró la mano y apagó al mensajero de tan buena noticia, eran las seis y media de la mañana, por la puerta ingresaba su madre sonriendo y con una humeante taza de café. Ambas mujeres se miraron.
- ¡Hoy es tu día, hija mía!
- Decididamente mami, ¡hoy es mi día!.


**Tomado del libro El Alquimista de Paulo Cohelo

¿Un amor?

13/5/04
Amalia simplemente apareció. Un cálido día de Abril, como un nacimiento, puro, sencillo, dulce.
El tiempo no se fue de mis manos, antes de morir la conocí, ella simplemente apareció; mi alma dolorida percibió los ruegos escuchados. El dolor siempre ahogado minaba mi cordura. El amor me mantenía anclado, mis llagas abiertas, que solitario, intentaba curar.
Amalia apareció, pude sentir que su hombro era suficientemente amplio para alojarme. Amalia amenazaba ser un nuevo amor. Amalia fue un nuevo amor. Se manifestó con cuerpo de mujer. Me confundió. Busqué en ella , más no era su dueño, no podría jamás...
Fue otra su entrega, me acerqué y tendió la mano, abrió de par en par el corazón. Me enseñó lo que no aprendía. Descubrí un enamoramiento diferente. “Todo tiene más de una faceta” solía decirme. “Abandona lo que conoces. Anímate, podremos amarnos con pureza de corazón. Tú eres hombre y yo mujer, abandona el prejuicio y ámame como un ser a otro ser, como un alma a otra. Pidamos que nuestras mentes huyan de este mundo sin razón, abandonemos la obsesión, seamos puros en el amor”.
Creí comprender a Amalia y con profundo y diferente amor, alejada la idea del peligro inminente, me refugié con ojos cerrados en su pecho, parecía tan amplio como la generosidad que de ella emanaba. Su abrazo removió mi voz, el llanto acudió presuroso y sorprendiéndome dije: “Déjame derramar en ti el manantial de mi dolor. Escucha, este mi susurro, enjuga mis agridulces aguas, Amalia... Amiga”


AMIGA
Tu hombro se asoma
Como posible remanso
Busco lugar para mi pena
Busco descanso

No puedo ya soportar
El desamparo que siento
Ningún lugar dónde abrevar
Pájaro en el desierto

Y ya el corazón grita
Estalla mi sollozo
Más el prejuicio me limita
Tu eres mujer de otro

Si nuestro ángel viniera
Y a un mundo lejano nos llevara
Donde no existen las quimeras
Y ser hombre o mujer no importara

En tu hombro dejaría
Mil lágrimas, no por ti derramadas
Amiga por fin te diría
Lo que sufro por mi amada

El pique

29/4/04
La tarde caía levemente, el crepúsculo entregaba sus tintes rojizos a los cañaverales, los que, erguidos sobre las márgenes del río Medina corriendo suavemente quebrada abajo, agitaban fastuosos sus crestas al compás de la leve brisa, plenos de vida. Abierto su paso a través de la tosca ligeramente amarronada de la llanura tucumana, el agua bebía, sorbo a sorbo, el paisaje reflejado en ella. Sobre el espejo agitado, aparecían diversas imágenes, ora el cañaveral, ora el firmamento con tímidas estrellas, ora un niño pescador. La estrecha ribera daba lugar a un cuerpecito, de ojos marrones y tez morena, que con manos temblorosas sostenía una pequeña y delgada caña, inclinada sobre el agua y en cuyo extremo se encontraba atado un hilo de pescar, invisible.
El niño observaba fijamente la roja y blanca boya mostrando alternadamente sus colores, mientras era agitada levemente por el correr del agua, trayendo el recuerdo del trompo obsequiado en su cumpleaños. El agua ocultaba parte de la línea tendida, donde con manos habilidosas había colocado el anzuelo mojarrero y una minúscula plomada. Sobre la superficie el hilo se agitaba siguiendo el ritmo marcado por el conjunto, hasta que de pronto, comenzó a tensarse y aflojarse como a tironcitos, la caña reflejó esto en pequeñas sacudidas sacando al niño de su abstracción. Vió la boya hundirse y reflotar, el tirón se hizo más fuerte y duradero, la boya por fin se hundió y las marrones aguas del río ocultaron definitivamente sus colores. El niño sorprendido comenzó a tirar de la caña. Se emocionó por el pique del pez, por fin pudo pescar, era su primera vez. Tiró y tiró hasta que vió salir un agitado pez pescado por su boca y con la la caña en alto, en puntas de pie, fue tomando el hilo y acercando la presa hábilmente capturada. Sujetó el fruto de su accionar con cierta dificultad, lo observó, vio su lucha por sobrevivir, sus contorsiones, su pequeñez. Con suavidad le quitó el anzuelo clavado en el labio inferior y al ver que lo lastimara inetriormente le pidió perdón. Recordando a su mamá lo devolvió al Medina. Ya casi estaba oscuro, era hora de volver a casa.

Cambios de estado

22/4/04
Recién entrada la primavera en Catamarca. La tarde apacible a la caída del sol era portadora de magia, los azahares desprendieron una andanada de fragancia que la suave brisa llevó hasta sus sentidos. De pronto, casi sin advertirlo, la mente atribulada por el cotidiano vivir cesó de trajinar, se dejó llevar por lo magnífico del momento, aspiró profundamente. Todo era perfecto para él. Ningún dolor o simple molestia, nada le perturbaba. Realmente un momento especial, nunca antes había experimentado esa sensación de placidez. Sentía flotar su cuerpo en un fluído acariciador, gozaba de él y con gestos suaves e involuntarios atraía más y más cantidad, para no saciarse nunca de aquella paz que vivía.
La magia se vio interrumpida por el llamado, el teléfono sonó largamente hasta que logró quitarlo de su éxtasis. Conservaba aún su estado de ánimo feliz al escuchar las lacónicas palabras que pronunciara el médico al otro lado de la línea. Debía ir al consultorio de inmediato, no había buenas nuevas. Después de su "ya voy doctor", comenzó a tomar contacto con la realidad recordando el motivo de los análisis, su molestia retornó, la paz iba dejando lugar a la tragedia. La mente comenzó a desembarazarse del narcótico que la naturaleza le inyectara apenas momentos antes. Recuperó la lucidez, rumiaba ya las palabras del doctor: "No hay buenas nuevas", "tengo que hablar de inmediato con Ud.", "las probabilidades son escasas". Retumbaban una y otra vez las recomendaciones, los retos, las palabras de consuelo y cuanta cosa buscó la familia para apuntalarlo. Comenzó a sentir falta de aire, la noche sin luna le provocó desasosiego, desamparo. Buscó en el interior de la vivienda un poco de calor de hogar, estaba solo. Lamó a su madre, casi a gritos y cuando recordó que ya no estaba en este mundo se sentò en una silla, extendiò un brazo sobre la mesa como implorando y llorò.

Dolor para el amor

24/03/04

El diálogo que escuchó Helena confirmó su presentimiento. Lejos de disgustarse se alegró, pues sintió en sus fibras íntimas que el amor triunfaba sobre los hombres. Ella integraba, ahora sabiéndolo, un triángulo amoroso.
Se sorprendió a sí misma expresando sus pensamientos en voz alta: “Tanto Julián como Sabrina son maravillosos. Destilan amor a su paso. Son uno para el otro y gracias a mí lograron encontrarse. Aunque me duela perder a Julián más me dolerá que él la pierda a ella”.
Por amor a su esposo decidió apartarse del camino, aún sabiendo que él la ama. La diferencia es que han compartido mucho tiempo de matrimonio, 30 años de tenerse Julián y Helena. ¿Cuánto más de vida?. Y él ¿No podrá nunca tener a Sabrina?.
“¿Cómo salir de la vida de ellos?”. Pregunta recurrente en la mente de Helena, a la que no hallaba respuesta. Pensó en las más diversas posibilidades y todas crearían un sentimiento de culpa en ellos, aunque los dejara libres. La viudez de Julián parecía ser el camino más adecuado, pero... ¿Cómo lograrlo?. Decidió desaparecer, podía cruzar al Paraguay sin papeles, luego ir a Brasil y no volver, la darían por muerta luego de un tiempo. Si bien deberían vivir el duelo de la pérdida lo harían juntos, que era el deseo de Helena.
Compró el pasaje para el 14 de marzo. Tomaría el colectivo que viene de Mendoza y pasa por Catamarca a las nueve y treinta. Iría a trabajar como todos los días y en el momento necesario simplemente se iría sin avisar a nadie. Sentía que su plan era perfecto. No podía fallar.
Lo que no supo era que no sólo su mente trabajaba para desatar el nudo gordiano que se planteó en sus vidas. Fue así que el 14 de marzo Julián decidió actuar y cortar definitivamente con esa situación. Suponía que sería lo mejor, aunque no supiera cómo lograr que Helena no sufra, debía poner blanco sobre negro. Sabrina no quiso dejarlo solo. Con este pensamiento, ambos fueron hasta las oficinas del Juzgado Federal, donde trabajaba Helena, le pedirían reunirse. Irían ese mismo día.
El colectivo partió puntualmente de la terminal, Helena se despidió con lágrimas de calles que no volvería a transitar. Sería acompañada por la imponente figura del cerro Ancasti hasta abandonar su tierra natal y con un sordo adiós desaparecería. Cerró los ojos diciéndose a sí misma: “Ya está echo”. Sintió un alivio inesperado y sin darse cuenta se durmió.
La secretaria del Juez López les informó que Helena estaba en el segundo piso y se demoraría un poco en regresar. Julián miró el reloj, faltaban cinco minutos para las diez, esperarían.
A las diez en punto tembló la capital de Catamarca, el edificio del Juzgado Federal literalmente se desplomó a causa de la explosión. Luego de varias horas encontraron a Julián junto a Sabrina, abrazados en un sueño eterno. El socorrista a cargo revisó las ropas de Julián, encontró un teléfono celular y simplemente apretó “redial”.
Helena atendió el llamado mientras miraba horrorizada las imágenes de la televisión. El localizador indicaba el número de Julián y presurosa quiso decirle que se hallaba bien cuando del otro lado escuchó un voz desconocida que le decía: “Si Ud. conoce al dueño de este celular vaya a la morgue del hospital San Juan Bautista y reconozca los restos de la bolsa 18. Gracias”.
Volvió, fue al hospital y reconoció dos bolsas. Julián y Sabrina estaban definitivamente juntos.
Helena lloró.

Josefina Abril

14/03/04

El primer domingo de Julio abrió sus puertas la XII Feria Cultural, nuevamente miles de adictos a todas las disciplinas llegaron para participar de conciertos, conferencias, presentaciones de libros, visitas a salones de artes plásticas, etc.
Se anunciaba una conferencia sobre Josefina Abril, por el historiador Ricardo Scabrini, bajo el lema:”Una mariposa que aletea en América puede originar un tifón en el mar del Japón”
Pronto nos dimos cuenta que no era una alocución más, se trataba de un verdadero transporte al pasado, con una muy bien lograda ambientación de la época y el lugar... de pronto no hallábamos en la Alemania de 1775. Pudimos “ver” el rostro y los gestos de un pequeño niño taciturno, quien jugaba solo en aquellas calles ciudadanas; cómo su mano se alzaba portando una batuta imaginaria, de pie frente a un auditorio formado por árboles, el Rin algunos pájaros... y cerrando sus ojos dirigía frenéticamente una orquesta multitudinaria.
La descripción de Scabrini nos permitió notar la presencia de una bella mujer, de tez ligeramente morena, quien lo observara todas las tardes cuando nuestro pequeño reproducía su imaginaria interpretación.
Pudimos entrar en sus diálogos llenos de ternura y sabiduría. La hermosa muchacha de grandes y expresivos ojos negros hablaba con dulzura y fueron éstos elementos los que atraparon definitivamente al pequeño. Ella le habló de música, le enseñó música. Los primeros garabatos que vio el niño, trazados finamente sobre un sendero cercano al río, fueron notas musicales dibujadas por su hada. Fue la que lo tomó de la mano para conducirlo por el camino de tan hermosa expresión del arte. Le explicó que todos debemos entregar lo que anida en nuestro corazón, que nuestros sentimientos deben ser nobles y que podemos traducirlos en música. Que no necesitaría de una orquesta, que no le sería necesario escuchar la interpretación de sus obras, pues el más mágico y e inconmensurable sonido sólo podría sentirlo en su interior.
Supimos que la llegada de Josefina Abril a la vida del pequeño quedó registrada en una de sus cartas, encontrada recientemente. En ella menciona su agradecimiento, en textuales palabras: “A aquella mágica mujer que me permitió entrar a la música, expresarme con ella, amarla y poderla escuchar en mi mente, ahora que estoy sordo”. De pronto Scabrini nos sacó del mundo mágico en que estábamos: “Señoras y señores, con este breve relato quisimos rescatar del anonimato a quien halla sido quizá la mariposa que aleteó en América: la desconocida, hasta ahora, Josefina Abril. Además debo decir que la carta hallada recientemente lleva la firma, comprobada por expertos calígrafos de Ludwig Van Beethoven. Muchas gracias”.

Nuevamente Juntos

24/10/2003

¡Te vi! ¡Te vi de vuelta Cristina!
Estabas, bueno… en una situación un tanto difícil. La camilla de la ambulancia sujetaba tus débiles miembros… para que no te caigas. Dos muchachos fuertes, quizá como tus nietos, cargaban fácilmente contigo, tan livianita ya… No podías dominar la cabeza, con la boca abierta y tus bellos ojos negros cerrados.
Te llevaban para hacer no sé que estudio nuevo sobre tu maltrecho organismo. Sondas, catéteres, cables, sensores, agujas, sueros y no sé que más formaban parte de esa lista de “insumos” con que trataron de prolongarte la vida.
¡Cómo nos separaron las circunstancias! Papá y Mamá te adoran, aún hoy. Igual que yo, que a pesar del tiempo siempre te esperé.
Cuando te casaste estuve allí, sé que me “viste”. ¡Qué alegría al nacer Horacio!, pude sentir el palpitar de tu corazón y ese agridulce que te apareció cuando pensaste que podía ser nuestro hijo. Sentí tu homenaje. Siempre me amaste, siempre te amé, siempre nos amamos.
Ricardo, tu marido, ha sido siempre un ejemplo de esposo y Padre, honesto, humilde, fiel. Siempre te amó… me lo dijo y sintió también tu correspondencia. Hoy él reconoce que su corazón está junto a su primer amor, lo que me pasa a mí…
Siempre volvemos al primer amor, no importa el tiempo, el lugar, la situación. No importa, siempre se vuelve al primer amor.
¡Te amo Cristina! ¿Me oyes? ¡Te amo! Y estos últimos días te escucho decirme al oído: “Te amo Sebastián, te amo, volveremos a estar juntos”.
Los chicos de la ambulancia te tratan bien, como lo harían con su abuela. Luego de estudiar algunos parámetros de tu cuerpo te llevan nuevamente a la sala del sanatorio. Allí está Eloísa, mirándote con el dolor con que un hijo padece la enfermedad de una Madre.
A tu bella y frágil Eloísa le encantaba pegarse a ti, desde que le diste el pecho por primera vez y aún cuando ella dio el pecho por primera vez.
Como buena hija ayudó a acomodarte en la cama, alisó tu arrugado camisón de clínica, perfumó suavemente la almohada y luego de taparte se acurrucó sobre tu pecho, para sentirte. En tu rostro se dibujó una sonrisa que no pudo ver, pero sintió como un mensaje… ¿Quizá de despedida?
Luego, delicadamente, dejaste de transmitir el suave ritmo de tu corazón. Eloísa comprendió y finalmente sonrió al sentirse aliviada por ti, ya que habías emprendido tu siguiente viaje.
Con un nudo en la garganta y la cabeza aún sobre tu pecho, apenas articuló un ¡Chau Mamita! ¡Qué seas feliz! ¡Espéranos!
Me acabo de colocar el traje blanco, con un clavel rojo en la solapa. Tú llegas con un vestido brillante, níveo, con una gran cola de tul…
¿Notaste Cristina que aquí no tenemos edad sino sólo corazones?
Quiero decirte que aquél accidente no me separó de ti, que sólo nos dio un compás de espera de apenas una vida y permitió que afianzáramos nuestros sentimientos.
Ya lo ves, continuamos donde lo dejamos, estábamos por casarnos. Aquí viene Ricardo y su esposa a traernos los anillos.
Todos estamos felices, tu papá te llevará al altar. Las madres serán madrinas y los papis padrinos.
Tus hijos y nietos se han reunido porque partiste. Hagámosle partícipes de nuestra alegría. Aunque estén tristes, digámosle que estás bien y que eres feliz.
Eloísa acomoda tus pertenencias y piensa en ti. ¡Qué gran corazón tiene esa mujer Cristina! ¡Qué gran corazón! Realmente te ama.
Tu maravillosa hija se acerca a Horacio y juntos se reúnen con sus cónyuges, hijos, sobrinos y nietos. Parecen reunidos para una fiesta familiar. Con lágrimas en los ojos Eloísa propone un brindis por ti. Todos, en total silencio elevan las copas, sumidos cada cual en sus propios pensamientos. De pronto, sin acuerdo previo y realmente al unísono exclaman: ¡¡¡Que seas muy feliz Mamá!!!