Catamarca letras

martes, julio 18, 2006

Autobiografía nunca publicada

Se nubla mi vista, aún veo a Jackeline saludando a las multitudes, mi brazo en alto se desploma, un gesto de dolor me cubre el rostro. Me veo a mí mismo caído en el interior del automóvil presidencial. ¿Que hora marca el reloj? Hoy ... ¿Qué día es hoy?, siento que este es el último día de mi vida y creo que no podré terminarlo; hoy... no volveré al hogar, hoy no jugaré con mis niños, hoy no volveré... Dios se apiade de mí y proteja a los míos.
Vuelve el sabor amargo por aquellos soldados que matamos en La guerra del Pacífico y a pesar de las felicitaciones recibidas, aún hoy conservo las imágenes y ahora que estoy muriendo se hacen más vívidas. Dios..., cuántos errores. Dios, cuántos horrores...
La película de mi vida sale proyectada a velocidad vertiginosa, los momentos bellos... ¡Quisiera retenerlos!, se escapan. Mis niños..., mi madre..., mis dolores..., todo, todo llega y se escapa velozmente. Estiro mi brazo imaginario, más no puedo apresar nada de lo mío. ¡Claro..., comprendo..., es la vida la que se me escapa.
Hubo acontecemientos que dibujan en mí una sonrisa, bellos momentos. Parece que fueran los más veloces para llegar e irse.
Hubo asuntos de estado que como presidente tuve que resolver. La derrota de Bahía de los Cochinos no me dejó más remedio que respetar a Cuba; Kruschov me obligó, para detener más derramamiento de sangre.
Ahora, qué diferente se ven las cosas. Estoy muriendo y recién comprendiendo... ¿Dónde estuvo el amor en mi vida, dónde las pausas de sosiego que brindan las familias?. Soy el presidente... tanto poder en mis manos no pueden detener mi “abandono al cargo por razones de salud”. Llegó el máximo galardón para la vida de un hombre, llegó para mí la corona de la vida.
Hoy, precisamente hoy, el último día de mis días. Jackeline... ¿Dónde estás?
Algunos logros pasan por mi película. El haber impulsado la legislación sobre los derechos civiles de los negros y la estimulación del desarrollo económico de Iberoamérica, me reconforta. Siempre tuve gente que me criticó, y que me alabó. Doy gracias a Dios por todos ellos, me siento muy honrado por sus posturas, todos fueron patriotas.
Se acaba mi tiempo, caigo ya. Mamá, perdóname por haberte hecho sufrir en 1917, ¿Recuerdas mi nacimiento?, yo ahora sí lo recuerdo. Mis niños, los amo... veo sus manitas acariciando mi rostro recién afeitado y sus vocecitas llegando a mi corazón, diciéndome, Papito Lindo.
Muero, aclamado por multitudes. Le pido perdón a mi asesino, pues fui motivo más que suficiente para impulsarlo a realizar semejante acto.
Adiós.
John Fitzgerald Kennedy
Ó Armando V. Favore