Catamarca letras

sábado, agosto 26, 2006

Para la pequeña

Para La Pequeña

Se detuvo un momento a mirar por encima de su hombro, escoba en mano, a la otra habitación y vio a su hija esforzándose en un nuevo intento por obtener algo melodioso de aquél veterano y un tanto derruido instrumento musical: el piano del abuelo.
Recordaba aún el día de su nacimiento, no fue un parto difícil, pero esas ansias de conocerla, de estrecharla en su pecho y verla, mirarla.... No cabía en sí misma de la emoción de que un ser, otro ser, partiera de sí. Ella que nunca pensó ser tan importante como para que Dios se ocupara de hacerla mamá.
Pero después de ocho años de aquél increíble momento, la seguía mirando sin creer aún que sea hija suya. Ese sentimiento, por momentos contradictorio no la eximía del sentido responsable de la educación de su niña.
La pequeña alzó la vista y la mirada se cruzó con la de su mamá, automáticamente ambas se sonrieron como una señal de ese pacto no escrito que hay entre dos seres unidos, más que por lazos de sangre, por lazos de amor.
Al ver la sonrisa de su mamá sintió amor por esa mujer joven que hacía mucho más de lo que se podía con sus escasos recursos económicos y sabía que no debía exigirle, pero ella amaba el piano y sus sonidos perfectos, entonces intentaba una y otra vez coordinar su oído con sus manos. Quería paladear el placer de escuchar el piano y ser su ejecutora.
¾ “¡Ay querida!, ya te dije que no perdieras más el tiempo queriendo sacar algo de ese pobre piano. No solo ya es viejo y un tanto desafinado sino que no sabemos quién podrá darte un buen ejercicio musical para que le tomes el gusto a sentarte frente a él. Ven ahora y ayúdame en las tareas de la casa”.
Mientras la niña secaba los platos le comentaba a su madre:
¾ “¿Sabes que ocurre? Veo a otros chicos que tocan tan bien el piano y los que todos admiran..., en cambio yo, por más que intento e intento no logro nada bueno. Solo consigo molestar con mis sonidos disonantes y la falta de armonía al unir las notas musicales. En fin, más que música parece ruido, ¿No mami?. Tendré que dedicarme a otra cosa y abandonar este sueño, pero es que me gusta tanto, me siento feliz, como flotando en el aire cada vez que alguien interpreta bien algún tema, especialmente en piano. Imagino si fuera yo la que lo lograra. No sé si me entiendes. Cosas que se me meten en la cabeza, pero ya se me va a pasar”.
Las dos se pusieron a reír.
Pero la franqueza, la fuerza con que la niña hablaba del tema y sus permanentes esfuerzos, hicieron que la mamá tomara la decisión de hacer reparar y afinar el piano y que su pequeña tomara clases , para que ese anhelo no formara parte de la interminable lista de sueños frustrados de la humanidad. La cosa era cómo... pero siempre hay una salida, pensó.
Y así, mágicamente, consiguió trabajo extra, ya que una comerciante de la zona le pidió que cocinara tortas y pasteles para vender en su negocio.
Comenzó a cocinar lo que le solicitaban con la firme intención de que el dinero recaudado fuera para la reparación y afinado del piano. Luego si la tarea seguía en marcha podría pagar las clases de la niña.
Llegó a reunir lo suficiente para que el piano fuera reparado y afinado. El técnico que lo atendió le habló de las bondades de un instrumento semejante y le recomendó que lo cuidaran.
Antes de comenzar con las clases, la niña saltaba de contenta. Pero la señora que les compraba las tortas enfermó y tuvo que cerrar su comercio.
Esto no tiró atrás el empeño de la mamá en lograr las clases de piano para su hija. Así que tomó coraje, decidió ir a ver a ese músico que vivía cerca de allí, plantearle su dificultad económica y su resolución de no perder más el tiempo esperando la oportunidad de tener dinero suficiente, temía que su hija abandonara ese sueño pensando en las dificultades que le ocasiona.
El músico, un tanto huraño en el trato, comprendió los sentimientos de la niña y se ofreció a ayudarla en lo que estuviera a su alcance, pero no garantizaba nada pues no sabía qué iba a hacer, tenía múltiples ocupaciones y el tiempo no le era suficiente.
Luego de unos días apareció el músico por la casa de la niña, pidió permiso y se sentó al piano. Tocó la nota Mi, hizo un gesto de admiración y comenzó a componer un tema musical, dejaba de tocar y anotaba en un papel, tocaba otro poco y anotaba. Finalmente escribió e interpretó toda la obra, se levantó bruscamente, dando por terminada su tarea. Saludó y salió de la casa.
La niña corrió a la calle y tirando de sus ropas le dijo:
¾ ¡Gracias, señor! Es muy bella la canción que preparó para mí, me sentiré más segura frente piano.
Como no escuchaba muy bien, el músico se agachó, entonces la pequeña y frágil niña, abrazó el cuello del gran compositor y le dio un sonoro beso en la mejilla, que por un momento lo sorprendió, pues no estaba acostumbrado a recibir afecto.
El hombre, de alborotada cabellera, un tanto desconcertado se levantó e interrogó a la niña:
¾ ¿Cómo te llamas?
¾ Elisa, señor, Elisa - Respondió poniendo sus manos como bocina
Encantado Elisa... encantado, mi nombre es Ludwig.