Catamarca letras

martes, julio 18, 2006

Regreso

Un nuevo despertar en esta larga, eterna sucesión de regresos. Sin poder manejar los ciclos, prisionero por aquella maldición; atado, pareciera con grilletes de acero, sujeto también a conseguir ese alimento el que cada vez que despierta se transforma en su único objetivo... nutrirse con el insustituible líquido que no sólo representa la vida misma para sus víctimas, también contiene su poderosa fuerza psíquica.
No sabe dónde se encuentra su actual morada mortuoria. Necesita volver a recibir energía vital, el dolor acude a sus músculos que comienzan a tensarse, la incómoda posición lo apremia a salir, el escaso aire del pequeño habitáculo le invade, lacerando sus pulmones. Exhala luego de décadas un flujo gaseoso que araña con ferocidad sus adormiladas cuerdas vocales; un desagradable gruñido emana de su interior.
Vuelve a la vida con la pesada cadena del pasado, que en su psiquis se repite una y otra vez atormentándolo; recuerda con fuerza de remordimiento la cobarde actitud que tuviera hace ya..., cuando destruyó aquel hogar, el de la increíble Enriqueta. Su solo recuerdo lo transporta al pasado, cuando no dominaba el impulso avasallador de su vehemente juventud.
“Para quienes la conocieron, Enriqueta era todo lo que un hombre puede pedir de una mujer, de trato dulce y femenino, pechos generosos, un talle perfecto, formas inigualables en una proporción que la hacían altamente deseable, desde todo punto de vista. Ella fue, sin duda la mujer que lo hechizó... con una sola mirada, la de aquellos ojos verde agrisados, ocultos tras mechones rojizos escapados de su abundante cabellera. La joven por la que perdió los estribos, desatándose en él una pasión desenfrenada... que terminó mal... aún hoy debe pagar sus consecuencias”.

Por momentos evade los recuerdos, el aire no es suficiente, necesita respirar; con un esfuerzo, que le parece hercúleo, logra desplazar una tapa corrediza, al momento más aire llega a su pálido rostro; abre los negros ojos, cubiertos por doloridos párpados de grandes pestañas y allí, en la semipenumbra, teñidas de plata por una espada de luz que atraviesa lo que parece ser un desvencijado portón, están las imborrables imágenes de lo ocurrido en 1318; acuden como crueles y certeros cuchillos para clavarse en su mente atormentada, condenado está y debe revivirlos una y otra vez, a cada nuevo despertar, por toda la eternidad.
“La dulce Esther..., desde la adolescencia insinuaba ser particularmente hermosa, como su madre Enriqueta. La dulce Esther..., presenció el asesinato de su padre, vio un río de sangre correr desde la sonrisa que la acunara de pequeña, luego centró su mirada en el rostro pálido, alargado y de cejas delgadas, reconociendo en el criminal al amante de su madre. La doncella quedó atrapada; cuando su propia sangre comenzó a brotar, abriéndose camino hacia el torrente paterno y notando la inminencia de lo inevitable, invocó la presencia de los mundos paralelos y con la fuerza de su virginidad conjuró al miserable condenándole a tener que alimentarse, por toda la eternidad, de aquella sangre que hizo correr”.
Lentamente se incorpora, nuevos dolores acuden a cada rincón de su antiquísimo cuerpo, pero ninguno se asemeja al que siente dentro del pecho, dolor por recuerdos, dolor por remordimientos, dolor por el dolor de Enriqueta, dolor por la insalvable herida...
“Enriqueta reconoció el error, luego de vivenciar el horror. No cabía en ella tanto sufrimiento, se mortificaba por haber permitido entrar en su vida el espíritu avasallador de semejante hombre. Conciente de su culpa y lamentándose, con un dolor que perforaba su corazón, decidió, contrariamente a la enseñanza recibida, que él ya no debía seguir viviendo y ella ocuparía el lugar de inmisericorde verdugo.
Arribó a la casa del bosque, la misma que los cobijara cuando su espíritu inquieto buscó en ese hombre la calidez retaceada por su marido, allí lo halló. La misma cabaña, cuyas mudas paredes observaron cuando, atribulada, prefirió las suaves y delicadas manos avanzando por su intimidad, a la rudeza de las callosas y enormes que la sujetaban luego de la faena marina.
Esperó angustiada hasta que la luna se enseñoreó de la noche. Tomó las herramientas para matarlo, una estaca de madera y un gran mazo. Lentamente se acercó al lecho en que tantas noches creyó amarlo y ahora, sin odio ni rencor haría lo que debía... por primera vez en su vida. Procedió, sin que su pulso tiemble, conteniendo la respiración, a dar un único y certero golpe sobre la estaca, haciéndole estallar el corazón. La sangre salió, buscando formar su propio cauce. Ella posesionada, con un grito estentóreo lo maldijo:
¾ ¡Por toda la eternidad serás maldito! ¡Deberás resucitar una y otra vez!. ¡Sólo hallarás paz cuando una estaca de madera te perfore el corazón; la mano que lo haga deberá poseer toda la fuerza de la virginidad!. Mi espíritu sufrirá eternamente, en cada recuerdo que tengas de mí.
El asesino tuvo un momento de conciencia y comprendió, quiso arrepentirse... mas la vida lo abandonó.
Enriqueta cayó al piso y entró en un breve sopor manchándose con la sangre de su destrucción. Luego corrió con desesperación hacia el cercano acantilado. Apenas una sombra cruzó los primeros rayos del alba, mientras unas leves olas rompían en las rocas esperando aquél destino de dolor y horror”.
Despaciosamente se acercó a la única abertura del lugar, doloridas manos giraron el picaporte del derruido portón; logró abrir lo suficiente para salir al exterior, la luz natural le hirió, mostrando una imagen cadavérica de ojos sanguinolentos y vestimenta negra. Reconoció el lugar... era un cementerio, pensó para sí: “Por su puesto”. A lo lejos, un cartel que adivinó escrito en español, incrementó sus incógnitas. Grabó en su memoria milenaria lo que parecía ser un nombre del que jamás tuvo noticias: “Catamarca”. Una nueva esperanza se abre para su espíritu atormentado, quizá en esta tierra encuentre una virgen que quiera matarlo.


Ó Armando V. Favore