Catamarca letras

martes, julio 18, 2006

Los Cisnes

Las imágenes se sucedían con una velocidad que tensaba al espectador. Una llamada anónima al departamento de policía los puso en marcha. De pronto todo se detiene, el inspector abre lentamente la puerta de la habitación matrimonial, con una pistola 38 en la mano derecha, la música de la película, acorde al momento ayuda a generar mayor suspenso frente a la pantalla. De pronto, con la pistola en la mano, avanza, cruza la sala, atisba infructuosamente por la ventana que daba a la calle oscura y desierta. Se dirige al baño, la puerta estaba entreabierta con la luz interior encendida. Cautelosamente decide investigar, abre la puerta y mira al espejo de la pared en un rápido movimiento, escudriñando el ambiente, ingresa, extiende la mano izquierda y descorre la cortina de la bañera. La cámara cruel enfoca en primer plano el cadáver que yace sentado dentro de la bañera. No hay manchas de sangre, todo está perfectamente limpio.
– ¡Germán! ¡Germán, mi amor!. Te dije que no quería que vieras televisión a estas horas. ¡A dormir, que mañana tenés que ir al colegio!
El niño a regañadientes apagó el televisor, pero reconoció que de todas formas la película logró asustarlo mucho. Ver a ese hombre de pelo castaño, con barba tcandado, igual a la de su papá, muerto en la bañera, con los grandes ojos verdes abiertos, vestido con camisa blanca, pantalón y corbata marrones, medias negras y sin zapatos, sumado a la tensión generada justo antes de descorrer la cortina, era para asustar a cualquiera.
Durante toda la noche estuvo soñando con esas imágenes aterrorizantes, vivenció la tensión del momento y despertó con un grito ahogado. Se dijo a sí mismo que por tratarse de una película no debía tener tanto miedo, que todo era una mentira, que nunca pasó y etc., etc., etc. Pero al intentar dormirse, nuevamente aparecen las escenas, una y otra vez. Por fin se durmió, vencido por el cansancio.
Al día siguiente ingresó al baño y vio la cortina de la bañera extendida, cubriéndola, se asustó y con el palo del escobillón procedió a descorrerla comprobando que en el interior de aquél inocente ambiente no yacía ningún cadáver.
Nunca más pudo superar esa situación, cada vez que ingresaba al baño descorría la cortina por temor a encontrarse con un muerto en la bañera.

Pasados ya los 25 Germán decide casarse con aquella dulce niña que conociera en su tierna infancia: Griselda. Compartieron todo, los secretos más íntimos, los dolores, las decepciones y los miedos.
Ella sabía de su ansiedad referida al baño y la respetaba. De todas maneras compró una cortina para cuando venían visitas, quería adornar el ambiente y lo logró con blancos cisnes que nadaban junto a juncos en flor, mientras el ocaso teñía el paisaje.
– Me encanta tu barbita, mi amor. – Indicó Griselda, mientras acomodaba la corbata marrón sobre la blanca camisa – Es igual a la que tenía tu papi cuando eras chico... Me tenés enamorada.
¡Ah! Te preparé el pantalón haciendo juego con la corbata que te queda bárbaro, así estás lindo para ir a esa reunión, el único detalle es que sólo tengo medias negras para que te pongas, pero... como nadie mira, pueden pasar desapercibidas.
– Gracias tesoro – respondió él dedicándole una mirada llena de amor con aquellos grandes ojos verdes que lo caracterizaban – extendió los labios invitándola y se besaron largamente.
A su regreso Germán se dirigió al baño y vio el grupo de cisnes junto a los juncos. Pensó: “Mirá que le dije a Gri que no quería que se note el dibujo. También yo, estoy portándome como un histérico con el asunto del trauma ese, tengo que abandonar las bobadas, voy a dejar todo así y hablo con ella para que me ayude. No, antes me saco los zapatos, entro, toco por todas partes, me aseguro bien que no haya nadie, extiendo la cortina y nunca más seguiré con este asunto. Está decidido, por la mañana le daré la buena noticia a mi amor.”
Griselda esperó en su cama el regreso del esposo hasta muy entrada la noche, vio dos películas y finalmente el sueño la venció. Despertó abruptamente, atribulada y con gesto decidido se dirigió al baño, tropezando con los zapatos de Germán. Los miró con sorpresa y llamó – Germán, Germán, mi amor. ¿Dónde estás?. Los cisnes la miraban impávidos, el escarlata del sol hirió sus ojos ¿o su corazón?. Una fuerte oleada de adrenalina aumentó abruptamente sus pulsaciones, el pecho se agitaba con violencia, un presentimiento nefasto se apoderó de ella, el temor la paralizó. Miró sin ver el paisaje y trabajosamente descorrió la cortina.
El edificio de departamentos pareció erizarse al resonar en sus paredes el desgarrador grito de una mujer.


Ó Armando V. Favore