Catamarca letras

martes, julio 25, 2006

Llévame contigo

Algún lugar, cualquier fecha

Querido Esposo:

Escribo la presente, esperando te encuentres como nosotros. Aquí vamos andando la vida. Estamos bien y aunque lo sabes tu décimo, perdón nuestro décimo bisnieto te envía sus cariños. Él adivina que yo te hablo seguido y que te escribo de vez en cuando.
Supongo, al menos esa es mi intención, que ésta será la última carta que te envíe. Sé que no estarás triste por esto pues te “dejaremos” para que realices otra etapa más de este viaje universal que alguna vez emprendiste al comienzo de tu tiempo. Los saludos que te enviamos no son de despedida final, pues sabemos que más tarde o más temprano nuestros caminos se volverán a cruzar. Solo espero que podamos darnos cuenta y que le demos sentido de continuidad a nuestro futuro encuentro en este maravilloso planeta o donde Dios diga que nos reunamos.
Por ahora solo me queda el recuerdo de todo lo que pasamos juntos en este mundo. Siempre te decía que me parecía haber vivido contigo anteriormente y tu respuesta era esa mágica sonrisa que te caracterizaba, acompañada de un “Quién sabe”.
Es a través de estas líneas como mejor me expreso, y siento en este momento la necesidad de decirte: ¡Gracias!. Gracias por la vida que pudimos hacer juntos, que sin tu aporte... hubiera sido una desgracia. Reconozco que muchas veces no nos tratamos bien y que casi nos separamos, pero tu forma de ser, esa de ponerle el pecho a los problemas, ya sea tratando de comprenderme o resignando un pedacito de lo tuyo por el bien de los dos, o de los seis que éramos por aquél entonces. Las veces que te tragaste tu orgullo de varón, por el bien de la familia. Siempre dedicado al trabajo y a nosotros, nunca te hallé en un renuncio. Eras tan íntegro....
Aprendí mucho de ti, y en tu modestia me decías que tú lo hacías de mí. Creo que ambas cosas ocurrieron, como aquella vez que enfermó el mayor y desesperaste. Al verte tan dolorido por la salud de nuestro pequeño pensé que tendríamos a dos enfermos en lugar de uno y no se de dónde saqué coraje y valor para apuntalarte y este gesto logró que pudieras rehacerte. Al verte mejor me sentí más aliviada y entonces lloré amargamente para desahogar mi corazón inquieto por la incertidumbre acerca de lo que podría pasar. Lloré, lloré sobre ti, nunca me faltó tu hombro cuando te necesité. Estuvimos uno junto al otro. Juntos, siempre juntos.
La vida que nos tocó compartir, desde aquella vez en que nos conocimos en un pic-nic del día de la primavera, empezó con nuestros tempranos 10 años. Hoy cumplo apenas 81 y he pasado casi 70 al lado tuyo: la escuela primaria, luego la adolescencia, estaba tan enamorada..., suspiraba todo el tiempo recordando tu cara de ángel y sonrío ahora al recordar con qué entusiasmo me mostraste la maquinita de afeitar que te prestaba tu papá. Ya te sentías un hombre, y yo, al verte siempre grande me sentía mujer. Crecíamos juntos y la emoción me invadía por estar tú en mi corazón y más aún sabiendo que yo habitaba en el tuyo.
Siempre confiamos el uno en el otro, jamás se nos ocurrió pensar en que podría empañarse nuestra relación, que nació tan pura. Recuerdo nuestro primer beso. Los dos temblábamos... fue tan espontáneo, como si un ángel nos acercara y sellara nuestro futuro. Aquél acto fue solemne, nos besamos tan, tan dulcemente. Durante esos breves instantes en que nuestros labios se tocaron se selló un pacto entre los dos. Un pacto tácito que tú y yo hemos respetado durante casi 70 años, hasta que la muerte te arrebató de mi lado. Sonreímos con frescura delante del sacerdote que nos casó al recordarlo.
Apenas setenta años enamorada de ti y más de uno extrañándote.
Cuando uno dice ¡Gracias!, muchas veces no se da cuenta de su verdadero significado, pues no tiene en cuenta que lo mejor que podemos recibir de Dios es su “Gracia”, la Gracia Divina y ese es el deseo que lleva implícito el agradecimiento. Por esto una vez más te doy las Gracias, amor mío. Gracias por tenerme siempre enamorada de ti, gracias por haberte enamorado de mí. Gracias por tu respeto, gracias por el honor que me has hecho al transformarme en tu esposa y por haberme elegido como la madre de tus hijos. No pasó en vano nuestra vida.
Aunque nuestros hijos, nietos y bisnietos dicen que cuidan a “La Abuelita”, yo cumpliré con mi promesa hecha en tu lecho de moribundo y cuidaré de todos los descendientes de aquél primer pic-nic.
Esta carta, al igual que las escritas después de tu muerte la quemaré, que nadie pueda leerla nunca, pues es una carta para ti. Al quemarla no podrá ser modificada, ni destruida, pues ya la habrás leído.
Solo me resta pedirte que, a pesar de encontrarte en otro mundo, con distintas actividades, no te olvides de mí. Sigo siendo una niña frágil sin el amparo de tus manos y brazos, sin tu sonrisa. Sigo enamorada de ti, te necesito, te amo, te amo....
Llévame contigo, amor mío.
Recuerdo nuestro último beso cuando te despediste de mí. Dame un nuevo beso amor mío... un nuevo beso que no sea efímero... que dure toda la eternidad... pide a los ángeles que vuelvan a unirnos.




Por siempre tuya, tu esposa


© Armando V. Favore