Catamarca letras

sábado, agosto 26, 2006

Para uno, para todos

Para uno, para todos
Catamarca, 14 de octubre de 2000

Querido soldado de Malvinas:
Te escribo la presente esperando te encuentres bien, al igual que yo.
Se que no me conoces y quizá no tengas oportunidad de hacerlo. De todas formas a ti sí te conozco, soldado desconocido de Malvinas, soldado conocido que a pesar de tus 18 años y sin experiencia militar alguna dijiste ¡Si! a la libertad de tu Patria, la misma que hoy y ayer compartimos.
Porque se te pidió un grito de coraje, se te pidió un acto de arrojo, o muchos actos de voluntad, de valentía. Se te pidió, se te obligó a que demostraras ser hombre y no te hiciste rogar ni esperar.
Nadie le mezquinó a esta tierra, nadie se ocultó, nadie le dijo ¡No!. Nadie, del común de las personas se negó. Todas las madres se desprendieron de sus hijos, que los militares de turno convocaban nada menos que al frente de batalla. Que los militares de turno convocaban a la muerte y enviaban a nuestros chicos de Malvinas a morir.
Queda la duda de si fue para defender nuestra Patria o los mezquinos intereses de algunos poderosos. ¿Me queda la duda? o tengo la certeza de lo ocurrido.
“¿Adónde te llevarán hijo mío? ” Se escuchaba en una casa de Morón. “¿Dónde te llevarán hijo mío?” Se escuchaba en una casa de Dean Funes, en una de Olta, en una de La Banda, en una de Gral. Pico, de Río Cuarto, de Rawson, de Ushuaia, de Andalgalá, de Luján, de
Clorinda, de Resistencia, de Posadas, de Ituzaingó y en cuanto rincón tuvieran las Madres Argentinas un hijo para dar a la Patria, un hijo para el frente de batalla, un hijo para que sea carne de metralla y en todos esos lugares la respuesta fue la misma: “¡Voy a defender mi país!. ¡Quedate tranquila Vieja, voy a estar bien!”.
Y por último contacto el beso en la frente que el niño, ahora hombre, daba a su madre, como un símbolo de protección que él otorgaba a quien hasta recién lo amparaba.
“¡Chau Vieja! ¡Te quiero un montón!”. Se escuchaba en todos los rincones de nuestro territorio.
Y partiste hacia el sur, cargado de ilusiones, de temores, de sabores raros en tu boca, de ganas de ganar esta guerra y que por inútil, estúpida y sin justificación que fuera, tú ibas a lucharla.
Lo que no imaginaste ni por un momento fue que te tocaría pasar frío, sed y hambre en esas islas tan inhóspitas, nada menos que a mediados del otoño. Creíste que te vestirían con las ropas militares del ejército, con uniforme de batalla, pero nunca pudiste prever que esos vaqueros comunes o de marca serían tus únicos pantalones, que la camisa que te planchó la vieja y los pulloveres que ella tejió o te compró serían tu único abrigo, que tendrías que ponerte varias medias juntas. Todas ropas de tu casa, que tu viejo compró. Nunca pensaste que a pocos metros de las bases argentinas pasarías necesidades elementales, como que te faltara agua o comida, nunca lo pensaste.
No podías creer cuando te contaron que tus conciudadanos enviaban cigarrillos y chocolates, alimentos de todo tipo para tratar de aliviarles el trago amargo, no podías creerlo porque nunca llegaron.
Y vos que fumabas, tuviste que darle al teniente la medallita de la comunión a cambio de dos paquetes de cigarrillos, que a su vez compartiste con tus compañeros de lucha, pues no tenían nada que canjear.
El paso del tiempo allí en Malvinas te demostró quiénes eran los verdaderos valientes, que el coraje y el valor de defender a tu país lo llevabas vos y no quienes te hicieron llegar hasta allí; quizá porque eso se necesitaba y las autoridades no lo tenían. En fin: alguien tenía que morir por la Patria y ese alguien eras tú.

Viste a muchos compañeros tuyos que quedaron en esas desoladas tierras, algunos amigos, otros conocidos y todos compañeros de esa etapa tan importante en tu vida.
Volviste, por eso puedes
leer esta carta, volviste y no puedes creer, aún te asombra que finalizada la última batalla, se acabaron las muertes. Te sorprendió que los milicos ingleses, profesionales de la guerra te llamaran “bambino”, es decir niño en italiano. Y siendo prisionero recibiste comida caliente y fuiste encerrado en la bodega de un barco. Te sorprendió que te trataran con corrección, mejor que tus jefes, a pesar de ser tus enemigos.
Recuerdas a tu compañero que no entregó la bandera, que cuando vieron que los atraparían se vistió con ella, a modo de ropa interior, dispuesto a jugarse si lo descubrían. Ese muchacho, otro soldado desconocido como vos, te dijo que lo último que haría sería entregar su bandera, nuestra bandera y que antes deberían pasar sobre su cadáver y aún después de muerto no la entregaría pues si su alma se desprendía del cuerpo, también lo haría el alma de la bandera, el alma de su país. Que no interesaba morir por ella, lo importante es que ella no muriera. Después de todo él tenía un cuerpo que podían arrebatárselo y la bandera entregaría un trozo de género coloreado, pero nunca, nunca entregarían sus almas.
El abrazo que le diste y las lágrimas que escaparon de tus ojos en ese momento, dejaron perplejo al guardia que los vigilaba.
¿Y el chico de Monte Kent, que lo dieron por muerto?. El vivía en Bulogne, en el gran Bs. As. Vos tuviste que cargar el carromato con tus compañeros muertos luego de la batalla, pero no mirabas los rostros, no podías, no querías reconocer a nadie, todos estaban muertos aseguraba el enfermero que pasaba antes que vos. No mirabas los rostros pero algo te dijo que al chico de Boulogne lo mires, casi como un acto reflejo, y al verle la cara te pareció que sonreía, lo volviste a mirar y la sonrisa cambió de forma. Movía el rostro y supusiste que no se trataba de un acto reflejo post-mortem, estabas seguro de que vivía. Llamaste a tu superior y te dijo: “¡Déjese de pavadas, soldado!. Pero vos porfiaste, te sacaste la manta que te cubría y lo tapaste. Fue tanta tu insistencia que otros chicos te ayudaron y comprobaron tu sospecha; así es que tu compañero fue, con un balazo en la cabeza, al hospital de campaña, de allí al del continente y luego al de Bs.As.
El general B. paseaba por el hospital para saludar a los heridos, para que le cuenten sus experiencias y para que los chicos-soldados crean que los acompañaban desde el alto poder de La Patria.
Te reías cuando te contó el chico de Boulogne que el general B. se le acercó e interesado por su salud le preguntó: “¿Y a Ud. soldado, qué le pasó?”. A lo cual le respondió: “¿Y a Uds. gral., qué les pasó?”.
En fin, historias que tu conoces desde adentro y a las que yo refiero queriendo hacerte llegar de alguna forma este
reconocimiento, aún después de 19 años. Que no pienses que fuiste olvidado.
Pretendo que estas líneas sirvan como reconocimiento de un ciudadano común y sin poder a otro ciudadano común que demostró ser poderoso.





Gracias