Catamarca letras

viernes, septiembre 01, 2006

EL AMOR

Era una hermosa mañana de sol otoñal. Me dirigí por primera vez a la biblioteca, suponiendo encontrar textos sobre aquello que estaba estudiando. Me acerqué hasta la gran mesada donde ella atendía y pasó a ser mi interlocutora personal. Poca gente frecuentaba el lugar a esa hora y nadie requería que lo atienda, solo yo. Tuve un instante de abstracción y la imaginé parada junto a mí, su altura igual a la mía, su rostro cerca, muy cerca del mío, sus labios rosados...
- ¿Qué necesita señor?. Fue su pregunta.
Tuve un instante de turbación, no sabía qué responder, la tenía tan cerca... y de pronto la vi, muy formalmente vestida y dirigiéndose a mí en forma profesional, al otro lado de la mesada. La miré con cara de desconcierto y ella con un gesto de paciencia en ese..., ese bello, perfecto, hermoso y maravilloso rostro. Y pude ver desde dónde partían esos sonidos arrobantes que formaban su pregunta, pude ver esos naturales labios rosados que provocaron nuevamente mi abstracción.
- ¿Qué necesita señor?. Volvió a preguntarme y entonces, sacudiendo la cabeza pude responderle.
- ¡Ah!, si, disculpe, estaba como en otro mundo y mejor le contesto antes que vuelva a caer en el encantamiento....
Mis ojos no podían apartarse de sus labios, pero con un esfuerzo sobrehumano logré articular las palabras y solicitarle un libro para consultar su cuarto capítulo.
- Ese libro es hermoso, me dijo; especialmente en la parte que Ud. busca el autor hace una descripción muy particular de los bellos labios de una mujer que acaba de conocer.
Y toda dama se da cuenta cuando uno la mira, además sabe aproximadamente qué le mira, así es que sonrió entre divertida y picaresca; con una pequeña carpeta se tapó los labios y entonces destacaron sus ojos negros y saltarines que se movieron al compás de un: ¡Sígame, por favor!
- En esta estantería encontrará libros relacionados con diversos temas, dijo. Si lee este podrá aterrarse, con aquél descubrirá la emoción en variados aspectos y la lucha de los personajes por no perder el amor.
- Dígame su nombre, por favor, así le preparo una ficha y si me trae dos fotos lo puedo asociar a la biblioteca.
- Mi nombre..., mi nombre... me llamo Miguel Ángel Buonarotti
- Muy bien, dijo, lo dejo en la mejor compañía señor. Se alejó sonriendo y en el armonioso movimiento de su perfecta figura podían advertirse los rasgos netamente femeninos, que impactaron en forma imprevista en mi vida.
Suspiro tras suspiro, miraba sin ver, precipitado sobre los libros, sentía la intensidad de su sonrisa y de su voz que se repetía como mil voces acariciándome y multiplicándose, caricia sobre caricia, voz sobre voz. Aumentan nuevamente esos sonidos maravillosos, cierro los ojos por un instante, siento que se acerca, pero al abrirlos veo una escasa luz en el ambiente.
- Señor, señor, ¿Qué le pasa? dijo una niña que consultaba la biblioteca. –¡Se golpeó la cabeza al caerse! ¡De la vuelta y respire profundo!, debe aspirar el aire fresco ¿Está Ud. bien?
- Ehh,... sí, estoy bien, gracias muchas gracias. Dime pequeña, ¿sabes cómo se llama la belleza, digo, la señorita que atiende aquí?
- Sí, su nombre es Rosario, pero todos la llamamos Rosi. ¡Es tan buena!. Conoce todo aquí dentro, siempre está sonriendo. No le importan las miradas, a todos trata bien y les levanta el ánimo.
- Así que Rosario, bello nombre, como ella. Y joven, como yo. Sus labios..., su sonrisa..., su rostro angelical..., sus ojos.... ¿Por qué me caí y quedé mirando al piso?.
- Gracias linda, ya me levanto. ¿Cuál es tu nombre, y cuántos años tienes?
- No hay por qué señor, me llamo Laura y tengo nueve años. Dígame ¿Cómo se siente?
- Bien, bien, gracias, gracias. Te mereces un premio. Vi en el pasillo de entrada un kiosco y te invito a tomar un helado del sabor que prefieras, a mí me gusta el de crema con chocolate y a ti ...
Dije para mis adentros: Rosario, te habías acercado con otro interesado por libros, pero no llegaste a verme tirado en el piso por ti, no me viste cual juguete desmembrado, carente de sentido por causa de tu encantamiento. Rosario, Rosario... ¡Creo que definitivamente me enamoré de ti.
Nos acercamos a la entrada, donde atiende tan bella dama. Laura de gran conversación conmigo y yo prestándole toda mi atención, solo con la finalidad de no ver nuevamente a esa belleza encantadora que me hacía temblar. Temía volver a caer de bruces con solo mirarla, no me animaba siquiera a escucharla, tenía miedo.
Lo peor era que quizá yo no le interesaba, aunque Laura me comentó que no tiene novio, que todavía no conoció al hombre de sus sueños, según sus propios dichos, lo que me dejaba una pequeñisima posibilidad.
Sin notarlo llevaba en la mano un libro, justo ese que en el cuarto capítulo... y de gran conversación...
- A ver Uds. dos, ¿adónde van con ese libro?. No señores, tiene que registrarlo y consultarlo aquí dentro, no se pueden llevar, dijo Rosario con enfado simulado.
- Dime Laura, siendo tan pequeñita ¿Ya has conseguido que un hombre buen mozo te acompañe? ¿Cuál es tu secreto?
Fue entones cuando Laura dio vuelta a la mesada, se acercó hasta Rosario y en el oído le dijo: bsssss.... bsssss... bsssss....
Mientras yo, entre bsssss..... y bsssss... comenzaba nuevamente a temblar, el rostro se me puso lívido (según me contaron luego de reaccionar), escondí mis manos, las piernas comenzaron a aflojarse y desaparecí de la vista de ellas. Quedé cuan largo era pegado a la mesada.
Rosario trataba de hacerme reaccionar.
- Ves Rosi, eso le pasó antes, dijo Laura. Te vio a vos, te escuchó y ¡páfate!, cayó redondo.
- Señor, señor, despierte. ¿Está Ud. bien?
- Entre un si..., si..., estoy bien, gracias, vi una imagen celestial, por un momento pensé que había muerto y un ángel me observaba. Nuevamente esos labios, nuevamente esa sonrisa, el rostro bellísimo, y vi más profundamente dentro de esos ojos negros, indagué en un instante su interior, indagué... y descubrí el amor.
Me levanté entre avergonzado y enfervorizado, descubrí el amor y no podía dejarlo pasar. Esperé a que Rosario ocupara su lugar mientras yo me alisaba las ropas, aspiré profundamente y acerqué mis manos a las de ella, mientras Laura nos observaba a prudencial distancia.
- Rosario..., le dije lenta, muy lentamente. Rosario... cásate conmigo.
Ella giro su rostro, guiñándole el ojo izquierdo a Laura y sonriendo dijo: No sé si debo, galante caballero...
Los tres comenzamos a reír, ya era la hora de cerrar y las invité a tomar un helado, para Laura sería doble. Al salir, casi sin querer, Rosario me extendió su mano y al tomarla con premura me dijo: puedes llamarme Rosi.
- ¡Estos chicos modernos! ¡A los tres les hablo!, escuchen porque es la última vez que les digo, a mamá se le llama Mamá, nada de Rosario y mucho menos Rosi, y a papá, Papá nada de Miguel Ángel ni Migui. ¿Entendido?
- Si
- Si ¿qué?
- Si Papá
¡Muy bien! y a Laura la pueden llamar Lauri o tía Laura.