Catamarca letras

viernes, septiembre 01, 2006

¿SIN RUMBO?

- Te dije que no quiero ir, Laura, ¿por qué insistes?
- Pero que te hace, ven conmigo Luis. Prometo que la semana que viene te acompaño a pasear por el lago y haremos un pequeño campamento, como a ti te gusta.
- No es que no merezcas que te acompañe, entiéndelo, por favor. Es que tengo cierta aprehensión, como si algo malo fuera a pasar.
Ese día no deseaba salir, pero su esposa le pidió que la llevara, que tenía un compromiso en la Iglesia y no quería faltar. Accedió a manejar el Renault esos 25 km y como la distancia era grande para regresar se fue a dar una vuelta por los alrededores. Tomó un camino de tierra que unía dos grupos de viviendas, al norte de la ciudad, entre los barrios se hallaba un gran descampado, cubierto de pequeñas plantas silvestres.
Había sido un jornada de intenso calor, más de lo habitual, pero ya caído el sol, en una noche clara, se sentía que la temperatura disminuía. Por la ventanilla del automóvil no demoró en presentarse un viento refrescante y el hombre decidió que era buen momento para disfrutar mientras esperaba la hora en que se desocuparía su esposa.
Detuvo la marcha a un costado del sendero, abrió todas las ventanillas y respiró hondo varias veces, disfrutando del aroma de las hierbas apenas rociadas con el sereno del atardecer. Luego se apeó para sentir la inmensidad del aire y de la tierra dentro suyo.
Supo en su fuero interno que frente a él ya no había limitaciones y por un breve, brevísimo instante percibió que realmente se hallaba en libertad. Podía notar que ya no estaba limitado por las leyes, que su cuerpo dejaba de ser una prisión física. Sintió tomar todo el aire, volar, elevarse espiritualmente, formando ese universo que corría hacia la inmensidad. Ahora se miraba a sí mismo desde ese elevado puesto que ocupaba, se veía él parado frente al campo observando el aire que integraba.
La sensación de éxtasis que experimentó no podría olvidarla, fue como un regalo de Dios vivir la verdadera libertad, que saboreó intensamente. Sintió paz en su existencia, fueron instantes bellísimos, puros, ajenos a la tiranía de la Tierra, momentos de verdadera espiritualidad, donde no existen ni el bien ni el mal, donde se siente ... faltan las palabras. Supuso que esa era la libertad, la ruptura con toda atadura, ya sea material, sentimental, espiritual... que se hallaba más allá de todo, en una experiencia personal, especial.
Pero como dijimos, fueron breves instantes tras los cuales el regreso a la ¿realidad? se hace inevitable.
Desciende al mundo de siempre manteniendo en parte esa sensación interior que dejara su paseíto por las alturas, queriendo retenerla pues se daba cuenta que desaparecía y con ella su sabor especial.
Se resistía a regresar a su lugar habitual, aún reconociendo que era inevitable. No manifestó dolor alguno, pero si la seguridad de que volvería a vivir una experiencia igual. Así es que permaneció en la misma postura, anhelando que se repita lo vivido.
Luego de un lapso apreciable ve a su izquierda acercarse otro automóvil, lentamente, con apenas una mortecina luz en su interior y que, a pesar de ser escasa, permitió observar a tres corpulentos ocupantes, con sus caras de “pocos amigos”. Era un viejo Ford que siguió su camino, pero al pasar frente a él dejó la mirada de estos hombres como clavadas en su cuerpo, tal la sensación que tuvo Luis al sentirse escudriñado de tal forma.
“De vuelta en el mundo”, pensó nuestro hombre, mientras veía alejarse el automóvil. Giró la cabeza tratando de encontrase con el campo, con la brisa, con la paz y mientras buscaba algo de su experiencia anterior oyó el ruido del auto que regresaba. Automáticamente se sentó al volante con la llave preparada para arrancar si alguna situación indeseable se presentaba, pero se tranquilizó pues el ruido del Ford hacía pensar que seguirían de largo y no imaginó que a esa velocidad clavarían los frenos justo a su lado. Tampoco entendió como hicieron los dos hombres para saltar y pararse uno frente al Renault y el otro junto a su puerta. Tampoco entendió cómo penetró el puñal tan fácilmente en su cuerpo, cómo llegó tan limpiamente hasta su corazón. No sintió dolor alguno, solo sorpresa durante su agonía que no duró más que su último suspiro. Suspiro que sintió llegar hasta su Madre, acompañado de esta frase: ¡Mamá, mira lo que me hicieron!.
De pronto algo se repitió:
Supo en su fuero interno que frente a él ya no había limitaciones y por un breve, brevísimo instante percibió que realmente se hallaba en libertad. Podía notar que ya no estaba limitado por las leyes, que su cuerpo dejaba de ser una prisión física. Sintió tomar todo el aire, volar, elevarse espiritualmente, formando ese universo que corría hacia la inmensidad. Ahora se miraba a sí mismo desde ese elevado puesto que ocupaba, se veía él sentado frente al volante del Renault, inmóvil y la rapiña de esos pobres seres humanos tratando de llevarse la mayor cantidad de cosas posibles. Luis o como fuera que ahora se llamaba veía las pesadas cadenas que llevaban a sus casas estos delincuentes y sintió pena por ellos y sus familiares pues sabía que nunca podrían disfrutar como él de la libertad.