Catamarca letras

viernes, septiembre 01, 2006

El velo se corrió

Contaba yo con apenas 12 años, era una época de sana inocencia, plagada de esas ganas de “ser grande”, de ese querer ser mayor para lograr hacer y entender las cosas de los grandes. Pero, por supuesto, sin perder el amparo sutil de mamá y papá, aunque no lo confesara abiertamente.
Con esta experiencia que pasaré a relatar espero poder aclarar aquello de: “Pide y se os dará” . No es que no sea realidad, es total verdad, cien por cien. Como también es verdad que debemos saber qué pedimos y cómo lo pedimos y cuando nos sea otorgado actuar equilibradamente con el don recibido. Es así, doy fe.
Es muy fuerte este asunto de pedir algo. Reconozcamos que no siempre somos pacientes para esperar y en esa ansiedad es donde perdemos el hilo de lo que realmente es importante para nosotros, pues pensamos que no nos van a dar lo solicitado y pedimos otra cosa y vuelta a pedir, y así. Todo por falta de paciencia y sobre todo de fe.
Yo quería ser grande, pedía ser grande y cuando uno pide... le dan.
Meditaba sobre este asunto junto a la ventana de mi dormitorio cuando vi pasar a don Lucas corriendo por la calle, debajo de la lluvia, como si nada le importara. El gorro de cazador apenas le cubría sus grandes orejas y el agua mojaba buena parte de sus cabello. El rostro transmitía dolor, angustia, pena y todas aquellas sensaciones de quien se siente traicionado. Me preocupé, era la primera vez que lo veía así. Salí de casa y corrí tras él, lo seguí hasta la comisaría.
Don Lucas era una de esas personas que viven perdonando a todos, como si no tuviera derechos y le debiera rendir pleitesía a cualquier persona, sea grande o pequeña. No demostrando más que sometimiento. Era víctima de burlas y abusos por parte de los demás.
Después de la muerte de su madre quedó muy, muy solo, salvo por la compañía que le brindaran sus dos perros, el Carrie y el Black, ambos de color negro. También el señor del almacén lo respetaba, ya que el dinero que le dejara su madre él se lo administraba, sobre todo para evitar que alguien lo estafe.
Yo me había sumado a la cantidad de maldades que le hacíamos a don Lucas con los otros chicos. Buenos retos me dieron mis padres por esto, pero los niños somos crueles creyendo que nos divertimos y no sabemos que juntamos dolor para cuando seamos grandes.
Luego, con el tiempo supe que él sentía que nadie lo miraba más que para reírse, pues su cara gordinflona y su cabeza un tanto deformada por el uso de forceps en el parto movían a risa.
Así transcurría la vida en nuestro pueblo, y yo en la nebulosa de mi pubertad, pensando que todo era posible y estaba bien, ajeno al mundo al que deseaba entrar.
Hasta que un día de otoño arribaron vecinos nuevos, un matrimonio mayor, don Carlos y doña Dorotea, con una hija, Eleonora, que contaría unos cuarenta años, así es que para mí eran tres viejos.
Doña Eleonora no tardó en conocer a don Lucas, y como mujer educada le sonrió, se presentó y le comentó entre otras cosas que era soltera. Y siempre
que tocaba este tema finalizaba con la frase: “Dios pronto dirá”. Don Lucas asentía. Hasta que un día decidió que ya había llegado su turno de hacerse hombre, de enfrentar la vida y dejar de recibir la atención de los otros dejándose avasallar. Sentía que en realidad nadie lo quería y pensó que esa simpática mujer rubia y regordeta podía ser su vía de acceso a un mundo de respeto. Si lograba que ella lo respete, obtendría lo mismo de los demás.
Sí, doña Eleonora era su única posibilidad, aparte le agradaba, quería tener una amistad y sentía que podía lograrlo.
Todo esto lo fui armando por lo que escuché en la comisaría, luego de seguir a don Lucas, que había ido a entregarse.
No cabía en su comprensión que Eleonora, su Eleonora haya hecho algo semejante. “¿Por qué?, ¿Por qué me engañó?” “¿Por qué esta cruel traición?”. Fueron sus palabras mientras huía del lugar en que se concretara el hecho y las seguía repitiendo delante de la policía.
En sus manos podían verse manchas de la sangre del amante clandestino. La mujer, no sólo lo engañó con don Segundo, sino que él vengó esa traición, ahora podía verlo, por culpa de ella.
El amor que creyó le prodigaba lo asemejó a la llegada de su propia estrella. Sintió que alguien se había fijado en él, y era una mujer. Y les decía a los policías: “Cuando nadie me miraba más que para reírse, Eleonora fue la única que no rió de mí... ella fue mucho más cruel”.
Seguí el caso de cerca y supe que ya nadie se reía de don Lucas, los padres de doña Eleonora lamentaron la muerte de su futuro yerno, don Segundo.
Don Lucas jamás supo que Eleonora no lo engañó, que fue su mente la que realmente lo traicionó y hoy lo mantiene llorando y riendo. Llora por haber sido engañado, ríe porque sintió que Eleonora lo amó, porque sintió que alguien lo amó.
Recordé que había pedido ser grande y que lo que uno pide se lo dan. Al enterarme de esto que les relato sentí que algo se desgarraba en mi vida, luego supe que era mi inocencia la que se perdía, la que comenzaba a irse. Sentía que el cielo y la tierra comenzaban a separarse y que ingresaba en el mundo de los adultos.