Catamarca letras

martes, julio 25, 2006

Tenía el Don

Tenía el Don, se notaba. Todo en él demostraba la presencia de ese atributo, hasta la batuta puesta en su mano era diferente. Sin dudas, un hombre excepcional.
- Hoy no me siento bien, Juan – me dijo ese día, el Sábado 4 de Noviembre de 2000.
Ricardo Schillari tenía una prueba, su corazón se lo decía. Hoy pondría todo lo suyo, lo mejor de sí en esa interpretación. Se sentía capaz de sortear todos los obstáculos. Conocía al dedillo la 9° sinfonía de Beethoven y hoy lograría que su orquesta la interpretara como nunca. Él y sus músicos se sentían integrados, era la relación perfecta. Nada podía fallar.
Desde el suave comienzo, el allegro ma non troppo, se notaba que la interpretación sería maravillosa. Hoy Ricardo tenía una fuerza sobrenatural que nos impulsaba desde nuestro interior y lograba las mejores combinaciones. Realmente estaba resultando una interpretación fuera de lo común, más allá de lo que podía lograrse normalmente, era como del otro mundo. Nos hizo vibrar y entramos en comunión con él, adivinábamos sus movimientos, los gestos; nos adelantábamos a su pedido.
El público vibraba con nosotros. Ricardo Schillari logró que todos participáramos, nadie permanecía indiferente al encantamiento al que nos sometía. Podía extraer la fuerza natural de las personas, a través de la música, y elevarla a un plano superior; parecía haber abierto las puertas del cielo y nosotros, público y músicos tomados de su mano ingresábamos a un ámbito sobrenatural, sentíamos estar allí. Tocábamos con las manos las notas musicales que preparara Ludwig para nosotros.

Schillari pudo interpretar el sueño de Beethoven a la perfección y supo traducírnoslo esa noche.
Al finalizar cada parte de la sinfonía el público aplaudía de pié, prolongada, insistentemente; sólo acallaba su clamor cuando Ricardo golpeaba el atril con la batuta y así daba comienzo a la siguiente etapa.
Director, músicos, cantantes y público sentimos arribar al punto más alto de esta transformación cuando dio comienzo la Oda a la Alegría.
Creo que todos rendimos el examen junto al Director, lo acompañamos en el final de este curso por la vida.
Schillari tuvo un gesto de dolor, casi imperceptible, al arribar al minuto 13 de la última parte, donde se produce un remanso en la obra.
El coro interpretaba maravillosamente y contagiaba al público. Todos cantaban al unísono. Un gesto de felicidad apareció de pronto en el blanco cutis de Ricardo, sentía que su obra estaba realizada y que su examen era aprobado con la mayor calificación. Lo mejor de nuestro director, lo mejor de todos los directores, estaba aquella noche en el escenario, de la mano de Ricardo Schillari.
Siguió dirigiendo la obra y a pesar de caer de rodillas en el escenario sus ojos nos indicaron proseguir. Sin abandonar la batuta, aún sin poder incorporarse, continuó con su tarea. El coro entonó el dinámico fin de la obra. Sus fuerzas lo abandonaron. Un médico corrió a socorrerlo. Se produjo un silencio sepulcral en la sala, los aplausos quedaron suspendidos.
El público se puso de pie, habían presenciado la escena, a nadie le pasó desapercibido ese momento. Acudí de inmediato al llamado que me hiciera con la mirada y tomando su mano que aún conservaba la batuta me dijo al oído:
- Querido Juan, acabo de rendir el examen, salí aprobado y me llevan con ellos, quieren que dirija un coro de ángeles; sigue tu camino que yo vendré un día a tomarte tu prueba, sin duda te necesitaré conmigo, amigo.
Cerró sus ojos, el Dr. confirmó el deceso y con un gesto dirigido al público expectante dio a entender la mala nueva. De pronto el silencio se rompió con miles de aplausos contenidos, estalló la sala. El público de pie aplaudiendo frenéticamente, sin parar; aplaudiendo como postrer homenaje a un grande de la música, aplaudiendo a quién lograra aprobar el examen; aplaudiendo, como impulsando con la fuerza del aplauso su alma hacia otros confines. Todos nos sumamos, coro, músicos, asistentes. Todos, todos.
Luego... cayó el telón.


Ó Armando V. Favore