Catamarca letras

martes, julio 25, 2006

El Ángel

Eran ya la seis de la tarde, verano en Valle Viejo, otoño, otoño en Guillermo. Ochenta y cinco años de andar caminos aportando su espalda al sustento familiar. Hoy ya ha sido relevado. La frescura de su añeja parra, sumada a la constante compañía de su bisnieto Ricardo le dicen que es feliz; con él no necesita el habla que perdió, se entienden. El niño siempre está allí, al alcance de su mano, semejando un pequeño ángel custodio, no hay ya angustias ni dolor, sólo este momento que mágicamente anula tantas fatigas, sólo paz, que disfruta y le da sosiego. Este solaz le indica claramente lo que necesita... descanso; basta ya de lidiar en este mundo, basta...
El pequeño juega sobre la tierra del patio con un diminuto automóvil de plástico, el bisabuelo quieto en su silla de cuero, la mirada perdida en horizontes imaginarios, Eolo descansa, todo parece detenerse. Lentamente el niño se incorpora y acude al mudo llamado de Guillermo, quien lo interroga con la mirada, asiente con su cabecita de ángel a la indagatoria que el anciano le hace con la mirada, toma su mano a modo de despedida, luego abraza con ternura al moribundo y agrega:
- ¡Parte ya, abuelito!, te están esperando.
Guillermo no quería separarse del niño, pero ante sus palabras accedió.
Su única hija, Lorena, pensaba respecto del nieto que nunca pudo darle, cuando por la ventana lo vio dormirse suavemente. Se acercó y sobre sus rugosas, grandes y laxas manos, apoyó la cabeza y oró. Irrefrenables, avasallantes y a la vez deseadas, dos lágrimas gigantescas rompieron el dique que contenía tanto amor por ese hombre; en un acto de reverencia desataron el torrente, como mudo homenaje.


Ó Armando V. Favore