Catamarca letras

martes, julio 25, 2006

Un hombre es, finalmente, un hombre

El acto estaba por comenzar, desde mi estratégico puesto podía observar la delgada imagen luminosa, de aquélla que mantiene en vilo mi ser. Su figura recortada contra el ventanal de la escuela recibía los albores de una calurosa, aunque magnífica jornada… la de mi despertar. El blanco vestido de hilo, ceñido a la cintura con una ancha cinta azul, destacaba el talle perfecto, soñado, anhelado… negado, el talle de Marisol.
Fernanda, recostada sobre la balaustrada, oyó de pie el Himno, y cuando éste terminó, se dejó caer negligentemente sobre su silla y abrió su enorme abanico de plumas blancas. Ella también demostraba la desilusión de una vida mediocre, al lado de un hombre sin brillo propio, ocupado en cargarla con algunos anillos y vestidos caros.
El discurso conmemorativo se dirigió claramente a la imagen, ya desaparecida, del insigne científico que tanto hizo por la humanidad y su aporte incalculable al terreno de la cura de males que aquejan al hombre de todos los tiempos.
Con la imaginación trepé a la historia y un sentimiento de envidia, mezclada con vanidad y deseo de romper con la estructura actual, me llevó a creer que podría ser yo el objeto de un discurso semejante en el futuro. Reconocía que tenía los potenciales para una carrera médica, lo sentía en mi interior, más la realidad me limitaba. Ciertos valores inculcados desde niño formaron un cerco prejuicioso acerca de los compromisos y por momentos siento que no tengo el poder para romperlo. Vi claramente que necesitaba de otra fuerza, una adicional, me era imprescindible el empuje imparable de alguien que creyera en mí, de alguien dispuesto a acicatearme para producir el salto y romper con esta estructura rígida que no hace sino llenarme de anillos y vestidos caros como a Fernanda, no hace más que llenarme de tedio, mediocridad, vendido por el precio de la comodidad, comprado por cobarde, por mediocre, por estúpido.
Las palabras del discurso fueron lacerantes para mi estado de autoflagelación, pero impulsoras de la valentía que todo hombre esconde detrás de sus ropajes: “En nuestros días, ninguna profesión permite llegar tan alto como la del médico, sobre todo desde que esos médicos del alma llamados directores espirituales no pueden ya ejercer con la aprobación pública, sus artes exorcistas y son evitados por las personas cultas”. Allí, en ese preciso instante, la soñada mujer me miró con ternura, transportando un mensaje mas allá de lo racional, sentí que ambas partes de mi vida podían completarse… si fuera capaz de vencer el obstáculo; sentía que la felicidad me llamaba por los ojos y por los oídos, el desafío de ser feliz estaba azuzándome, hurgando en mi interior. Ella y las palabras del discurso que culminaba.
Fernanda me llamó con una seña. Al acercarme me dijo, con ojos cansados: “Lo veo un poco triste… como yo. Aún es joven, tome coraje, después se es viejo”. Luego con una cariñosa y suave cachetada agregó: “Marisol… muere por usted, libérela”.

En la oficina del director se hallaban mis cosas, entré con premura ya que la hora me corría y con sorpresa encontré la luz de mis ojos. Fue automático, nuestras miradas se buscaron, nuestras manos se buscaron, nuestros labios se buscaron y finalmente, con ternura y suavidad tomé mi decisión final y besé cándidamente a Marisol. Con firmeza tomé mi decisión final. Fue un momento imborrable, la magia se hizo presente. Los dos sabíamos que nada jamás nos sería negado, ahora no.
Estábamos tomados de las manos cuando entró un preceptor de la escuela recordándome que ya era hora y todo el mundo esperaba, a lo cual respondí: “Por favor, dígales a todos que hoy… hoy no habrá misa”.