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sábado, agosto 26, 2006

LÁPIZ ROTO

LÁPIZ ROTO

Fue cuando era niño que la maestra le encargó una tarea, tenía que dibujar a su familia: El papá, la mamá, a su hermano menor, la tía, los abuelos y si había alguien más que quisiera, que lo dibuje.
Carlitos era un niño de carita redonda, cabellos castaños y ojos vivarachos, grandes y color miel. Contaba por ese entonces con 6 años, y tenía gran entusiasmo por las cosas de la escuela.
Cuando se puso a dibujar le pidió a todos los de la casa que lo dejaran solo, pues tenía algo muy importante para hacer: Nada menos que el retrato de su familia. Comenzó por la mamá, dibujándola con una gran cabellera rizada, ojos grandes, cuello laaaargo, con pollera a cuadros, zapatos marrones y pequeños, brazos y piernas delgados y manos grandes, de 6 dedos cada una y con una gran sonrisa. Siguió con el papá, que ahora poseía un sombrero de copa, era más alto que la mamá y en el dibujo estaban tomados de las manos, grandes también. Lo dibujó con un traje azul y camisa blanca, de ojos pequeños, cara alargada, con bigotes, negros zapatos grandes y serio.
Siguió con gran entusiasmo el dibujo, pero no hizo a su hermano ni a su tía. Pensaba que no debían entrar en ese dibujo y prefirió sorprender a la maestra con dos dibujos, éste que la había salido tan lindo y otro con el resto de la familia.
Desde la cocina la mamá lo llamaba para tomar la leche de la tarde, pero Carlitos ansiaba terminar su dibujo, quería ponerle árboles, nubes, algunas amarillas, otras celeste clarito, otras blancas y el Sol en el medio de dos montañas que se recortaban en el fondo de tan grande obra de arte, donde no faltaba la casa por cuya chimenea salía humo blanco y el consabido caminito rodeado de flores.

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A punto de cumplir sus 18 años, Carlitos se sentía todo un hombre. Como ya sabía manejar y era tan correcto para hacerlo, que muchas veces le prestaban el auto. Hoy debía llevar a sus padres de visita al médico pues su papá estaba con un ataque de dolor en la cintura y no se podía mover. Tenían que cruzar toda la ciudad, pasar por la zona de camiones y una vez que llegaran al puente del río doblar a la derecha 4 cuadras. Fácil dijo Carlitos, ahora Carlos, como le gustaba que lo llamaran.
Fue allí, precisamente en el puente, que el camión le resultó gigante, le pareció un gigante que los aplastaba. Lo que le parecía era realidad, el gran camión se les echó encima y semejaba a un toro enfurecido por la violencia con que los arrastró, los puso al borde del puente y con la fuerza que aún conservaba hizo que cayeran sobre el río, con poca agua en esa época del año.
Mientras caían Carlos gritó que se hagan como un ovillo, para evitar tantos golpes, acto seguido apagó el motor y los tres elevaron una plegaria con el pensamiento.
El sonido de las sirenas despertó a Carlos, se vio rodeado de bomberos que le hacían preguntas y le daban indicaciones, para salir. Pudo girar un poco la cabeza y ver a sus padres, encogidos para evitar los golpes, tomados de la mano. A pesar de que los hierros retorcidos daban un toque triste a la imagen, Carlos recordó su dibujo de los seis años y se dijo para sí que ellos siempre estarían unidos, unidos por esas manos grandes que ambos poseían y que ahora se hallaban inertes. En la otra mano de su mamá, y sin explicación para él estaba su cartuchera de lápices, la misma que usó en la primaria, con cierre y de cuerina azul. Alargó la mano, tomó el estuche que parecía nuevo y sacó de allí lo único que contenía, un lápiz negro, su lápiz, el de los seis años, el que usó para dibujar a papá y mamá cuando le pidió la maestra. El que usó para ese dibujo que todos elogiaron. El lápiz negro que en el accidente se rompió, ahora era un lápiz roto.
Luego se enteraría que lo mismo le ocurrió a sus padres y que el camión que los arrastró fue a dar contra un árbol ya que se había quedado sin frenos.

Una mano grande se posó en su hombro y lo sacudió, apartándolo de sus pensamientos y de su dolor, una voz le indicaba que saliera del automóvil ¡Vamos, vamos! ¡Tenés que salir! ¡Vamos!, tenés que salir Carlitos. ¡Apurate a tomar la leche que tenés que salir con la tía!
Carlitos abrió los ojos, vio la cartuchera azul, giró su cabeza que aún estaba apoyada sobre la mesa y la imagen de dos manos grandes unidas lo llevó a la realidad nuevamente. Escuchó como música celestial las palabras de su mamá que además le anunciaban la llegada de papá.
Carlitos saltó de la silla, abrazó fuertemente a sus padres, les dio besos en las manos y las caras y les dijo, con voz fuerte: ¡Los quiero un montón! y ¡nunca, nunca se me a romper un lápiz! ¡nunca!
Los papás se miraron, levantaron los hombros, pusieron un gesto de asombro, se rieron sin entender las palabras de Carlitos y le dijeron que se apure a tomar la leche pues tenía que salir.