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viernes, septiembre 01, 2006

Estampita

Estampita

Pedro, le preguntó:
- ¿Cómo se va a llamar?
- No sé, ¿Vos que nombre querés que tenga?
- Quiero que se llame como los abuelos, Jorge José o José Jorge
- Le vamos a decir J.J. Me gusta. Ahora ¿Cuál J va primero?
- Si a vos te parece bien, a mí me gusta más Jorge José.
Así es que los Herrera, del Barrio La Loma pusieron por nombre Jorge José a un bello niño, fruto del matrimonio de Pedro Herrera y Cristina Benvenuto.
Jorge José pasó su primera infancia acompañado de sus padres, en una casa pequeña que su mamá mantenía limpia y siempre perfumada, tal el recuerdo vivo que mantiene aún ahora este hombre que nos relata parte de su historia:
“Recuerdo que cuando cumplí los cuatro años y después de apagar las velitas mamá me sirvió una porción de la torta que preparó, me dirigió una sonrisa y luego me dijo que quería hablar seriamente conmigo. Entonces dejé en la mesa mi porción de tan exquisito manjar de chocolate y vainilla, crucé los brazos y le dije: Te escucho Mami”.
“Así es que comenzó por decirme que como ella y papá se querían mucho y a mi también y como me veían un poco solo le pidieron a Dios que les mande un hermanito y que ahora ella lo tenía dentro de su panza, que teníamos que cuidarlo entre los tres para que se pueda formar sanito y que había que rezar para que nazca bien y que no le duela mucho a mamá”.
“A partir de ese momento me transformé en un hombre de verdad, cuidaba de mamá para que no hiciera esfuerzos, le ayudaba a barrer y pasar el trapo, no la dejaba agacharse y le contaba a papá si ella no me hacía caso. Estaba cumpliendo con mi función de segundo hombre de la familia. Creo que este papel me lo tomé muy a pecho ya que no me abandonó nunca”.
“Entre los tres, siempre los tres, ayudamos a nacer a Camila, mi hermana. Una niña bella, con la piel suave como solo los bebés tienen. Ahora yo me sentía más hombre todavía, pues tenía la obligación de cuidar en todo momento a Camila. Y así lo hice”.
“Papá trabajaba en un frigorífico y mamá en casa, con nosotros. Todas las tardes nos sentábamos en el jardín a tomar la leche, aprovechando el sol y allí jugábamos Camila y yo, mientras mamá cosía alguna ropa nuestra. Se notaba el amor de mamá y papá. Y claro, lo disfrutábamos”.
“Esa tarde de otoño, cuando Camila tenía ya dos años, estábamos esperando a papá en el jardín, tomamos la leche, bajó el sol, se lelevantó un poco de viento y papá no llegaba. Mamá nos abrigó y nos pidió que fuéramos adentro a esperar a papá. Se hizo de noche y mamá seguía en la puerta de casa, con un saco azul y tiritando, creo que no tanto de frío como de preocupación”.
“Comprendí que si papá no volvía del trabajo hasta esa hora, algo le había pasado. Mamá entró para hacernos una sopa y enviarnos a la cama. No entendí por qué nos miró con una suave sonrisa y dijo: Son tan pequeñitos. Yo era ya un hombre y hasta sabía cuidar a mamá y a Camila”.
“Se apuró a meternos en la cama, Camila reclamó que mamá le contara un cuento, como estábamos acostumbrados, pero le llamé la atención, diciéndole que no la molestara ahora con esas cosas ya que mamá estaba preocupada por algo”.
“Hacía frío ya, mamá entró a la casa, se sentó en un sillón abrigándose con una manta sobre las piernas. Camila dormía, pero yo estaba atento a todo lo que ocurría. Papá no llegaba aún. Mamá estaba muy seria”.
“Vi en el reloj que eran las dos de la mañana cuando frente a casa se detuvo un automóvil, era rojo, el del amigo de papá. Don Carlos se bajó rápido del coche y tocó la puerta con fuerza, mamá abrió de inmediato. Intercambiaron miradas graves y él anunció:
- A Pedro lo llevaron al hospital, tuvo un accidente en el frigorífico, algo se rompió en una máquina y lo golpeó en la cabeza. Está grave. Vine con Marta para que se quede con los chicos, así te llevo, lo ves y hablas con los médicos”.
“Mamá asintió con la cabeza, tomó un abrigo, los documentos, se hizo la señal de la cruz y salió con don Carlos. Marta su esposa, salió del auto, besó a mamá, le apretó un brazo tratando de darle confianza y entró a casa. Cuando se puso a preparar algo para tomar, dispuesta a velar nuestro sueño, me levanté y entonces ella me contó todo”.
“Me puse serio, no me gustaba nada que papá estuviera así. Me asaltaron ganas de llorar pero recordé que si bien estaba en casa, me hallaba frente a Doña Marta y como yo era todo un hombre no iba a llorar. Pero de inmediato fui a ver si mi hermana estaba bien, como reflejo respondiendo a esta nueva responsabilidad que acababa de asumir, aunque nadie me lo pidiera o exigiera. Me acosté en la cama de Camila, la abracé como protegiéndola, bostecé y me quedé dormido”.
“Mamá iba todos los días a visitar a papá que se mantenía inconsciente en esa cama del hospital. El único cambio favorable fue que lo pasaron de terapia intensiva a intermedia, pero después de tantos análisis la poca plata que le dieron en el trabajo se fue terminando”.
“Le propuse varias veces a mamá salir a trabajar, ya que ella haciendo camas en casa ajena no ganaba lo suficiente y alguien tenía que cuidar a Camila y hacer las tareas de la casa. Fue así que un día le comenté a otro chico mis asuntos y que hacía falta plata extra para el hospital; él me dijo algo acerca de un señor que te daba estampitas de La Virgen y de otros santos para vender y que la mitad de la plata que ganas era para él. Hicimos el contacto y comencé con mi nuevo trabajo siempre a la hora en que mamá podía estar con Camila. Ya era un hombre capaz de ganarme el pan con tan solo 7 años”.
“Señora, ¿Me compra una estampita?. Señor, es para ayudar en mi casa, cómpreme una estampita”.
“Eran así mis tardes, vendiendo estampitas, mamá cosiendo para afuera en casa y Camila creciendo entre hilos, géneros y botones, haciéndose mujercita ella también. Mi hermana era tan linda, tan frágil, tan pequeña. Sigue siendo todo eso y además tiene un corazón muy generoso”.
“El tiempo fue pasando, la escuela estaba un poco bastante relegada. Con las estampitas ganaba muy poquito pero yo sentía que estaba cumpliendo con mi rol”.
“Siempre me pregunté para que servían las estampitas y no le encontraba una explicación. Hasta que un día en que me quedaba una sola de la Virgen María, la Virgen Desatanudos, una señora se acercó a mí, llorando y me pidió que se la vendiera. Yo, que estaba un poco asombrado por no tener que ofrecerla se la di por una moneda y ella, fijando la vista en la estampita, fue caminando hacia la Iglesia. Me preguntaba: ¿Por qué ese interés por la estampita?.”
”Entré detrás de ella y me arrodillé a su lado para ver que hacía. Pasó su mano por sobre mi hombro y me abrazó, poniendo la estampita delante nuestro y con lágrimas en los ojos me dijo: ¿Ves la Virgen?, ella nos va a ayudar a resolver nuestros problemas, nos va a ayudar a desatar los nudos de nuestra vida. No conozco tu problema pero te invito a que le recemos juntos, vos pedí por lo tuyo y yo por lo mío”.
“Y dentro de un ámbito maternal prodigado por esa mujer desconocida y por la otra representada en el dibujo de la pequeña lámina, me sentí más cerca de Dios... protegido, y allí, en ese arrobamiento, pedí con todas las fuerzas de mi corazón a la Virgen que ayude a Dios a curar a mi papá”.
“Este gesto, el de una verdadera extraña, logró contestar mis preguntas, no solo la mencionada, sino que además me abrió el camino a ese mágico mundo de la Divinidad. Todo a través de una estampita. ¿Una estampita o las muchas que todos me compraban?”
“Volví un poco más tarde a casa y encontré a Camila con Doña Claudia, la vecina de al lado, que me esperaban para tomar la leche ya que a mamá la llamaron del hospital y allí sentado le conté que había rezado a la Virgen para que cure a papá. Camila escuchó esto y se puso triste y empezó a llorar en voz baja, como no queriendo molestarnos. En cambio Doña Claudia se puso muy contenta porque dice que allí arriba escuchan mucho más a los niños que a los grandes, porque son más puros de corazón. No entendí mucho de que me hablaba pero sentí que nos iban a ayudar”.
“Citaron a Mamá, para informarle que no sabían cómo ni por qué papá presentó una gran mejoría y que esperaban que se mantenga en franca recuperación. Además el médico le dijo que los análisis próximos eran sin costo, porque no se qué fundación se hacía cargo de todos los gastos”.
“A los pocos días volvió papá a casa y juntos empezamos a hacer ejercicios para que él se recupere. Camila estaba muy contenta, al igual que nosotros. Yo seguía yendo a la plaza a vender mis estampitas y guardaba una de la Virgen para ir a rezarle antes de volver a casa. Al poco tiempo volvió papá al trabajo. Mamá siguió ayudando al presupuesto familiar, hasta que un día me dijo con tono muy severo que debía volver a estudiar más.
“El milagro de la recuperación de papá dio lugar a otros milagros que permitieron el progreso familiar, tanto en lo material cuanto en lo espiritual. A tal punto que ya recibido y trabajando como ingeniero a menudo acudo al hospital para visitar a la Dra. Camila Herrera de González”.
“Ester, mi esposa siempre fue una gran compañía para papá y mamá, que pasaron a ser la abuela y el abuelo”.
Luego de finalizar el relato J.J. se levantó, saludó y se retiró. Al salir del salón donde estábamos se le acercó un niñito, con estampitas en la mano. Él tomó al pequeño en brazos y lo llevó a la capilla de enfrente, juntos rezaron y al salir le compró todas las estampitas, menos una, la de la Virgen Desatanudos y le aconsejó al niño que la conservara. Al separarse y luego de caminar unos pasos, se dio vuelta llamando al niño y extendiéndole todas las estampitas compradas le dijo: “Te las regalo”.