Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

Aún puedo, aún debo

¿Qué día será hoy? Ah, si ya recuerdo. Se me ilumina la cara, aunque con esta enfermedad no se si alguien lo notará. Hoy es el día en que viene Carlitos a verme, hoy es el día en que Carlitos no tiene quién lo cuide, entonces yo tengo la fortuna de verlo. Siempre lo retan porque dicen que me molesta, que la abuela está muy enferma y que él se porta mal. Pobrecito, para colmo tengo casi todo el cuerpo paralizado y no puedo hablar, no les puedo decir que el pequeñin es todo dulzura y que sus travesuras no son sino las cosas que yo le pido que haga, en nuestro lenguaje telepático, para divertirnos juntos.
Con Carlitos nuestra comunicación se da a través de las miradas. Él, me mira y sonríe con ojitos picarones, mostrando la felicidad por estar juntos. Ah, Carlitos ... mi único nieto. Un extremo y otro de la vida...
Me siento tan inútil, aquí postrada, víctima del cáncer. No puedo disimular el dolor físico que, cada vez más seguido me atenaza, mi rostro delata esta situación. Mi hija sufre al verme así, su marido es muy bueno con ella y la acompaña en este vía crucis que le toca vivir. Él es todo dulzura, siento su cariño al alzarme para que podamos ir al hospital y aunque no lo sepan estoy realmente protegida por sus brazos y me alegra el corazón que mi enfermedad haya servido para unirlos más.
Aunque no vivamos juntos, desde este humilde puesto de batalla creo que hago mi contribución familiar, a pesar de parecer sólo una carga. Marta me quiere mucho y piensa que solamente estoy sufriendo, sé que es capaz de todo con tal de no verme sufrir más; está en sus mejores años, como comúnmente se dice y sacrifica mucho por mí. No sabe lo honrada que me siento por esto, no tengo forma de decírselo, pero sé que será recompensada.
Menos mal que no tengo afectado el oído, sino no podría escuchar el te quiero tan lindo que me dice siempre mi nietito, o las conversaciones de ellos.
- Francisco, estoy agotada, la enfermedad de mamá, la situación económica, el trabajo, los remedios, los análisis. ¡Todoooo! todo me tiene mal, no doy más.
- Pero Marta, mi amor nos tenés a Carlitos y a mí para apoyarte. Por el dinero no te hagas mala sangre, la plata va y viene. Además los gastos de un enfermo en la familia no se deben mirar, Dios siempre provee de lo necesario. De última podemos vender algunas cosas...
- Lo que me digas, ya lo pensé. Los pro y los contra, estoy aterrada pero sólo tengo una solución. Borrón y cuenta nueva, y que sea lo que Dios quiera, yo... ¡no puedo más!
- ¿Qué querés decir con eso? Marta, no me asustes. ¿Qué querés decir con eso?
- Nada, mi amor, nada. Que le voy a pedir a Dios que se apiade de ella y de nosotros también. Que me dé fuerzas para hacer lo necesario. La veo sufrir tanto por esa enfermedad
- Querida no pierdas de vista que nada es por que sí, todo tiene una razón. Lo que nos pasa tiene dos patas, una en el pasado y otra en el futuro, por algo y para algo ocurren, podamos o no verlo.
Me dejó pensando Marta.
¿Qué día será hoy? Ah, si ya recuerdo, ayer estuvo Carlitos. Hoy le dieron
franco a la enfermera que me cuida, qué raro. Marta dice que faltó al trabajo por que estaba muy cansada y no se siente bien, que se va a recostar a la siesta conmigo. La veo tan amorosa hoy. Hacía tanto que no notaba su inmenso amor por mí, ya me había olvidado de su carita de ángel. De pronto recuerdo cuando recién comenzó a hablar, y apenas podía, diciéndome Mamá, Mamita, mi dulce mamita, cuánto te quiero.
Me cambió las ropas, poniéndome un conjuntito lila pálido, muy bonito; sobre mis hombros descolgó una bella blusa blanca con claveles rojos bordados en el pecho, hecha por ella especialmente para mí. Completando mi atuendo, una pollera escocesa con un gran broche dorado cerrando la falda, medias de seda color natural y unos mocasines marrones.
Con lentos movimientos, como si le costara tomó una jeringa, la llenó de aire, colocó en ella una aguja, y tomando mi consumido brazo, dobló pulcramente la blusa, apretó dulcemente con la manguera de látex, buscó la vena, hincó la aguja y mirándome con verdadero amor filial desplazó el émbolo de la jeringa. Ella entendió con mi mirada que nunca se rompería nuestro lazo.
Sentí que sus brazos me levantaban de la silla y me conducían al dormitorio. La cama matrimonial ya estaba abierta mostrando las sábanas nuevas. Marta me acostó y con dulzura retiró mis zapatos.
Me sentía adormecer, ella se recostó conmigo; cubriéndonos con una cobija me miró como cuando era niña, y susurró en mi oído: Mamá, Mamita, mi dulce mamita, cuánto te quiero.
Abracé el alma atormentada de mi dulce hija, sentí que debía proteger a mi niña.