Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

Sebastián

La casa se hallaba sumida en las penumbras, ya había cantado el gallo, sobre el cerro Ancasti se vislumbraba un pequeño grupo de nubes que recibían la aún débil y rosada luz de la aurora.
Los animales de la pequeña granja comenzaban a despertar. El sopor del sueño esfumándose se vio interrumpido bruscamente por el relincho de Amanda.
Doña Clara acomodó los cabellos alborotados por un sueño agitado. Recordó que luego tendrían que ir a buscar leña en el monte. Y ese chango que costaba hacerlo trabajar. A pesar de sus 23 años se comportaba como un niño, no entendía bien las cosas y aparte era un poco vaguito. "Le gusta jugar con todo, que le vamos a hacer al pobrecito, menos mal que me tiene a mi para cuidarlo" solía repetir ante las comadres del barrio, las que luego, en ausencia de Doña Clara comentaban que la pobre era ella, ya que Dios le había dado un hijo zonzo.
Delicia comenzó a cacarear con fuerza, estaba clueca y handaba anunciándolo con toda energía. Se levantaba y andaba de un lugar a otro cacareando. Entró en habitación de su hijo Sebastián junto con Doña Clara y mientras ésta lo reprendía para lograr que se levante Delicia continuaba con su concierto a viva voz.
Mientras tanto las imágenes se sucedían dentro de la mente de Sebastián y en una extraña asociación de ideas entendió los cacareos como retos hasta que finalmente despertó. Una vez en pie, sin lavarse la cara acudió a la cocina y mientras besaba a su madre recibía un tazón humeante de mate cocido y un bollito. Luego de sentarse a la mesa escuchó el repertorio que Delicia había interrumpido brevemente y que ahora continuaba en el gallinero, mascullando ciertos improperios contra el ruidoso animal que no le dejara dormir. La madre, con una bolsa de tela conteniendo maiz, le indicó que alimentara la gallina mientras ella se dirigía al almacén.
Sebastián tomó la bolsa y una vez finalizado el desayuno se dirigió al gallinero mientras Delicia cacareaba sin cesar. "Retame nomás, decime que no quiero trabajar, retame y vas a ver", decía y repetía a la gallina, la que al detectar que Sebastián se acercaba a ella con un palo en la mano, emprendió más enérgicamente el acorde de su esforzado método de comunicación. Esto avivó la queja del chango, "retame nomás, retame nomás". Al acercarse lo suficiente comenzó a revolear el palo a un lado y a otro, confundiéndose sus gritos con el alarmante quejido del animal, el que a su vez saltaba de un lugar a otro dentro del reducido ambiente, hasta que desafortunadamente el palo enérgicamente se topó con la reducida cabeza del ave, la que cayó muerta en forma instantánea.
Un gran susto se apropió del muchacho, pensando en lo enojada que se pondría su madre. En un atisbo de intengilencia, que se presentó forzada por las circunstancias, decidió reemplazar al infortunado ser aplicándose sus plumas en todo el cuerpo. Para poder adherirlas se huntó con arrope que extrajo de una tinaja y que Doña Clara había preparado para vender. Seguidamente peló la gallina, se prendió las plumas y comenzó a cacarear creyendo lograr una buena imitación.
Al regeresar su madre escuchó un cacareo bastante diferente al de la finada Delicia, así que sigilosamente se fue acercando al gallinero para observar qué ocurría y al descubrir el burdo engaño, montó en cólera y comenzó a castigar al chango con el mismo palo con éste matara al desafortunado animal. La improvisada arma se cubrió con arrope y plumas, mientras algunas de ellas volaban por el aire.
Sebastián siguió con el cacareo hasta que estalló en llanto. La amorosa madre lo tomó de una mano conduciéndolo al dormitorio. Le ayudó a cambiar sus ropas y con comprensión materna besó a ese hijo que Dios le había dado._ Vamos Sebastián, ayudame a juntar leña que hoy comeremos puchero de gallina.