Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

Última vez

30/3/05-798 palabras
Esta quizá fuera la última ciudad que visitara. En su mente se agolpaban mil y un recuerdos sombríos. Su pesar permanente le hacía ver el mundo gris, frío, olvidado de la mano del creador, triste.
La tarea de emisario caducaría ese día, por la noche, cuando hiciera la entrega. Un pequeño paquete, igual que siempre, el mismo peso, forma y color de su envoltorio. Una entrega que se repetía, hasta en los mínimos detalles, igual a las de las últimas seis décadas.
Desde aquélla vez en que Suárez lo contratara, la vida le sumergió en otro ámbito, comenzó a sufrir, visitando oscuras ciudades, conociendo seres deplorables tanto por el aspecto exterior como por el interior. El Kid no podía recordar algo bello. Despertaba al amanecer para robar un poco de olor, de color, de aire limpio que la misma natura, mezquina, le negaba.
Con sus jóvenes veinticinco, pretendiendo llevarse el mundo por delante, no advirtió que el amor de una mujer le costaría tan caro. No advirtió la trampa tendida por Suárez y por la misma Giselle.
El Kid aún sufre por ella, al recordarla se le dibuja una triste sonrisa. Vuelve a verla, cansado, cada vez que lo convoca su crónico verdugo. Conserva aquella belleza que lo cautivara, conserva la piel que alguna vez le rozara, labios que cruelmente le besaran, ojos vivaces y ladrones que miraron cada parte de su cuerpo, conserva lo que él perdió irremediablemente... la juventud.
Y Suárez atrás, lozano, dinámico, viviendo una extraordinaria madurez. La sonrisa eterna de ambos le duele a puñal en la espalda, le duele a traición... y la traición... es un pecado.

Antes de que el moreno y robusto guardián del pesado portón de rejas lo palpara, el envejecido Kid extrajo y mostró el paquetito, envuelto en un suave, aterciopelado papel escarlata.
- El gran Dr. me pidió que la trajera
- Sí, ya me habían informado, pase Sr.
El Kid volvió el rojo envoltorio a un bolsillo interior, reacomodándose el gran pañuelo estampado bajo la solapa del saco.
Suárez, alias el Dr., cincuentón, ligeramente canoso, lo recibió en la biblioteca y fue casi directamente al grano:
- Kid, tengo algo para comunicarle, el próximo viaje será a Oriente, allí he localizado un foco potencial muy interesante, mi gente le preparará lo que necesito. Por cierto... Giselle está al llegar, haga el favor de esperarla, mientras tanto prepararé agua.
El solo hecho de escuchar el amado nombre pulsó, una vez más, la cuerda que le hacía vibrar. Pero el Dr. no contaba con la ancianidad del Kid; la sangre no reaccionaba con tanta facilidad como antes, sólo si la veía nuevamente podría perder una vez más la cordura. Pero no pasaría, soportaría verla y cuando ella beba... todo habría terminado.
- Dr. esta entrega... Le dejaré el paquete y me iré donde jamás pueda encontrarme; quizá muera y me libere de la cadena que Giselle colocó en mi cuello, la noche en que me besó, la única noche en que me dio un único beso que se transformó en mi perpetuo grillete; ella es su compañera, sin Ud. no podrá sobrevivir, ambos se unen, obtienen juventud eterna gracias a los paquetitos que este estúpido esclavo les trae desde los confines del mundo.
- Ya está viejo mi querido Kid, pero no crea que lo relevaré, Ud. es la única persona en quien confío y esta misión en oriente requerirá de todas sus fuerzas. Hoy Giselle ha cedido su puesto, volcaremos el contenido en la jarra con el agua, dividiremos en dos y verá cómo mágicamente recupera su perdido vigor. Su gran amor esperará a que regrese.
La mirada del Kid se torció, de pronto sacó el paquete, debía disimular que ya había sido abierto, así es que, con torpeza fingida, rompió el envoltorio de tres capas y descubrió una pequeña caja de madera blanca; al abrirla brilló un tubo de vidrio incoloro, en su interior un líquido rojo ligeramente oscuro y espeso. Interrogó falsamente, con la mirada, al Dr. y éste asintiendo respondió.
- Efectivamente Kid, es lo que supone, con poco contenido de agua; lo preparan especialmente para mí, para Giselle y ahora también lo compartiremos con Ud. ¡Démelo Kid! Brindaremos por el lujo, por la lujuria que me dará descendencia. ¡Brindemos, brindemos por la eternidad!
El hombre, cansado y sorprendido entregó el recipiente. Suárez volcó lentamente el preciado contenido en el agua, luego sirvió dos grandes vasos. Extendió el brazo en señal de brindis e incitó al Kid, éste elevó el brebaje y sonrió... al tiempo que ambos bebían.
El guardián abrió el enrejado portón, informó a Giselle que el Dr. y el Kid la esperaban. La mujer caminó lentamente hacia el interior, abrió la puerta de la biblioteca y... con desesperación gritó.