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sábado, septiembre 02, 2006

La mancha de sangre

691 palabras - 29 de Abril de 2005
Agitado, Manuel regresa a la casa, torpemente abre la puerta, cierra con violencia y corre al baño. Al quitarse la campera ve, allí, sobre su camisa blanca, como una señal luminosa e intermitente, un gran clavel rojo.
Respira hondo frente al espejo, cerrando los ojos y con movimientos pausados va quitándose la prenda, siente cómo recupera el palpitar normal de su corazón. Se relaja, toma una tijera y lentamente recorta el trozo de género manchado. Abriendo y cerrando el instrumento recuerda cómo segó la vida de aquella mujer. Luego lava la hoja del acero.
Sin entender por qué no siente arrepentimiento alguno, simplemente lo hizo, sin evaluar lo bueno o lo malo de su acción. Eran esos momentos en que su ser se transportaba a otro mundo, su cuerpo actuaba bajo el influjo de vaya a saber qué. ¿Alguna extraña fuerza de un universo paralelo? Nada de lo que le ocurría tenía explicación, pero sí consecuencias. Las veía, reflejadas en las primeras planas.
Una vez más enciende el hogar. No tiene apuro. El rostro de aquella infortunada regresa a su mente, su gesto de sorpresa y dolor vuelve, esfumándose pausadamente, junto a la tela recortada que se quema entre los leños encendidos.
Hoy es martes, ella no vendrá. Toma una ducha fría y como embotado por sus propios pensamientos cae, pesadamente, sobre la cama.
Gira nuevamente mientras trata de dormir, apenas abre los ojos y frente a él, sobre la mesa de noche, alcanza a distinguir la enorme daga con mango de plata que le regalara Alicia. Sonríe. Hablará con ella.

La novia tomó entre sus brazos la cabeza del amado, y acariciándolo con mucha ternura, le repetía: “Sabes que te amo con toda mi alma, aunque me vaya la vida en esto no te voy a dejar. Menos ahora que me necesitas. Ya va a pasar tu aflicción, estás deprimido, sientes angustia y crees que todo es negro, oscuro... pero sólo es el túnel que atraviesas, al final hay una luz, soporta mi amor, soporta... la luz está más cerca de lo que imaginas. Desvía tus pensamientos hacia toda la gente que te quiere, como yo, que me muero por vos, que te amo con toda mi alma. Soporta, se fuerte, soporta”.

Otra vez la soledad, otro martes narcotizado por esas fuerzas, otra vez la daga, la pérdida de conciencia. El ritual se repite, está por salir de la casa cuando, por una ventana que se abre dentro de su niebla de inconciencia, decide tomar el teléfono y con voz ininteligible pronuncia un “te espero”. Luego, aprovechando su limitada lucidez, arroja las llaves al jardín. Finalmente cae presa de una serie de convulsiones y pierde totalmente la conciencia.
Alicia me ayudará, ella me ama profundamente, empujará el puñal. Lo colocaré en el lugar preciso, presionaré lentamente hasta sentir el punzante dolor, allí, justo debajo de mi tetilla izquierda y ella, en un tremendo acto de amor renunciará a sus principios, a nuestra relación, a mí y… liberará a las próximas víctimas.
- Por fin llegaste, mi amor. Mira, lo que tienes que hacer es muy sencillo, ¿ves?. Sólo debo sentir un pequeño dolor para asegurarme que la daga está en el lugar correcto. Así, aquí, presiono un poco más y me tiene que doler, un poco más, todavía no duele, otro poco más, falta más, debo sentir dolor, más, más… más.

Un cauce escarlata se abrió paso llevándose la existencia de Manuel. La mujer, arrodillada frente a él, sobre el parquet, reconoció la afilada daga que certeramente perforó el corazón del angustiado hombre.
A su lado la primera plana del Ancasti, con letras catástrofe respondió a su mudo interrogante: “Otra víctima del asesino serial”, luego, la foto de una mujer tapada con diarios y un policía a su lado.
Alicia susurró al oído de Rafael: “Vete, mi amor, vete ya…”

- Así es oficial, cuando llegué ya era tarde, me confesó su desdicha cuando aún le quedaba un hilo de vida. Se arrepintió de haber matado a esas mujeres… le creí y recé por él. Eso es todo, simplemente llegué tarde.