Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

Verdades ocultas

2/11/05 – 471 palabras
Todo estaba preparado, previsto para las 11. Rosalía colocó la mochila cargada, pesada, sobre su frágil espalda. Con mirada atenta escuchaba los consejos a tener presente. Se jugaría el todo por el todo. En el televisor aparecían reiteradamente las imágenes de horror captadas en diversas partes del mundo, mientras el locutor acusaba una y otra vez al único responsable de tanto dolor, que se traducía en un único elemento material: Dinero.
Taladraba su novel psiquis saber que grandes cadenas de tráfico de armas dan vida a una serie de actividades comerciales paralelas, que si bien generan trabajo para mucha gente, también muerte y dolor para otros, incontables. El espíritu de la pequeña se hallaba atribulado, sus delicados dieciséis no soportaban tanta crueldad. Ella podía hacer algo.
El hombre que amaba se lo pidió… la humanidad entera se beneficiaría… ¡Lo haría por amor! Su objetivo mayor era el de inmolarse por amor… Rafael jamás olvidaría el acto, Rafael jamás la olvidaría.
Detrás de aquellos ojos grandes, que denotaban asombro, los pensamientos de Rosalía iban y venían, recorriendo un único camino: el que trazaran hábilmente quienes necesitaban de una joven idealista, dispuesta a todo… y virgen.
Aún saboreaba el beso tierno, único, recibido cuando él le ayudó a colocarse la pechera llena de bolsillos llenos. Sentía aún la fuerza del abrazo que le prodigara el hombre cuando ajustó la prenda a su espalda.
De pronto, otro hombre arribó sorpresivamente a sus pensamientos, la poderosa y amorosa estampa masculina que la rodeara desde su nacimiento. La imagen de quien parecía darle ahora un último y sabio consejo.

Antonia estaba en la capilla, revisaba hoja por hoja, renglón por renglón, el cuaderno azul. Las notas de la investigación hecha por Julián allanaban todas sus dudas, este asunto era ni más ni menos que un asqueroso negocio. La muerte del genocida no detendría ese accionar, simplemente lo sacaría del medio para que la riqueza generada pase a otras manos.
Con el rostro desencajado tomó el teléfono celular y llamó a Rafael, le comentó lo que sabía y le pidió a gritos que detenga a Rosalía. Del otro lado le llegó un lacónico: Imposible, la suerte ya está echada.
Las maldiciones de Antonia formaban sacrílegos ecos en la capilla, el grito de impotencia frente a la verdad manifiesta resonaba una y otra vez, “Tenías tiempo Rafael… pudiste avisarle. ¡Traición!, nos traicionaste maldito”
La esfera del reloj la miró con saña, acusadoramente le indicó las 11; el nudo de su garganta estalló… un llanto desconsolado hirió el aire sagrado.
Parada en la puerta del templo, la figura esmirriada de Rosalía recibía los fuertes rayos del sol iluminando su pesada carga de dolor, desamor y muerte. De sus enormes ojos negros manaba un manantial salobre, en su cabeza retumbaban las palabras de Antonia. Las campanas repicaron insistentemente.