Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

SÓLO TÚ

"Hay que embellecer la Tierra"
(Gelindo Favore)

Hoy es mi cumpleaños número 88, y aquí estoy ... moribunda en mi lecho. Espero la llegada de mi hijo mayor, Juan Carlos, no me pude despedir de él todavía. Falta también otra despedida. Esta enfermedad me llevará; primero me quitó las fuerzas, luego me tendió en la cama y finalmente me quitó el habla. No me quejo, se que aún debo aprender. Ahora comprendo que ha sido por no haber hablado en su momento.
Tenía razón mi querido Padre Mario cuando vino a confesarme y tomó mi mano trémula. Oí las palabras de ese jovencito adorable disculpándose por el atrevimiento de pedirme que me arrepienta de mis pecados y su disculpa originó una leve sonrisa en mi rostro. Luego de unos instantes me preguntó si ya lo había hecho, cerré los ojos y ... caí, caí, caí en medio de nubes y un cielo celeste, había sol y yo caía y caía. De pronto... me encontré en sus brazos, los fuertes y grandes brazos de Alberto, que me decía: Por fin María, por fin estaremos juntos para siempre, por fin podrás gritar al mundo nuestro amor, y yo, angustiada por no poder hablar sentí, con verdadero arrepentimiento, que había callado tanto, que había callado mi amor, que había acallado al amor. Descubrí que éste era mi gran pecado, pues el amor embellece y es nuestro deber "embellecer la tierra". Abrí mis ojos y asentí. Dios me perdone por no haberle ayudado a mostrar el amor, por no contribuir a que la tierra sea más bella. Mi querido y pequeño muchacho, mi ex monaguillo Mario finalmente me dio la extremaunción y con un gran beso en la frente se despidió de mí, agregando que me quería mucho y que nunca me olvidaría.
Un agradable aroma a incienso acompañó mis últimos momentos. Julia, la menor, encendió la radio, justo a las 19, cuando comienza el programa donde pasan la música que me gusta. Disfruto mucho las melodías de los 50-60. Siento ya que mi respiración reduce su frecuencia, todo transcurre más lentamente, cierro los ojos, siento cansancio... y como en un sueño percibo la llegada de Juan Carlos. Justo a tiempo pensé, pobre mi niño, ha tenido que viajar tanto para este momento. Se acerca y me toma la mano, ya laxa, no tengo fuerzas, apenas puedo entreabrir los ojos y veo que una gran lágrima escapa de los suyos, noto su rostro compungido. No es para menos, se le está muriendo la mamá. A mi también me pasó y hoy la sigo llorando en silencio, me queda el consuelo de que falta muy poco para verla nuevamente.
Me invade una cierta angustia al pensar que los dejaré sufriendo por mi muerte, que no podré ya protegerlos, que perderán mi falda. Pero por otro lado siento una gran intriga por saber qué sobrevendrá, hasta cierto entusiasmo por enfrentar una nueva experiencia, me da bríos. En fin, este momento es muy especial, lleno de sentimientos encontrados y difíciles de acomodar. ¿Cómo canalizar algo de esto?. Sólo puedo oír, oler, ver. Hace tiempo que estoy inmóvil, sin hablar, sin comer. Cuando alguien levanta mi mano puedo ver que soy sólo piel y huesos.
Sé que están mis nietos en la habitación contigua, temen verme en el momento de morir. Ayer escuché que preferían recordarme viva y sonriente, especialmente la más chica que espera a mi segundo bisnieto.
La gente llama a la radio para solicitar algún tema musical, nadie pide "Only you" por "Los Plateros". Se que Alberto lo hará... para mí. No lo sabrá pero será su forma de despedirse.
Cesan todos los ruidos, de golpe. Ni siquiera percibo los de la calle. Por los párpados entrecerrados distingo a Emilia, la del medio, noto que está hablando en voz baja, pero no la escucho, adivino que ya he perdido el oído, pronto me fallará definitivamente la vista. Quiero oler el incienso que dejara Mario, pero no puedo inspirar, ya el aire se niega a ingresar a este maltrecho cuerpo. Juan Carlos ya no sostiene mi mano, ahora busca mi pulso, mis párpados se niegan a obedecer, quiero verlos por última vez, no puedo...
De pronto una mano me acaricia el rostro y un nuevo aire, fresco, vivificante llena a pleno mis pulmones. Mis ojos se abren, veo el rostro de Alberto, mi gran amor imposible, mi verdadero amor oculto. Con la mirada le suplico que repare mi error, que todos deben saber que el amor existe, como existió el nuestro.
Navego entre dos mundos, escucho en la radio, aunque sé que no puedo oír, una maravillosa historia de amor... un señor la relata como propia: "Ella 20 años mayor que él, hace treinta que ocurrió. Cuando se conocieron sintieron que nacía una relación imposible de romper. La viudez de ambos los impulsó a buscar. Sus realidades impidieron que ese lazo fuera de conocimiento público. Los dos ocultaron ese amor, por miedo a herir a los suyos. Un día, caminando por la ciudad, vieron un cuadro que al pie llevaba una frase que decía: Hay que embellecer la tierra. Pasaron los años y ella enfermó cruelmente".
"Recién ahora la frase del pintor cobra sentido", dijo ese caballero, al que reconozco como mi Alberto. Su dulce voz me acaricia nuevamente cuando continúa comentando: "Aunque sé que no podrá hablarme, llamaré por teléfono, quiero decirle a todos que nos amamos. Será su regalo de cumpleaños. Hoy cumple 88 y la amo".
Comienza a escucharse mi melodía, alguien llora mi muerte. Suena el teléfono. Emilia escucha con atención y en un acto humanitario pone el auricular en mi oído, la dulce voz de Alberto se cuela por entre estos dos mundos y siento abandonar el terrenal de la mano de un "Te amo María, te amo".