Catamarca letras

martes, julio 25, 2006

El atrapado

Y es por lo que no hallo aún respuesta, me lo pregunto, siempre me pregunto… ¿Es un hombre el maldecido o es la tierra?

La luna se erguía en el horizonte, tras la hilera de álamos despellejados por las crueldades del invierno, el helado canal llevaba mensajes lastimeros. Crujía la delgada escarcha de sus bordes por el peso del dolor de un hombre. Un sonido claramente identificaba ese sentimiento, el aullido desgarrador perforaba con trazos inquietantes la densidad del aire. Un terrible ¡Auuuuuuuuu! laceraba la nocturna pasividad de los durmientes, penetrando uno a uno los adobes del caserío.
Si algo acompañaba el silencio, desgarrado por momentos, era la letanía de los rosarios rezados en cada casa, para que el lobizón no lo elija y siga, para que esa alma en pena deje de sufrir por ser como es y tener que llorarle a la luna llena.
Había llegado hasta el circuito de Polcos y sobre un terraplén de tierra se sentó, estirado el cuello y con el hocico hacia la luna se puso a llorarle, a implorarle la liberación, aunque más no sea… que lo despene.
Tres noches de esa luna llena transcurrieron, tres largas y plateadas cuchilladas hirieron los fríos descansos, tres largas y monótonas letanías acompañaron el silencio de la tierra dolorida por la maldición.
Por esto es que a la media noche de la noche más fría del año, llegó, súbita, violenta, la orden de salir a cazar la alimaña que no dejaba en paz al caserío de Polcos. Y llegamos los cuatro agentes sin hacer ruidos, la luna le daba de lleno en el cuerpo grisáceo, mostrando un bellísimo ejemplar del reino animal; pero se paró en sus cuatro patas cuando amartillamos los rifles y antes que echara a correr un solo estruendo marcó la salida de los proyectiles…, cayó, se incorporó, corrió y antes de poder dispararle nuevamente… como tragado por la tierra.
Lo detuvieron al alba, en la entrada de La Banda de Varela, iba cojeando, con la ropa hecha jirones, la cara seca y embarrada por cientos de lágrimas entremezcladas con el polvo del camino, sin calzado y con una herida de bala en la pata, perdón, en la pierna izquierda.
No hay duda de que era él, el maldecido hijo de Doña Carmen, 7º de un atado de varones. Lástima que el viejo no quiso bautizarlo y que le salga de padrino, aunque más no sea, el intendente. Lástima, pobre alma la de ese hombre. Lo tendrían encerrado para que ya deje de molestar hasta ver qué podía hacerse con el infeliz.
Sin embargo, a la noche siguiente…
La luna se erguía en el horizonte, tras la hilera de álamos despellejados por las crueldades del invierno, el helado canal llevaba mensajes lastimeros. Crujía la delgada escarcha de sus bordes por el peso del dolor de un hombre. Un sonido claramente identificaba ese sentimiento, el aullido desgarrador perforaba con trazos inquietantes la densidad del aire. Un terrible ¡Auuuuuuuuu! laceraba la nocturna pasividad de los durmientes, penetrando uno a uno los adobes del caserío.


© Armando V. Favore