Catamarca letras

martes, julio 25, 2006

Papá y Mamá

Amaba lo cotidiano, pararse en el borde de la bañera para que sus ojos vieran a través del espejo cómo el paterno rostro lucía, primero enjabonado, luego perfectamente afeitado; solía registrar uno a uno los movimientos necesarios para la preparación de la Gillette en su moderna maquinita y una vez finalizada la tarea matinal, otorgar una gran dosis de cariño filial, acariciando ambas mejillas con sus manitas a la vez que pronunciaba esas mágicas palabras: “Papito Belo”.
Amaba lo cotidiano, subirse a la bicicleta y desde su puesto de observación disfrutar el paseo con la fresca brisa matinal ondeándole apenas el castaño cabello. Sentado en el caño, girando de tanto en tanto la cabeza para ver la sonrisa entremezclada con el silbido de un hombre alegre, acompañando a ese gigante de manos duras, curtidas por ladrillos mordaces e impiadosas cucharadas de cal.
Amaba lo cotidiano, jugar con la arena mientras hacía de ayudante, demostrando a cada momento lo fuerte que era y las cosas que ya podía realizar, emulando permanentemente al ejemplo de hombre que supo ver en él.
Amaba lo cotidiano, ver desde el sillón de la casa cómo, luego de limpiarlas con aceite y azúcar, las fuertes manos acariciaban con ternura el ceñido talle de la mujer que supo amarnos; luego el pequeño y significativo beso que aseguraba la familia.
Amaba lo cotidiano, ir al descanso con la caricia de aquellas otras manos, las que solían entrelazarse en el cabello reseco por el trabajo a la intemperie, las que aliviaban la dolorida cintura que procuraba el sustento. Y besar, besar la mejilla sonrosada mientras un “te quiero mami” lograba dar paso al reparador reino de Morfeo.
Amaba lo cotidiano, amaba el amor de ellos. Ama las manos ahora más suaves, ama el níveo resplandor de cabellos ahora más cuidados. Ama las cinturas, una no tan ceñida, la otra no tan dolorida.
© Armando V. Favore