Catamarca letras

martes, julio 25, 2006

Mi Julio, mi vida

Parecía un ritual, todas las tardes como a eso de la oración calentaba el agua, la metía en un termo, cambiaba la cebadura del mate, iba al fondo y sacaba una hojitas de burro ¡Cómo le gusta ese yuyo! Después de cebarse algunos amargos arrimaba la silla hasta el combinado, levantaba la tapa y se quedaba mirándolo; para mí, él sentía que de allí emanaba magia. Lo cuidaba mucho. Después de pasarle un trapito lo lustraba con una franela y cuando estaba todo dispuesto lo encendía. ¡Hay que esperar que calienten las válvulas! – me decía – y yo lo miraba, parecía pibe con chiche nuevo.
Sé que siempre me quiere mucho, aún luego del accidente. ¡Cómo me golpeé esa vez! Casi me mato cuando se dio vuelta la jardinera en el canal y yo pensando en que tenía que planchar la ropa para mi Julio… mi amado Julio… mi buen Julio.
Él me dijo que era una tonta y que tenía que pensar en ponerme bien, aunque Dios sabe que lo vi llorar cuándo le dijeron que quedaría postrada para siempre.
Su pasión era enseñarme a usar el tocadiscos del combinado, así que una vez encendido el aparato, cuando calculaba que ya estaba caliente y habiendo tomados varios verdes, me llevaba con la silla de ruedas para que pueda ver.
El mueble de madera oscura ocultaba bajo la tapa un gran vidrio lleno de letras y números, iluminado con una luz verde y tenue; mi Julio decía que era para saber la sintonía de la radio. Tenía aparte una serie de perillas redondas, grandes y brillantes; era lindo ver el combinado abierto y andando, tan lindo como escucharlo; mi Julio decía que era sonido estéreo. Cuando su papá lo compró, vino de regalo con dos discos de tangos cantados por Julio Sosa. No sé si me gustaban porque cantaba bien o porque se llamaba Julio, pero ¡Qué lindos tangos escuchamos en el combinado!
Me decía mi Julio, me lo dijo tantas veces que me lo sabía de memoria: “Vení, tenés que aprender a usarlo, ¿y si un día yo no estoy?, no es que me vaya a morir, pero ¿y si no estoy porque me fui de viaje, o me quedé más tiempo en el trabajo, mi amorcito dulce no va poder escuchar al tocayo. Vení, mirá. Primero que nada se levanta la tapa y se traba para que no se caiga, así ¿ves?, después girás la primera perilla cromada así, para la derecha, ¿ves? Y esperás… como un minuto más o menos, hasta que el equipo esté caliente”. A todo esto yo me perdía entre sus explicaciones y mis propios pensamientos, siempre quisimos un varoncito.
“Después levantás la palanca ésta, la que traba el automático, luego sacás un disco y lo colocás aquí, en el fierrito del medio, una vez que asentó el disco en la bandeja… ¿ves? ¡ésta es la bandeja!”
Nuestras tardes cobraron un brillo diferente con la llegada de Matías, nos transformamos en un hogar sustituto para él. Con apenas 10 años ya había sufrido más que yo; a pesar de todo lo que me pasó nunca me faltó lo que ahora queríamos darle a ese ser bondadoso maltratado por la vida, tuve amor y tengo a mi Julio… y sigo sumando… ahora tengo a Matías.
Mi Julio estaba feliz, tenía ahora dos alumnos a quienes enseñar el uso del combinado. Yo saboreaba la escena de todas las tardes alrededor del aparato, mientras escuchaba “bueno, una vez que lo pusiste…” mi mente viajaba a un mundo de ensueño, donde se cumplían nuestros deseos… Mi Julio, mi Matías… mis amores… donde la paz acudía a mi encuentro mientras continuaba la lección… “bueno, una vez que lo pusiste el disco movés la palanca de nuevo, para que trabe. Te fijás bien que esté en 78 el selector de velocidades y con esta otra palanquita…” Y con esa sensación de que todo estaba en su lugar, que padre e hijo mantenían un interés común, haciéndome la dormida, huía de las explicaciones mientras mis hombres hablaban de asuntos técnicos. “¡Huy! mamá se quedó dormida Matías, esperá que la llevo a la pieza y la acuesto… Como te decía, con esta otra palanquita lo encendés y cuidá de llegar hasta que marque AUTO, así queda en automático, sino es un lío, y ya anda; cuando se termina el disco se apaga solo y ahí lo podés cambiar si querés”.
A veces creo que Discépolo le erró, no es verdad que el mundo fue y será una porquería… como cantaba Julio Sosa. No me falta de qué quejarme, pero también tengo a Matías, a Mi Julio y un combinado que sé que jamás lograré usar.

© Armando V. Favore