Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

La extraña confusión

21/10/04
Cristina despierta agitada, temblorosa, transpirando... A pesar de tener sus ojos abiertos, las imágenes de la pesadilla la persiguen y se suceden una a otra, en forma cronológica y con precisión increíble. Sucesos importantes de su vida anterior, discusiones, peleas con los padres, amigas que la atormentaban. El sentimiento de falta de libertad, ese hallarse acorralada, la necesidad de liberarse. Todo acudía en esos sueños que se repetían sistemáticamente, ningún elemento se hallaba ausente..., tampoco la última imagen, la del negro pozo en el que cae cuando toma la resolución final, irreversible; la angustia le provoca arrepentimiento y la certeza de que no hay marcha atrás potencia aún más su dolor. Se sabe sola, desamparada, sin paredes que la contengan, sin límites de seguridad, viaja rumbo a lo desconocido y siente terror, pavor, e intenta gritar con desgarradora desesperación... mas no emana sonido alguno... implora gritar y cae, cae, cae interminablemente en un abismo de oscuridad infinita... cae, se ahoga, busca con desesperación el grito liberador; se angustia terriblemente, de pronto se siente socorrida, luego de tanto sufrimiento unos brazos la sostienen, parecen maternales, son los de La Parca.
Acunada por esos brazos que la rescataron del terror, vuelve la confianza, el sosiego, cierta calma interior. Siente que su cuerpo se ha hecho pequeño, ha vuelto a ser un bebé. No comprende lo que ocurre a su alrededor, nota que quien la carga la lleva caminando por un amplio sendero a cuyos alrededores crecen jóvenes casuarinas y un césped de verde intenso rodea todo el paisaje. De entre los árboles salen a su encuentro muchas “personas” que aparecen y desaparecen, todas cruzan saludos con la encargada de segar vidas, hasta que una de ellas se detiene para entablar conversación en un idioma desconocido y luego de lo que parecía ser una negociación nota que cambia de brazos.
Otra vez la oscuridad pero no el desamparo, había calor de hogar, calor de mamá... de pronto con esfuerzo físico recorre el breve paso a la luz, la que hiere sus suaves ojos, otra vez el aire que inflama sus pulmones, otra vez la vida. Busca, busca desesperadamente el pecho materno moviendo su pequeña boca, busca el calor de mamá, busca resarcirse ante esta nueva oportunidad, aspira con ansia ese soplo vital que la impregna, mas la tortura regresa. La luz reciente desapareció, fue depositada dentro de una negra bolsa plástica, negra como la suerte que la acompañara... gritó, ahora sí, con todas sus fuerzas, no quería ser abandonada, no quería morir nuevamente, no quería que le quitaran su oportunidad, se aferraba a la vida con uñas y dientes, sin embargo... estaba tan indefensa, su grito apenas superaba al gemido de un pequeño felino. Alguien cerró la bolsa con un nudo, la cargo y sintió el balanceo del caminar por largo rato, tenía pocas fuerzas para llorar. Luego, como una repetición siente que cae, cae, cae dentro de ese mundo oscuro y golpea con fuerza en un piso irregular... gime, no comprende, supone que morirá, se angustia.
Las lágrimas acuden nuevamente al rostro demacrado de Cristina, la pesadilla revivida una y otra vez la agotan. Con agitación y ese dolor en el alma decide hablar con su madre, la que tras una larga, demorada, demostrativa pausa y como única respuesta le entrega dos periódicos fechados 26 años antes, uno es de Catamarca y en su primera plana dice: “Joven adolescente decide quitarse la vida”; el otro es de Santa Fe y su titular principal reza: “Fue hallada recién nacida en un basural”. Cristina se hallaba confusa hasta que vio la fecha de los periódicos, era la de su nacimiento.
Los gestos de ambas mujeres eran de sorpresa y alegría al mismo tiempo, creyeron comprender y estallaron en llanto abrazándose, como sellando ese pacto tácito de amor que debe existir entre padres e hijos, aunque no sean de la misma sangre.