Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

La señora

30/7/04
La enfermedad de Claudia no tenía retorno, el deterioro constante de su sistema nervioso obligaba a suministrarle calmantes en forma continua y esto, sumado a la arteriosclerosis ya declarada tornaban la situación muy difícil de llevar. Poco a poco iba postrándose y perdía, inexorablemente, las posibilidades de defenderse y actuar hasta en lo más mínimo.
Elvira descartó de plano la idea de enviarla a un geriátrico, decidió que sería mejor tenerla en su casa, así podría procurarle atenciones y en los escasos momentos de lucidez, disfrutarla. Estaba convencida de que la madre debía vivir dignamente hasta que Dios disponga.
Una prima le sugirió que contratara a Guadalupe, la señora que cuidara tan amorosamente a su suegra hasta que falleció. Le dijo: ” Es una mujer viuda, sin hijos, hasta podrá cuidarla de noche, para que tu madre no esté sola. Alguien que te ayudará... te lo mereces Elvira. Piensa en ti y en Julio, no dejes de atender tu vida”.
La Señora se presentó aquella mañana del 16 de Agosto, luego de tener que lidiar con Sultán, quien le gruñó con ferocidad. Elvira retó al animal y le pidió disculpas a la recién llegada mientras la observaba. Llevaba un vestido marrón que cubría su pequeña y regordeta figura. En la diminuta mano derecha portaba un ligero bolso negro que acompañaba los vaivenes de sus ademanes. Lucía cabello largo, castaño, ligeramente ensortijado y atado hacia atrás con una dorada hebilla, dejando entrever vellosidades a ambos lados de un rostro apenas trigueño, con finos labios rosados alrededor de una discreta boca que apenas entreabría. Su aspecto de persona común, adulta, con ojos color miel, brindaba confianza. La mujer transportaba en sus ademanes y gestos cierta dosis de experiencia, puesta de manifiesto al hablar sobre trabajos anteriores y corroborada por los numerosos y excelentes antecedentes que traía.
El contrato fue sellado de inmediato y contemplaba tareas de tiempo completo. Elvira explicó lo concerniente a los medicamentos, horarios, comidas y demás detalles; dejando librado al criterio de Guadalupe cualquier sugerencia para mejorar la calidad de vida de Claudia. Así es que comenzaron ese mismo día agregando a la dieta de la enferma jugos de frutas, leche de soja, alguna salida en silla de ruedas para disfrutar del sol y por las noches leche tibia con unas gotitas de coñac, "para entonarla un poco y mejorar su sueño", solía decir la entusiasta Guadalupe.
En el transcurso de la primera semana se fueron notando cambios sorprendentes en Claudia. Comenzaba a incorporarse en el lecho sin ayuda, disminuyeron los calmantes, las salidas eran más frecuentes, como también los períodos de lucidez mental. Comenzó a establecerse un lazo cariñoso entre veladora y enferma, sin desplazar a Elvira. Las tres mujeres formaban ahora un “grupo de gente optimista”, según aseguraba Julio. Todo estaba mejor, el rostro de Claudia había recuperado gran parte de su sonrosado color, junto a algunos kilos que ayudaron a normalizarle el organismo.
- ¿Viste que linda que se puso mamá, Julio?
- Mientras no sea la mejoría que precede a la muerte. Me parece extraño todo esto, de pronto parece que esa mujer lo arreglara todo, se recupera la salud de tu mamá, vuelve la paz al hogar, hasta tu estás distinta. Raro, me parece raro. Además a Sultán no le causa ninguna gracia la nueva integrante de la casa.
- Bueno, el perro le tomó idea de entrada y a ella parece que no le gustan los animales, así que yo los mantengo alejados a uno del otro y listo.
Durante tres meses Guadalupe durmió junto a Claudia, en el mismo cuarto, prestando permanente atención. Elvira estaba acostumbrándose a dormir con su esposo en forma regular, sin tener que abandonar el lecho para salir corriendo detrás de los gritos, gemidos y ayes que su madre profería intempestivamente.
Un día de aquellos Claudia amaneció desganada, el rostro lívido y con cierta inapetencia; llamaron de inmediato al médico quien, luego de observar a la paciente y los resultados de ciertos análisis, determinó que todos los parámetros eran normales por lo presuponía cierto cansancio mental. Recomendó un complejo vitamínico, en especial con alto contenido de fósforo.
La mejoría de Claudia fue breve, a pesar del verano se hallaba desganada para salir y disfrutar de los cálidos atardeceres.
Cierta noche, debido al calor reinante, Julio abandonó el lecho en busca de limonada. Salió al jardín del fondo a beber el refresco. Ni una leve brisa, solo el césped daba la sensación de ser portador de cierta frescura. Se ubicó a un lado de la ventana de la habitación de su suegra. Mientras admiraba la luna llena escuchó la voz de Guadalupe hablándole a Claudia. No entendía las palabras, pero si el tono. Parecía... no, era imperativo. Escuchaba cómo la cuidadora mandaba a su asistida. Julio no tuvo dudas: se trataba de órdenes, lisa y llanamente; por alguna razón la mujer le exigía cosas a su suegra y ésta respondía en el mismo lenguaje hasta que rompió en llanto, luego sobrevino la quietud total.
Por la mañana comentó esto con Elvira, ella desestimó los comentarios cuando él no pudo precisar las palabras que dijo haber escuchado. Sin embargo tuvo que reconocer que su madre se hallaba taciturna.
Esa noche Julio volvió a su lugar de escucha. Todo volvía a repetirse, las palabras le resultaron más claras y el tono, aunque bajo, imperante: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!” escuchó claramente de boca de Guadalupe. Por un instante se hizo un silencio sepulcral en el entorno de Julio, pudo percibirse un susurro... era de Claudia que con voz trémula contestó: “uma rutkam, uma rutkam, natkima”. Con un sonido gutural volvió la voz de Guadalupe a resonar en la habitación: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!” , y de inmediato el llanto desconsolado de Claudia pobló la noche.
Julio decidió que debía saber qué ocurría allí, se asomó por la ventana cuando un reflejo plateado penetraba en la habitación y con sorpresa vio a Guadalupe, a horcajadas sobre Claudia con las manos a cada lado de su cabeza y con una lengua muy larga sorbiendo una a una las lágrimas que Claudia liberaba en forma irrefrenable, sin defensa alguna, sometida totalmente.
Guadalupe interrumpió bruscamente su sesión de vampirismo y con un rostro diabólico observó por un instante a Julio, sus miradas se cruzaron. Julio salió despedido del alféizar de la ventana para caer pesadamente contra una columna de madera que le partió el cráneo. Desde el frente Sultán ladró con energía, logrando despertar a la dueña de casa, quien intuitivamente corrió junto a Julio; de inmediato llamó una ambulancia. Los médicos pronosticaron que quedaría cuadripléjico.
Elvira cayó en un estado depresivo. Claudia fue muriendo despaciosamente, repitiendo con voz imperceptible y la mirada perdida su letanía: “Mi alma es de Dios, el diablo me la pide, me hace llorar, absorbe mis lágrimas, me saca mi alma”. Elvira no entendía los dichos de su madre, pensaba que estaba senil.
Claudia murió dos días antes de que Julio volviera al hogar, el pronóstico de los médicos fue lamentablemente acertado. Elvira, taciturna, acomodó a su esposo en la cama matrimonial y solicitó a Guadalupe que permanezca con ellos, en un lecho que ubicaron al efecto dentro de la habitación.
Los sedantes que tomaba lograban hacerla dormir hasta altas horas de la mañana. Cuando despertaba Guadalupe la agasajaba con un desayuno y la eterna sonrisa que lograba tranquilizar y reanimar a la maltrecha Elvira.
- ¿Sabes qué Guadalupe?. Deben ser las pastillas que tomo, pero todas las noches escucho una palabras rarísimas, en otro idioma.
- Si las pudieras repetir buscamos en algún diccionario o preguntamos a alguien que sepa. El significado de los sueños es importante para entender nuestra psiquis y puede ayudarte a salir de esa depresión que me tiene tan preocupada
- Las escuché tantas veces que te las puedo deletrear. Tienen un tono imperativo así que ponle signos de admiración, dice así: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!”
Guadalupe posó sus ojos sobre los de Elvira, sonrió tranquilizadora. Giró la cabeza y observó a Julio sobre cuyo rostro rodaban algunas lágrimas, sonrió.
Siempre la sonrisa tranquilizadora de Guadalupe. Siempre Guadalupe para ayudarla.