Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

Diez minutos

Ana Amaya esperó mucho tiempo para tener su casa propia. Juntó peso sobre peso, confió en el sistema bancario y cuando estuvo a punto de concretar la compra tan ansiada, le retuvieron los ahorros de toda la vida dentro del llamado “corralito”.
Nuevamente a esperar, nuevamente a juntar peso sobre peso. Retiró lo que pudo cuando pudo, nunca más volvió a depositar en un banco. Vendió el auto y ahora buscaba una casa linda, con parque y árboles, aire puro y césped, flores y ladrillos a la vista, sin ruidos. Sólo era cuestión de esperar y buscar. Sus amigos ya habían hecho correr la voz . Su futura casa ya sabía que podría buscar dueño nuevo.
Ana consideraba que para que algo se concrete en la vida, lo que sea, era necesario desearlo fervientemente y no apartar el pensamiento de ese objetivo, así, tarde o temprano, se vería hecho realidad. Cavilaba al respecto mientras observaba un grupo de rubias abejas libar entre las flores de una Madreselva; se veía a sí misma trabajando por cristalizar, aquí en este mundo, lo que por ahora pertenecía al territorio de lo utópico.
- ¡Ah! – solía repetir – si no fuera por las utopías, hacia dónde iría el hombre.
El llamado telefónico la sacó de sus pensamientos, era Rodolfo para avisarle que en El Bañado de San Isidro había una casa perfecta para ella. Que fuera a las 14 y buscara a un señor Benjamín Buenaventura en la puerta del club San Martín, así podrían ver la casa.
Salió del domicilio paterno, en el barrio 9 de Julio, a las 13 y 30, acompañada por su hermano menor. Tomó por Sumalao y antes de darse cuenta estaba disfrutando la vista de una casa que cumplía sus anhelos en un cien por cien, hasta en el diseño de la reja que la rodea. Daba saltitos de alegría al entrar, pensando que tanto el precio como la distribución la satisfacían exactamente.
Combinaron con Don Benjamín para encontrase al día siguiente, allí mismo a las 8, a fin de concretar la compra. El hombre le solicitó que sea puntual, ya que tenía otro candidato firme, si bien ella le despertaba mayor simpatía y sabía que le cuidaría la casa como nadie, tampoco era menos cierto que tenía una media palabra con el otro... Él reuniría los papeles, traería a su esposa para la firma y luego harían una escapada hasta la escribanía en Villa Dolores, donde le entregaría los dos juegos de llaves.
Ana no podía creer que mañana, ya mañana tendría la casa con todos los papeles al día y sin ningún impedimento. El hombre le dijo que vendían la casa porque vivían con su hijo en Córdoba, ya estaban grandes para quedarse solos.
Todo parecía mágico, perfecto, sin fisuras. Ana pensó que Paulo Cohelo tenía razón al decir: “Cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño” **
Luego de ver una película, a la que Ana no prestó atención pues se hallaba paseando con el pensamiento por el jardín de su nueva casa, se retiró a descansar. Es una forma de decir, pues comenzó a dar vueltas y vueltas, apagaba la luz y volvía a encenderla, se levantaba y se acostaba permanentemente y el sueño no llegaba. Comprobó más de diez veces que el despertador funcionara correctamente, no vaya a ser que se quede dormida. Revolvió en el placard hasta que encontró una revistas de decoración, se recostó. El ver un hogar con leños encendidos le dio sensación de abrigo y serenidad, se relajó y finalmente ingresó al mundo de Morfeo.
La sobresaltó el sonido estridente del despertador, miró la esfera iluminada por un fuerte rayo de sol y saltó de la cama al ver que ya eran las 9 de la mañana. “Si yo lo puse a las seis y media”, ¿qué pasó? ¿por qué no me duché anoche?. Don Benjamín no tiene teléfono. Tengo que apurarme, quizá todavía está ahí. ¿Mamá estará despierta? ¡Mami, mami!. No contesta. ¿Qué pasa que el agua está fría?. ¡Dios!. ¿Todo tiene que complicarse justo ahora? ¿Los problemas no pueden esperar a mañana?.
Decidió cepillar el cabello y acomodarlo como pueda para estar presentable, cuando al salir de la bañera resbala y cae sentada sobre el agua fría, a punto de decir una mala palabra recordó que no debía empañar aun más el momento; trató de no mimetizarse con los contratiempos, pero cuando miró su reloj pulsera vio que ya marcaba las diez. “No puede ser, si no estuve más de cinco minutos en el baño. ¡Mamá!”.
Decidió que ese no era su día: “Tanto lío, ayer no tardé más de diez minutos en llegar y hoy pasan las horas sin que logre salir de casa. Bueno, como sea yo me voy”.
Al pretender subir al auto ve con sorpresa que habían violentado las dos cerraduras, por lo que con gran dificultad logró introducir la llave en la puerta del acompañante, para notar con terror que le habían robado el equipo estéreo, destruido la consola y le dejaron un manojo de cables pelados. Se sentó en la butaca con las piernas hacia fuera y tomando su rostro con las manos se puso a llorar. Repetía una y otra vez: ”No puede ser, no puede ser. ¡Mamá, mamita! ¿Dónde estás?”
Se incorporó y con paso lento fue hacia la casa, llamaría al mecánico del auto para que le arregle lo posible. Le intrigaba que su madre no estuviera, ni su hermano, tampoco una nota explicando dónde estaban. Raro, muy raro.
Entró en la casa, fue directo hacia el teléfono cuando al pasar frente al baño de servicio un poderoso y maloliente brazo masculino rodeó su cuello, introduciéndola en el pequeño ambiente, sintió cómo un objeto contundente golpeaba su cabeza, haciéndole perder el sentido.
Al despertar miró instintivamente el reloj, marcaba las seis, aun estaba oscuro. Le dolía terriblemente la cabeza. Recordó su cita de las ocho de la mañana, ya habían pasado diez horas. Dio todo por perdido. Su sueño se había hecho añicos. A esa hora la casa se habría vendido. Igual decidió salir para ver qué pasaba. Pidió un taxi, al llegar no encontró a Don Benjamín, un vecino le dijo que lo espere pues de seguro la fue a buscar y sin duda volvería. Impaciente y desilusionada decidió regresar y ocuparse de los dramas de su hogar, debía llamar a la policía y luego al mecánico.
Al llegar llamó insistentemente: “¡Mamá! ¿Dónde estás?”. Sentía que su grito quedaba ahogado en la garganta, no emitía sonido alguno. Insistentemente quiso gritar: “¡Mamá, mamá, mamá!”.
Finalmente gritó, tan fuertemente que despertó, justo cuando comenzó a sonar el despertador. Bañada en transpiración, estiró la mano y apagó al mensajero de tan buena noticia, eran las seis y media de la mañana, por la puerta ingresaba su madre sonriendo y con una humeante taza de café. Ambas mujeres se miraron.
- ¡Hoy es tu día, hija mía!
- Decididamente mami, ¡hoy es mi día!.


**Tomado del libro El Alquimista de Paulo Cohelo