Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

El niño, los pájaros

Anahel vio llegar la tormenta mientras observaba el horizonte a través de la ventana; un gesto de desagrado apareció en la carita redonda, debería pasar toda la noche dentro de la gran casa. Sus amigos tampoco podrían salir como les gustaba, a formar figuras en el aire, entrecruzando colores, el amarillo del benteveo con el negro del cuervo, solo visibles a la luz de la luna; Anahel disfrutaba largo rato de las peripecias que sus cariñosos compañeros realizaban sólo para verlo reír. Pero aquella noche...
Con un “bichofeo” cantado llamó a sus acompañantes, cuando los tuvo a su lado señaló con el índice hacia la gran tormenta que se avecinaba y los tres asintieron reiteradas veces, a la vez que ponían gesto de lamento.
De pronto el cuervo salió como disparado y comenzó a revolotear alrededor de la ventana ubicada en la pared opuesta, con graznidos fortísimos llamaba la atención del benteveo y de Anahel, quienes acudieron súbitamente para observar cómo, tres pisos más abajo una molesta familia pretendía guarecerse del temporal. Los tres se miraron fastidiados, la puerta principal carecía de cerradura y pronto estarían todos esos humanos perturbando la paz nocturna.
El benteveo y el cuervo salieron en recorrida por la casa. El niño, en cambio, luego de meditar unos instantes fue directamente hasta su salón preferido. Apareció de pronto y vio la escena, nadie lo notó... era una reunión pequeña en un cuarto angosto, “su” cuarto angosto, era el más acogedor; con dolor vio cómo uno de esos seres posaba su humanidad en la preciosa silla que “su” Papá le comprara. Las tazas de porcelana eran de “su” Mamá y ahora se llenaban con el desagradable y humeante té que portaran aquellos indeseables.
Las voces, qué horribles voces las de las niñas que con gritos reían por todo, hasta por haberse perdido en esa tonta salida al campo. Lo único que repetían era: “Menos mal que trajimos el termo con té caliente, ja, ja ja,...”
Anahel pensó que el cuarto debería dejar de ser un lugar agradable para aquellas personas, ahora que un pájaro lo sobrevolaba sentirían temor, los pájaros no vuelan en la noche dentro de un cuarto, el benteveo lo hacía a la perfección, una y otra vez. Sin embargo no parecía hacerles mella, así que el cuervo entró en acción, pero más directamente. Un espectador ajeno diría: “Podía verse claramente como un cuervo tironeaba el pelo a las niñas y hundía el pico en las tazas”; a pesar de que lo hizo una y otra vez pudo verse que ellos no se ocupaban de él, cantaban y reían.
El benteveo, Anahel y el cuervo se reunieron, evaluaron la situación y decidieron echar definitivamente a esos intrusos de su hábitat, así es que el niño tomó unos cuchillos del armario, se elevó hasta la gran lámpara del techo y desde allí los arrojó uno a uno y cuando el tercero se clavó en la gran mesa de madera se hizo un silencio sepulcral, la familia entera miró hacia arriba y vio que varios cuchillos flotaban en el aire mientras otros llegaban al sitio volando. Anahel entonces cobró más ánimo... veía el miedo reflejado en el rostro de los desagradables visitantes, que huyeron hasta la puerta principal, quedando acorralados entre la tormenta y el ataque del que eran objeto. Entonces el niño cobró más ánimo aún y recrudeció la ofensiva, estaba como fuera de sí. La más pequeña de las niñas, víctima del terror, profirió un grito tan aterrador que paralizó a todos, incluidos los atacantes.
El cuervo y el benteveo quedaron estáticos en el aire, mirándose. Anahel bajó y se paró frente a la niña, la abrazó con ternura y lloró.