Catamarca letras

sábado, septiembre 02, 2006

Nuevamente Juntos

24/10/2003

¡Te vi! ¡Te vi de vuelta Cristina!
Estabas, bueno… en una situación un tanto difícil. La camilla de la ambulancia sujetaba tus débiles miembros… para que no te caigas. Dos muchachos fuertes, quizá como tus nietos, cargaban fácilmente contigo, tan livianita ya… No podías dominar la cabeza, con la boca abierta y tus bellos ojos negros cerrados.
Te llevaban para hacer no sé que estudio nuevo sobre tu maltrecho organismo. Sondas, catéteres, cables, sensores, agujas, sueros y no sé que más formaban parte de esa lista de “insumos” con que trataron de prolongarte la vida.
¡Cómo nos separaron las circunstancias! Papá y Mamá te adoran, aún hoy. Igual que yo, que a pesar del tiempo siempre te esperé.
Cuando te casaste estuve allí, sé que me “viste”. ¡Qué alegría al nacer Horacio!, pude sentir el palpitar de tu corazón y ese agridulce que te apareció cuando pensaste que podía ser nuestro hijo. Sentí tu homenaje. Siempre me amaste, siempre te amé, siempre nos amamos.
Ricardo, tu marido, ha sido siempre un ejemplo de esposo y Padre, honesto, humilde, fiel. Siempre te amó… me lo dijo y sintió también tu correspondencia. Hoy él reconoce que su corazón está junto a su primer amor, lo que me pasa a mí…
Siempre volvemos al primer amor, no importa el tiempo, el lugar, la situación. No importa, siempre se vuelve al primer amor.
¡Te amo Cristina! ¿Me oyes? ¡Te amo! Y estos últimos días te escucho decirme al oído: “Te amo Sebastián, te amo, volveremos a estar juntos”.
Los chicos de la ambulancia te tratan bien, como lo harían con su abuela. Luego de estudiar algunos parámetros de tu cuerpo te llevan nuevamente a la sala del sanatorio. Allí está Eloísa, mirándote con el dolor con que un hijo padece la enfermedad de una Madre.
A tu bella y frágil Eloísa le encantaba pegarse a ti, desde que le diste el pecho por primera vez y aún cuando ella dio el pecho por primera vez.
Como buena hija ayudó a acomodarte en la cama, alisó tu arrugado camisón de clínica, perfumó suavemente la almohada y luego de taparte se acurrucó sobre tu pecho, para sentirte. En tu rostro se dibujó una sonrisa que no pudo ver, pero sintió como un mensaje… ¿Quizá de despedida?
Luego, delicadamente, dejaste de transmitir el suave ritmo de tu corazón. Eloísa comprendió y finalmente sonrió al sentirse aliviada por ti, ya que habías emprendido tu siguiente viaje.
Con un nudo en la garganta y la cabeza aún sobre tu pecho, apenas articuló un ¡Chau Mamita! ¡Qué seas feliz! ¡Espéranos!
Me acabo de colocar el traje blanco, con un clavel rojo en la solapa. Tú llegas con un vestido brillante, níveo, con una gran cola de tul…
¿Notaste Cristina que aquí no tenemos edad sino sólo corazones?
Quiero decirte que aquél accidente no me separó de ti, que sólo nos dio un compás de espera de apenas una vida y permitió que afianzáramos nuestros sentimientos.
Ya lo ves, continuamos donde lo dejamos, estábamos por casarnos. Aquí viene Ricardo y su esposa a traernos los anillos.
Todos estamos felices, tu papá te llevará al altar. Las madres serán madrinas y los papis padrinos.
Tus hijos y nietos se han reunido porque partiste. Hagámosle partícipes de nuestra alegría. Aunque estén tristes, digámosle que estás bien y que eres feliz.
Eloísa acomoda tus pertenencias y piensa en ti. ¡Qué gran corazón tiene esa mujer Cristina! ¡Qué gran corazón! Realmente te ama.
Tu maravillosa hija se acerca a Horacio y juntos se reúnen con sus cónyuges, hijos, sobrinos y nietos. Parecen reunidos para una fiesta familiar. Con lágrimas en los ojos Eloísa propone un brindis por ti. Todos, en total silencio elevan las copas, sumidos cada cual en sus propios pensamientos. De pronto, sin acuerdo previo y realmente al unísono exclaman: ¡¡¡Que seas muy feliz Mamá!!!