Catamarca letras

martes, julio 25, 2006

Mi Julio, mi vida

Parecía un ritual, todas las tardes como a eso de la oración calentaba el agua, la metía en un termo, cambiaba la cebadura del mate, iba al fondo y sacaba una hojitas de burro ¡Cómo le gusta ese yuyo! Después de cebarse algunos amargos arrimaba la silla hasta el combinado, levantaba la tapa y se quedaba mirándolo; para mí, él sentía que de allí emanaba magia. Lo cuidaba mucho. Después de pasarle un trapito lo lustraba con una franela y cuando estaba todo dispuesto lo encendía. ¡Hay que esperar que calienten las válvulas! – me decía – y yo lo miraba, parecía pibe con chiche nuevo.
Sé que siempre me quiere mucho, aún luego del accidente. ¡Cómo me golpeé esa vez! Casi me mato cuando se dio vuelta la jardinera en el canal y yo pensando en que tenía que planchar la ropa para mi Julio… mi amado Julio… mi buen Julio.
Él me dijo que era una tonta y que tenía que pensar en ponerme bien, aunque Dios sabe que lo vi llorar cuándo le dijeron que quedaría postrada para siempre.
Su pasión era enseñarme a usar el tocadiscos del combinado, así que una vez encendido el aparato, cuando calculaba que ya estaba caliente y habiendo tomados varios verdes, me llevaba con la silla de ruedas para que pueda ver.
El mueble de madera oscura ocultaba bajo la tapa un gran vidrio lleno de letras y números, iluminado con una luz verde y tenue; mi Julio decía que era para saber la sintonía de la radio. Tenía aparte una serie de perillas redondas, grandes y brillantes; era lindo ver el combinado abierto y andando, tan lindo como escucharlo; mi Julio decía que era sonido estéreo. Cuando su papá lo compró, vino de regalo con dos discos de tangos cantados por Julio Sosa. No sé si me gustaban porque cantaba bien o porque se llamaba Julio, pero ¡Qué lindos tangos escuchamos en el combinado!
Me decía mi Julio, me lo dijo tantas veces que me lo sabía de memoria: “Vení, tenés que aprender a usarlo, ¿y si un día yo no estoy?, no es que me vaya a morir, pero ¿y si no estoy porque me fui de viaje, o me quedé más tiempo en el trabajo, mi amorcito dulce no va poder escuchar al tocayo. Vení, mirá. Primero que nada se levanta la tapa y se traba para que no se caiga, así ¿ves?, después girás la primera perilla cromada así, para la derecha, ¿ves? Y esperás… como un minuto más o menos, hasta que el equipo esté caliente”. A todo esto yo me perdía entre sus explicaciones y mis propios pensamientos, siempre quisimos un varoncito.
“Después levantás la palanca ésta, la que traba el automático, luego sacás un disco y lo colocás aquí, en el fierrito del medio, una vez que asentó el disco en la bandeja… ¿ves? ¡ésta es la bandeja!”
Nuestras tardes cobraron un brillo diferente con la llegada de Matías, nos transformamos en un hogar sustituto para él. Con apenas 10 años ya había sufrido más que yo; a pesar de todo lo que me pasó nunca me faltó lo que ahora queríamos darle a ese ser bondadoso maltratado por la vida, tuve amor y tengo a mi Julio… y sigo sumando… ahora tengo a Matías.
Mi Julio estaba feliz, tenía ahora dos alumnos a quienes enseñar el uso del combinado. Yo saboreaba la escena de todas las tardes alrededor del aparato, mientras escuchaba “bueno, una vez que lo pusiste…” mi mente viajaba a un mundo de ensueño, donde se cumplían nuestros deseos… Mi Julio, mi Matías… mis amores… donde la paz acudía a mi encuentro mientras continuaba la lección… “bueno, una vez que lo pusiste el disco movés la palanca de nuevo, para que trabe. Te fijás bien que esté en 78 el selector de velocidades y con esta otra palanquita…” Y con esa sensación de que todo estaba en su lugar, que padre e hijo mantenían un interés común, haciéndome la dormida, huía de las explicaciones mientras mis hombres hablaban de asuntos técnicos. “¡Huy! mamá se quedó dormida Matías, esperá que la llevo a la pieza y la acuesto… Como te decía, con esta otra palanquita lo encendés y cuidá de llegar hasta que marque AUTO, así queda en automático, sino es un lío, y ya anda; cuando se termina el disco se apaga solo y ahí lo podés cambiar si querés”.
A veces creo que Discépolo le erró, no es verdad que el mundo fue y será una porquería… como cantaba Julio Sosa. No me falta de qué quejarme, pero también tengo a Matías, a Mi Julio y un combinado que sé que jamás lograré usar.

© Armando V. Favore

El atrapado

Y es por lo que no hallo aún respuesta, me lo pregunto, siempre me pregunto… ¿Es un hombre el maldecido o es la tierra?

La luna se erguía en el horizonte, tras la hilera de álamos despellejados por las crueldades del invierno, el helado canal llevaba mensajes lastimeros. Crujía la delgada escarcha de sus bordes por el peso del dolor de un hombre. Un sonido claramente identificaba ese sentimiento, el aullido desgarrador perforaba con trazos inquietantes la densidad del aire. Un terrible ¡Auuuuuuuuu! laceraba la nocturna pasividad de los durmientes, penetrando uno a uno los adobes del caserío.
Si algo acompañaba el silencio, desgarrado por momentos, era la letanía de los rosarios rezados en cada casa, para que el lobizón no lo elija y siga, para que esa alma en pena deje de sufrir por ser como es y tener que llorarle a la luna llena.
Había llegado hasta el circuito de Polcos y sobre un terraplén de tierra se sentó, estirado el cuello y con el hocico hacia la luna se puso a llorarle, a implorarle la liberación, aunque más no sea… que lo despene.
Tres noches de esa luna llena transcurrieron, tres largas y plateadas cuchilladas hirieron los fríos descansos, tres largas y monótonas letanías acompañaron el silencio de la tierra dolorida por la maldición.
Por esto es que a la media noche de la noche más fría del año, llegó, súbita, violenta, la orden de salir a cazar la alimaña que no dejaba en paz al caserío de Polcos. Y llegamos los cuatro agentes sin hacer ruidos, la luna le daba de lleno en el cuerpo grisáceo, mostrando un bellísimo ejemplar del reino animal; pero se paró en sus cuatro patas cuando amartillamos los rifles y antes que echara a correr un solo estruendo marcó la salida de los proyectiles…, cayó, se incorporó, corrió y antes de poder dispararle nuevamente… como tragado por la tierra.
Lo detuvieron al alba, en la entrada de La Banda de Varela, iba cojeando, con la ropa hecha jirones, la cara seca y embarrada por cientos de lágrimas entremezcladas con el polvo del camino, sin calzado y con una herida de bala en la pata, perdón, en la pierna izquierda.
No hay duda de que era él, el maldecido hijo de Doña Carmen, 7º de un atado de varones. Lástima que el viejo no quiso bautizarlo y que le salga de padrino, aunque más no sea, el intendente. Lástima, pobre alma la de ese hombre. Lo tendrían encerrado para que ya deje de molestar hasta ver qué podía hacerse con el infeliz.
Sin embargo, a la noche siguiente…
La luna se erguía en el horizonte, tras la hilera de álamos despellejados por las crueldades del invierno, el helado canal llevaba mensajes lastimeros. Crujía la delgada escarcha de sus bordes por el peso del dolor de un hombre. Un sonido claramente identificaba ese sentimiento, el aullido desgarrador perforaba con trazos inquietantes la densidad del aire. Un terrible ¡Auuuuuuuuu! laceraba la nocturna pasividad de los durmientes, penetrando uno a uno los adobes del caserío.


© Armando V. Favore

La Mañana

La mañana
230 palabras 23/11/04
Ya la noche abandona el terruño, febo incursiona tímidamente; vuelven los pájaros con su trino esperanzador. Estoy solo, observando. Tu recuerdo retorna como el día, lacera mi costado y demuestra una vez más que me hallo inerte, que el amanecer no representa para mí una nueva oportunidad.
La nieve aún no desaparece, frente a mi ventana dos caballos pastan el congelado alimento mientras sus fauces hambrientas generan blancas nubes ascendentes. Salgo y busco aspirar, no ingresa el frío aire que espero, tampoco emana de mí un poco de vapor. Nada. Siento esto como un castigo; nada siento, solo este dolor por ti... que te has quedado.
Regreso a la casa e ingreso a tu aposento. Estoy ya a tu lado, respiras, duermes, el Dios de los sueños te lleva a su mundo para prodigarte descanso verdadero; veo rastros de tus lágrimas surcándote el rostro, no puedo tocarte... intentaré el robo de un último beso, quizá Morfeo entienda mi sufrimiento y lo haga posible. Enternecido estoy por tu rostro en paz, por esos labios rosados, capaces de besar. Me acerco mirándote a los ojos y al abrirlos el verde esmeralda de tu destello se apiada de mí, intentas verme pero solo estará presente entre ambos el fracaso mientras vivas.
No importa la mañana con su sol. No importan la vida y los pájaros, solo importas tú... querida.
Te esperaré.

© Armando V. Favore

Papá y Mamá

Amaba lo cotidiano, pararse en el borde de la bañera para que sus ojos vieran a través del espejo cómo el paterno rostro lucía, primero enjabonado, luego perfectamente afeitado; solía registrar uno a uno los movimientos necesarios para la preparación de la Gillette en su moderna maquinita y una vez finalizada la tarea matinal, otorgar una gran dosis de cariño filial, acariciando ambas mejillas con sus manitas a la vez que pronunciaba esas mágicas palabras: “Papito Belo”.
Amaba lo cotidiano, subirse a la bicicleta y desde su puesto de observación disfrutar el paseo con la fresca brisa matinal ondeándole apenas el castaño cabello. Sentado en el caño, girando de tanto en tanto la cabeza para ver la sonrisa entremezclada con el silbido de un hombre alegre, acompañando a ese gigante de manos duras, curtidas por ladrillos mordaces e impiadosas cucharadas de cal.
Amaba lo cotidiano, jugar con la arena mientras hacía de ayudante, demostrando a cada momento lo fuerte que era y las cosas que ya podía realizar, emulando permanentemente al ejemplo de hombre que supo ver en él.
Amaba lo cotidiano, ver desde el sillón de la casa cómo, luego de limpiarlas con aceite y azúcar, las fuertes manos acariciaban con ternura el ceñido talle de la mujer que supo amarnos; luego el pequeño y significativo beso que aseguraba la familia.
Amaba lo cotidiano, ir al descanso con la caricia de aquellas otras manos, las que solían entrelazarse en el cabello reseco por el trabajo a la intemperie, las que aliviaban la dolorida cintura que procuraba el sustento. Y besar, besar la mejilla sonrosada mientras un “te quiero mami” lograba dar paso al reparador reino de Morfeo.
Amaba lo cotidiano, amaba el amor de ellos. Ama las manos ahora más suaves, ama el níveo resplandor de cabellos ahora más cuidados. Ama las cinturas, una no tan ceñida, la otra no tan dolorida.
© Armando V. Favore

Ella

Su llegada me sorprendió. La larga y lacia cabellera caía sobre una estilizada figura femenina vestida de negro.
Debí admitir su belleza, inigualable diría yo. Desde lo profundo de su mirada se palpaba una tremenda paz.
De pronto desapareció el paisaje, solos ella y yo.
_ ¿Quién eres? - pregunté intrigado – Sales de la nada, me encandilas con tus ojos y…
_ Y te estás enamorando de mi - respondió
_ ¿Qué haces con mi corazón? ¿Qué haces con mis sentimientos? – pregunté

Amo a Clarissa desde que la conocí, jamás pude amar a otra mujer. Mi querida María Belén fue el dulce retoño que calmó nuestros días de angustias.
Siempre fueron todo, absolutamente todo para mi. Sólo dos mujeres sumadas a Mamá.

_ ¡Las amo! Pero ahora apareciste en mi vida, me llevas a este lugar sin entorno. ¿Quién eres? Siento que te amo a ti también, comprendo que tú eres para mí. Se potencia, con este amor hacia ti, el que siento por ellas tres. Además me desconciertas pues… no siento culpa por amarte. Dime por qué. ¿Qué has hecho con mi cultura? ¿Es que todo esto está más allá del bien y del mal? ¡Responde!
_ Ámame y amarás aún más – me respondió – No preguntes, el amor engendra amor y da sabiduría. Ámame y sabrás cuánto las amas.

Mi amada desconocida me atrae hacia ella, acerca su boca a la mía y así, sin pensamientos beso esos labios bellos, puros, prístinos. Cierro los ojos, estoy viviendo todo con tanta intensidad…
Siento paz…
Abro lentamente los ojos frente a esta mujer a la que aún beso. Indago con el pensamiento: ¿Quién eres?. Me aparto suavemente un instante, puedo apreciar detrás de la figura de este nuevo amor un largo camino rodeado de pinos. Suspiro quedamente.
El verde adorna un paisaje sin horizonte. Tres figuras femeninas sobre el fondo. Son ellas vestidas de negro. Mamá con un pañuelo enjugando lágrimas, Clarissa con gesto compungido tratando de contener el desconsolado llanto de María Belén.
_ ¿Quién eres? – indago nuevamente.
_ No importa mi identidad, ya me has besado. Soy tuya y tú… eres mío.


© Armando V. Favore

El Beduino

Mala suerte lo acompañó el día que llegó a conocerlo, a veces la vida nos enfrenta con crudas realidades. Aquél personaje era francamente nefasto y se cruzó con Anahel. Lo llamaban El Beduino, debido al aspecto de Árabe y su fama de sinvergüenza carente de hogar fijo.
Sentía cierta culpabilidad por no poder defender a Anahí de la telaraña que el mal viviente le tejió y lamentaba que ella tampoco haya sabido ver las consecuencias de esa relación.
Anahel, dolorido y acongojado, reflexionaba al respecto, diciéndose a sí mismo: “¿Cómo saberlo? ¿Cómo imaginar lo que podía ocurrir y lo que uno se ve obligado a hacer? Se anda por la vida con los pares, Junto a la gente que pertenece a su universo, de vez en cuando escucha y trata de comprender las vivencias de otros, pero resulta difícil interpretar esos planos de realidad, diferentes a los propios. Lo cotidiano se maneja dentro de ciertos parámetros socio culturales y todo anda relativamente bien; pero a veces esos mundos, que parecen estar en diferentes niveles, paralelos entre sí, chocan”.
Volvió a revivir lo acontecido desde que José llamara aquella madrugada. Se apersonó en el bailable a la cuatro treinta, alguien identificado como policía lo condujo a un patio interno del lugar. Levantó un par de camperas y debajo de ellas se hallaba su dulce Anahí. Presentaba un orificio en la frente y una leve sonrisa mezclada con asombro en el rostro. Una lágrima rodó por la mejilla de Anahel, mientras cerraba un puño en señal de impotencia.
En su análisis, Anahel buscaba ser frío, a fin de diagnosticar correctamente y evitar sus emociones: “Anahí fue víctima de este encuentro entre niveles. Víctima del choque de dos mundos. Sin dudas esto es lo que ocurrió”.
No deseaba venganza, pero reconocía que debía hacerse justicia. Sabía cuál era la verdad, “El beduino la mató”. Sin embargo tuvo que acatar el dictamen del juez: “No hay pruebas” . Sólo quedaba que Dios se ocupara para que no haga más daño, “pero estaré atento”, agregaba a sus plegarias.
José volvió a llamar, le avisó dónde se hallaba El Beduino embriagándose. Anahel acudió de inmediato y haciéndose pasar por un parroquiano más compartieron unas copas, hasta que el asesino de Anahí perdió el control de sus actos.
Salieron del lugar y tomando un taxi llegaron a la guardería de botes. El Beduino cayó pesadamente sobre un lateral de la pequeña embarcación y allí quedó. Un fuerte viento comenzaba a azotar la costa. Anahel soltó las amarras mientras recordaba el pronóstico del tiempo: “Un fuerte temporal azotará las costas bonaerenses, con vientos de hasta 120 km. por hora, se recomienda a la población...”. Cuando vio que la corriente condujo la embarcación aguas adentro regresó a su casa.
Anahel vio llegar la tormenta mientras observaba el horizonte a través de la ventana.
Al día siguiente salió temprano, compró el diario, se metió en un bar y leyó el informe periodístico donde mencionaban la muerte de El Beduino como consecuencia del temporal.
Luego de beber un café amargo, se puso de pie, dobló el periódico y dejando unas monedas en la mesa caviló en voz alta: “El cruce de niveles... el cruce de niveles”

Ó Armando V. Favore

El Ángel

Eran ya la seis de la tarde, verano en Valle Viejo, otoño, otoño en Guillermo. Ochenta y cinco años de andar caminos aportando su espalda al sustento familiar. Hoy ya ha sido relevado. La frescura de su añeja parra, sumada a la constante compañía de su bisnieto Ricardo le dicen que es feliz; con él no necesita el habla que perdió, se entienden. El niño siempre está allí, al alcance de su mano, semejando un pequeño ángel custodio, no hay ya angustias ni dolor, sólo este momento que mágicamente anula tantas fatigas, sólo paz, que disfruta y le da sosiego. Este solaz le indica claramente lo que necesita... descanso; basta ya de lidiar en este mundo, basta...
El pequeño juega sobre la tierra del patio con un diminuto automóvil de plástico, el bisabuelo quieto en su silla de cuero, la mirada perdida en horizontes imaginarios, Eolo descansa, todo parece detenerse. Lentamente el niño se incorpora y acude al mudo llamado de Guillermo, quien lo interroga con la mirada, asiente con su cabecita de ángel a la indagatoria que el anciano le hace con la mirada, toma su mano a modo de despedida, luego abraza con ternura al moribundo y agrega:
- ¡Parte ya, abuelito!, te están esperando.
Guillermo no quería separarse del niño, pero ante sus palabras accedió.
Su única hija, Lorena, pensaba respecto del nieto que nunca pudo darle, cuando por la ventana lo vio dormirse suavemente. Se acercó y sobre sus rugosas, grandes y laxas manos, apoyó la cabeza y oró. Irrefrenables, avasallantes y a la vez deseadas, dos lágrimas gigantescas rompieron el dique que contenía tanto amor por ese hombre; en un acto de reverencia desataron el torrente, como mudo homenaje.


Ó Armando V. Favore

Un hombre es, finalmente, un hombre

El acto estaba por comenzar, desde mi estratégico puesto podía observar la delgada imagen luminosa, de aquélla que mantiene en vilo mi ser. Su figura recortada contra el ventanal de la escuela recibía los albores de una calurosa, aunque magnífica jornada… la de mi despertar. El blanco vestido de hilo, ceñido a la cintura con una ancha cinta azul, destacaba el talle perfecto, soñado, anhelado… negado, el talle de Marisol.
Fernanda, recostada sobre la balaustrada, oyó de pie el Himno, y cuando éste terminó, se dejó caer negligentemente sobre su silla y abrió su enorme abanico de plumas blancas. Ella también demostraba la desilusión de una vida mediocre, al lado de un hombre sin brillo propio, ocupado en cargarla con algunos anillos y vestidos caros.
El discurso conmemorativo se dirigió claramente a la imagen, ya desaparecida, del insigne científico que tanto hizo por la humanidad y su aporte incalculable al terreno de la cura de males que aquejan al hombre de todos los tiempos.
Con la imaginación trepé a la historia y un sentimiento de envidia, mezclada con vanidad y deseo de romper con la estructura actual, me llevó a creer que podría ser yo el objeto de un discurso semejante en el futuro. Reconocía que tenía los potenciales para una carrera médica, lo sentía en mi interior, más la realidad me limitaba. Ciertos valores inculcados desde niño formaron un cerco prejuicioso acerca de los compromisos y por momentos siento que no tengo el poder para romperlo. Vi claramente que necesitaba de otra fuerza, una adicional, me era imprescindible el empuje imparable de alguien que creyera en mí, de alguien dispuesto a acicatearme para producir el salto y romper con esta estructura rígida que no hace sino llenarme de anillos y vestidos caros como a Fernanda, no hace más que llenarme de tedio, mediocridad, vendido por el precio de la comodidad, comprado por cobarde, por mediocre, por estúpido.
Las palabras del discurso fueron lacerantes para mi estado de autoflagelación, pero impulsoras de la valentía que todo hombre esconde detrás de sus ropajes: “En nuestros días, ninguna profesión permite llegar tan alto como la del médico, sobre todo desde que esos médicos del alma llamados directores espirituales no pueden ya ejercer con la aprobación pública, sus artes exorcistas y son evitados por las personas cultas”. Allí, en ese preciso instante, la soñada mujer me miró con ternura, transportando un mensaje mas allá de lo racional, sentí que ambas partes de mi vida podían completarse… si fuera capaz de vencer el obstáculo; sentía que la felicidad me llamaba por los ojos y por los oídos, el desafío de ser feliz estaba azuzándome, hurgando en mi interior. Ella y las palabras del discurso que culminaba.
Fernanda me llamó con una seña. Al acercarme me dijo, con ojos cansados: “Lo veo un poco triste… como yo. Aún es joven, tome coraje, después se es viejo”. Luego con una cariñosa y suave cachetada agregó: “Marisol… muere por usted, libérela”.

En la oficina del director se hallaban mis cosas, entré con premura ya que la hora me corría y con sorpresa encontré la luz de mis ojos. Fue automático, nuestras miradas se buscaron, nuestras manos se buscaron, nuestros labios se buscaron y finalmente, con ternura y suavidad tomé mi decisión final y besé cándidamente a Marisol. Con firmeza tomé mi decisión final. Fue un momento imborrable, la magia se hizo presente. Los dos sabíamos que nada jamás nos sería negado, ahora no.
Estábamos tomados de las manos cuando entró un preceptor de la escuela recordándome que ya era hora y todo el mundo esperaba, a lo cual respondí: “Por favor, dígales a todos que hoy… hoy no habrá misa”.

Última voluntad

París, 9 de noviembre de 1528
Querida Leticia:
Sabías que lo nuestro no podía ir más allá de lo permitido por la sociedad. Claudia ejerció su poder, pero pude descubrir en ti al amor.
Tu manto ardiente traspasó todos los confines, naturales y sociales; gallardía femenina, entereza de mujer y pasión en tu vida ardorosa me conquistaron.
Aquí me ves, atado a éste que parece ser mi destino final, me queda tan solo el consuelo de que podré verte en otro mundo menos doloroso y mientras te espero iré tras de ti a custodiarte.
El cadalso está ya preparado para mí. ¿Cómo podría un juglar arrebatar tu corazón noble, mas tu magia me hechizó y este simple plebeyo fue amado por ti. Y me prosterno ante ti, no ante la reina, sino a los pies del más excelso de los seres de la creación, me arrodillo ante la mujer que eres y doy gracias a Dios por haber recibido tus besos, caricias y tu corazón. Lamento que ya no.
Por eso expreso, victimado por las circunstancias, mi última voluntad. Deseo mirarte nuevamente a los ojos, llegar en un póstumo acceso a tu alma y redescubrir el error de aquellos que creen separarnos.
Te amo.



Francisco I, rey de Francia


Ó Armando V. Favore

Tres tiempos

Mil ochocientos doce, 27 de febrero. La emoción de la sorpresa que le dará a los suyos lo embarga. Sobre el lienzo impecable cae una lágrima que acompañará miles de proezas realizadas por la libertad de La Patria.
_ Don Ramón lo llevará mi coronel, él sabe donde vive el hombre.
_ Mi querido Ramírez, confío en su palabra y requiero discreción. No es un asunto que pueda ser ventilado.
_ Lo sé mi coronel, en este terreno nadie es indiscreto, aunque no todos son confiables. Sus secretos pueden ser armas en contra suya. Con Ramón no hay de qué preocuparse.
Un abrazo y el coronel se despidió. Ataviado con un poncho negro y sombrero del mismo tono penetró en la oscura, nublada, fría noche.
Emprendieron veloz carrera hacia el sur. La cabalgata duró poco más de una hora. El rancho aparecía apenas en la inmensa pampa, débilmente iluminado por el quinqué que portara Ramón.
_ Pase Ud. mi coronel, el viejo Joaquín lo espera, yo montaré guardia aquí afuera. Lo espero.
_ Gracias Ramón.
El coronel ingresó a la vivienda, donde una mortecina luz permitía ver el envejecido rostro del anciano, apenas cubierto con una manta deshilachada.
_ ¡Buenas noches coronel!. Hace tiempo que lo esperaba.
_ Ramírez me comentó este tema, pero dijo que recién hoy se podía comenzar.
_ Acertadamente, sabemos que Ud. es un hombre con amplitud de criterio y es por eso que decidimos confiarle un secreto que le va a acompañar siempre.
_ Bueno..., querrá decir hasta que la muerte me sorprenda
_ Es que en ese punto es dónde. Sortearemos el pequeño obstáculo. La técnica que aprenderá lo acompañará, como dije, siempre. Las ropas que hoy lo visten hacen al monje. Ud. es un coronel, mañana será general y su espíritu es el de un soldado libertador. Luego de su muerte seguirá siendo un general de la Nación.
_ ¿Qué ocurrirá cuando muera?
_ Comprenderá que lo que ocurra depende de lo que hoy inicia, aquí, conmigo. ¿Cuándo morirá? Una vez que haya aprendido lo suficiente.
_ Pues bien, no perdamos tiempo, tampoco es cuestión de que La Parca se impaciente.
Al cabo de cuatro horas, el coronel se despidió del viejo Joaquín con un "Hasta mañana y gracias".
Las actividades del coronel lo llevaron a los lugares más recónditos del, aun en pañales, país. A cuanto paraje fuera, Ramón le acompañaba y todas las noches en lo de Joaquín se apersonaban.
_ Joaquín, solía decirle el coronel, no comprendo porqué vaya yo al norte, al sur, al este o al oeste, siempre Ramón me conduce al sur, siempre son noches oscuras, nubladas y frías. Aunque momentos antes vea yo las estrellas en el firmamento.
_ Coronel, su pregunta se contestará en breve. Hoy será el último día en que nos encontremos. Pronto lo ascenderán a general, no deje sus prácticas y podrá morir tranquilo, sabiendo que retornará con la conciencia suficiente para reconocer lo que ha hecho y lo que seguirá haciendo por su país.
La muerte se presentó en 1820, nunca abandonó sus prácticas, Cronos decidió el fin de lo que él consideraba tan sólo un trámite. Se hallaba preparado para volver cuando su país lo necesitara, ahora pasaría a cuarteles de invierno y además... se tomaría un reparador descanso.
Luego de 145 años el mundo vuelve a escuchar el llanto de un bebé, del mismo bebé. Nacía el pequeño Manuel Bellomo, con mucha energía, según el decir de los familiares. Fue el cuarto parto de una maestra de grado. El padre, militar de la Armada Nacional. Un férreo sentimiento patriótico se fue instalando en el pequeño Manuel. Cuando una noche de 1975, contando tan sólo 10 años, observó con sorpresa a un jinete y su caballo en el parque de la casa. El rostro del hombre le resultó familiar y ante una señal de éste, abrió la puerta y salió a su encuentro. Asombrado por tan extraña visita, pasándose las manitas por los negros ojos, como despejándose de un sueño, preguntó:
_ ¿Ramón... es Ud.? ¿Cómo llegó hasta aquí?
_ Ha pasado mucho tiempo mi general. Don Joaquín lo espera. ¡Suba! Iremos como siempre, hacia el sur.
El muchacho comenzó nuevamente con las prácticas que le enseñara el anciano. Renacieron en su corazón aquellos sentimientos, mezcla de nostalgia, fe patriótica y verdadero afecto a estos personajes que volvieron desde el fondo de la historia, como él. Sentía que su descanso reparador había finalizado y que probablemente la Patria lo necesitara.
Recibió instrucción militar en la Armada Argentina, adoraba el mar y los aviones. Se transformó en piloto, con la firme idea de que allí podría mantener su espíritu de libertad, la misma que procuraba para su país. Siempre la libertad, como en la lucha por la Independencia. Ahora se trataban asuntos de economía y soberanía, pero siempre era igual, había que defender la Patria de la dominación extranjera.
La citación lo sorprendió un poco, pero cuando se está en guerra todos los recursos son insuficientes. Lo destinaron al Crucero General Belgrano, el que partió rumbo a las Islas Malvinas. Dado su rango de piloto, por ser oficial y otras cuestiones que no acababa de comprender, el capitán, en un acto solemne, celebrado en alta mar, sobre la cubierta del barco y frente a toda la tripulación, lo nombró custodio del Pabellón Nacional, con estas palabras:
_ Oficial Manuel Bellomo, no le es ajena la presencia de la Bandera. Conocemos su trayectoria y sabemos de su patriotismo. Es por ello que en nombre del Gobierno de la Nación Argentina lo nombramos custodio honorífico de la Enseña Nacional, tanto dentro como fuera de esta nave.
Sintió el generalizado aplauso crecer dentro suyo, notó que era genuino y que lograba rebasarle.
Sobre el lienzo impecable cae una lágrima suya.
El mar Argentino aun trata infructuosamente de borrarla.
Pronto será el acto, la mamá de Manuel Bellferro terminó de acomodarle la corbata celeste que estrenaba sobre la nívea y bien planchada camisa bajo el pulóver azul. Su renegrido cabello se hallaba perfectamente peinado con una raya al costado. Estaba orgulloso de haber cumplido 9 años y hoy, 20 de Junio de 2004, le tocaba Jurar la Bandera.
Se presentaron en el teatro de la escuela, todo brillaba y olía a limpio. Entonaron las estrofas del Himno Nacional y comenzó a sentir una fuerte emoción, justo allí, en el pecho palpaba cosquillas desconocidas.
Su vista se clavó en la Enseña Patria, la veía tan hermosa.... De pronto comenzó a apartarse de la escena, veía a todos como desde el techo del teatro. Se acercó flotando hasta el escenario y mientras acariciaba con el pensamiento su tan querida bandera, a su lado apareció Ramón; el niño lo reconoció y con la pregunta en el gesto, el recién llegado respondió:
_ Mi General, Don Joaquín lo espera.
Manuel, lejos de sorprenderse, con la mano le indicó que aguarde.
La directora de la escuela leyó la fórmula para el juramento de los niños y con voz fuerte y segura, vibrante de emoción Manuel, quien creía hallarse solo, respondió:
¡Si, juro!
Luego, fueron uno a uno acercándose a la bandera. Al besarla, Manuel derramó una lágrima sobre el lienzo impecable... que no podrá ser borrada.
De inmediato voló con el espíritu, hacia el sur. Se reunió con Ramón y Don Joaquín. Podía verse a los tres abrazados, observando lo ocurrido en 1812, en1982 y ahora en 2004.
_ ¿Para siempre Don Joaquín?
_ ¡Para siempre Mi General!

Ó Armando V. Favore

Tenía el Don

Tenía el Don, se notaba. Todo en él demostraba la presencia de ese atributo, hasta la batuta puesta en su mano era diferente. Sin dudas, un hombre excepcional.
- Hoy no me siento bien, Juan – me dijo ese día, el Sábado 4 de Noviembre de 2000.
Ricardo Schillari tenía una prueba, su corazón se lo decía. Hoy pondría todo lo suyo, lo mejor de sí en esa interpretación. Se sentía capaz de sortear todos los obstáculos. Conocía al dedillo la 9° sinfonía de Beethoven y hoy lograría que su orquesta la interpretara como nunca. Él y sus músicos se sentían integrados, era la relación perfecta. Nada podía fallar.
Desde el suave comienzo, el allegro ma non troppo, se notaba que la interpretación sería maravillosa. Hoy Ricardo tenía una fuerza sobrenatural que nos impulsaba desde nuestro interior y lograba las mejores combinaciones. Realmente estaba resultando una interpretación fuera de lo común, más allá de lo que podía lograrse normalmente, era como del otro mundo. Nos hizo vibrar y entramos en comunión con él, adivinábamos sus movimientos, los gestos; nos adelantábamos a su pedido.
El público vibraba con nosotros. Ricardo Schillari logró que todos participáramos, nadie permanecía indiferente al encantamiento al que nos sometía. Podía extraer la fuerza natural de las personas, a través de la música, y elevarla a un plano superior; parecía haber abierto las puertas del cielo y nosotros, público y músicos tomados de su mano ingresábamos a un ámbito sobrenatural, sentíamos estar allí. Tocábamos con las manos las notas musicales que preparara Ludwig para nosotros.

Schillari pudo interpretar el sueño de Beethoven a la perfección y supo traducírnoslo esa noche.
Al finalizar cada parte de la sinfonía el público aplaudía de pié, prolongada, insistentemente; sólo acallaba su clamor cuando Ricardo golpeaba el atril con la batuta y así daba comienzo a la siguiente etapa.
Director, músicos, cantantes y público sentimos arribar al punto más alto de esta transformación cuando dio comienzo la Oda a la Alegría.
Creo que todos rendimos el examen junto al Director, lo acompañamos en el final de este curso por la vida.
Schillari tuvo un gesto de dolor, casi imperceptible, al arribar al minuto 13 de la última parte, donde se produce un remanso en la obra.
El coro interpretaba maravillosamente y contagiaba al público. Todos cantaban al unísono. Un gesto de felicidad apareció de pronto en el blanco cutis de Ricardo, sentía que su obra estaba realizada y que su examen era aprobado con la mayor calificación. Lo mejor de nuestro director, lo mejor de todos los directores, estaba aquella noche en el escenario, de la mano de Ricardo Schillari.
Siguió dirigiendo la obra y a pesar de caer de rodillas en el escenario sus ojos nos indicaron proseguir. Sin abandonar la batuta, aún sin poder incorporarse, continuó con su tarea. El coro entonó el dinámico fin de la obra. Sus fuerzas lo abandonaron. Un médico corrió a socorrerlo. Se produjo un silencio sepulcral en la sala, los aplausos quedaron suspendidos.
El público se puso de pie, habían presenciado la escena, a nadie le pasó desapercibido ese momento. Acudí de inmediato al llamado que me hiciera con la mirada y tomando su mano que aún conservaba la batuta me dijo al oído:
- Querido Juan, acabo de rendir el examen, salí aprobado y me llevan con ellos, quieren que dirija un coro de ángeles; sigue tu camino que yo vendré un día a tomarte tu prueba, sin duda te necesitaré conmigo, amigo.
Cerró sus ojos, el Dr. confirmó el deceso y con un gesto dirigido al público expectante dio a entender la mala nueva. De pronto el silencio se rompió con miles de aplausos contenidos, estalló la sala. El público de pie aplaudiendo frenéticamente, sin parar; aplaudiendo como postrer homenaje a un grande de la música, aplaudiendo a quién lograra aprobar el examen; aplaudiendo, como impulsando con la fuerza del aplauso su alma hacia otros confines. Todos nos sumamos, coro, músicos, asistentes. Todos, todos.
Luego... cayó el telón.


Ó Armando V. Favore

La Santa inqusición

Giordano Bruno comenzó a temblar, su visión se nubló y un ligero mareo lo desestabilizó, quitó la vista del lente y tomó asiento. Aun dentro de su confusión buscó el cuaderno marrón y mojando ligeramente la punta de un desgastado lápiz escribió, cerrando una serie de anotaciones: “Hay vida en otros mundos”. Acto seguido guardó el cuaderno en una caja de cuero y la ocultó debajo de un piso falso hecho de piedra. Ahora comenzaba la etapa más difícil, nada sería convencer y demostrar su descubrimiento ante otros filósofos y estudiosos, lo complicado vendría de la mano de las autoridades.
“¿Cómo legar esto para las generaciones futuras?”, se preguntaba a la vez que analizaba; todo estaría teñido de las implicancias socio-políticas del momento, destruirían sin más su obra con tal de no alterar el orden actual de las cosas, de no tener que rehacer las teorías vigentes y revertir dogmas, que a decir verdad, promueven la convivencia social dentro de ciertos parámetros. Muchos misterios para el hombre común que lo tienen atemorizado, amordazado, paralizado y a la vez conforme.
Se decía a sí mismo: “No seré víctima del temor, la humanidad necesita algo más que un cobarde. Sé que me acusarán de hereje, dirán que me ha inspirado el demonio, que el fuego será la única forma de salvar mi alma y evitar contagiar al resto de los fieles, salvo que públicamente admita haber cometido un error”.
La visita de los inquisidores no se hizo esperar, por algún medio supieron de su tarea y la comitiva viajó hasta la puerta de su casa para entrevistarle. El falso juicio se basó en la prácticamente nula instrucción de los asistentes, quienes asentían una y otra vez ante las acusaciones y justificaciones que los letrados argüían.
Sin embargo había algo que perturbaba el espíritu de Giordano, más que la posibilidad de morir en la hoguera, o el hecho de que la inquisición destruyera todo vestigio de sus trabajos; era la veracidad en sí misma de su descubrimiento. Fue allí precisamente, en la empalizada rodeada de leños donde concibió la verdad última, donde finalizó su verdadera búsqueda. Sintió la satisfacción de todo investigador frente al hecho ineludible de ver confirmadas sus sospechas, avaladas sus teorías. Sintió también el dolor y la impotencia de no tener ya la oportunidad de despertar otros espíritus al saber, que hoy se ve confirmado por la presencia de su verdugo.
Con la antorcha en la mano y una oscura caperuza tapándole la cabeza, se muestra ante Giordano, con ojos imperturbables, Tomás de Torquemada, quien haciéndose conocer, le susurra:
¾ Por supuesto que tiene razón Giordano. Como ve, no he muerto en 1498, pero Ud. si morirá ahora en 1600. Nuestra vida es mucho más larga que la de ustedes y no nos estamos quietos.
¾ Si nos dejaran vivir más averiguaríamos la verdad.
¾ Y podrían llegar a creer que este mundo les pertenece. Son útiles así, envejeciendo y muriendo a temprana edad, por eso los incitamos a la reproducción, siempre habrá grandes dosis de energía para nuestras necesidades y suficiente ignorancia para mantener el dominio.
La antorcha encendida cayó prácticamente a los pies de Giordano Bruno. El piso falso de piedra fue levantado y los manuscritos arrojados al infierno de las llamas que consumían a su autor.


Ó Armando V. Favore

Amiga

AMIGA

Tu hombro se asoma
como posible remanso.
Busco lugar para mi pena
busco descanso.

No puedo ya soportar
el desamparo que siento.
Ningún lugar dónde abrevar,
pájaro en el desierto

Y ya el corazón grita,
estalla mi sollozo
mas el prejuicio me limita
tu eres mujer de otro

Si un ángel viniera
y a un mundo lejano nos llevara
donde no existen las quimeras
y ser hombre o mujer no importara

En tu hombro dejaría
mil lágrimas, no por ti derramadas.
Amiga por fin te diría
lo que sufro por mi amada


® Armando V. Favore
favore2000@yahoo.com.ar

Llévame contigo

Algún lugar, cualquier fecha

Querido Esposo:

Escribo la presente, esperando te encuentres como nosotros. Aquí vamos andando la vida. Estamos bien y aunque lo sabes tu décimo, perdón nuestro décimo bisnieto te envía sus cariños. Él adivina que yo te hablo seguido y que te escribo de vez en cuando.
Supongo, al menos esa es mi intención, que ésta será la última carta que te envíe. Sé que no estarás triste por esto pues te “dejaremos” para que realices otra etapa más de este viaje universal que alguna vez emprendiste al comienzo de tu tiempo. Los saludos que te enviamos no son de despedida final, pues sabemos que más tarde o más temprano nuestros caminos se volverán a cruzar. Solo espero que podamos darnos cuenta y que le demos sentido de continuidad a nuestro futuro encuentro en este maravilloso planeta o donde Dios diga que nos reunamos.
Por ahora solo me queda el recuerdo de todo lo que pasamos juntos en este mundo. Siempre te decía que me parecía haber vivido contigo anteriormente y tu respuesta era esa mágica sonrisa que te caracterizaba, acompañada de un “Quién sabe”.
Es a través de estas líneas como mejor me expreso, y siento en este momento la necesidad de decirte: ¡Gracias!. Gracias por la vida que pudimos hacer juntos, que sin tu aporte... hubiera sido una desgracia. Reconozco que muchas veces no nos tratamos bien y que casi nos separamos, pero tu forma de ser, esa de ponerle el pecho a los problemas, ya sea tratando de comprenderme o resignando un pedacito de lo tuyo por el bien de los dos, o de los seis que éramos por aquél entonces. Las veces que te tragaste tu orgullo de varón, por el bien de la familia. Siempre dedicado al trabajo y a nosotros, nunca te hallé en un renuncio. Eras tan íntegro....
Aprendí mucho de ti, y en tu modestia me decías que tú lo hacías de mí. Creo que ambas cosas ocurrieron, como aquella vez que enfermó el mayor y desesperaste. Al verte tan dolorido por la salud de nuestro pequeño pensé que tendríamos a dos enfermos en lugar de uno y no se de dónde saqué coraje y valor para apuntalarte y este gesto logró que pudieras rehacerte. Al verte mejor me sentí más aliviada y entonces lloré amargamente para desahogar mi corazón inquieto por la incertidumbre acerca de lo que podría pasar. Lloré, lloré sobre ti, nunca me faltó tu hombro cuando te necesité. Estuvimos uno junto al otro. Juntos, siempre juntos.
La vida que nos tocó compartir, desde aquella vez en que nos conocimos en un pic-nic del día de la primavera, empezó con nuestros tempranos 10 años. Hoy cumplo apenas 81 y he pasado casi 70 al lado tuyo: la escuela primaria, luego la adolescencia, estaba tan enamorada..., suspiraba todo el tiempo recordando tu cara de ángel y sonrío ahora al recordar con qué entusiasmo me mostraste la maquinita de afeitar que te prestaba tu papá. Ya te sentías un hombre, y yo, al verte siempre grande me sentía mujer. Crecíamos juntos y la emoción me invadía por estar tú en mi corazón y más aún sabiendo que yo habitaba en el tuyo.
Siempre confiamos el uno en el otro, jamás se nos ocurrió pensar en que podría empañarse nuestra relación, que nació tan pura. Recuerdo nuestro primer beso. Los dos temblábamos... fue tan espontáneo, como si un ángel nos acercara y sellara nuestro futuro. Aquél acto fue solemne, nos besamos tan, tan dulcemente. Durante esos breves instantes en que nuestros labios se tocaron se selló un pacto entre los dos. Un pacto tácito que tú y yo hemos respetado durante casi 70 años, hasta que la muerte te arrebató de mi lado. Sonreímos con frescura delante del sacerdote que nos casó al recordarlo.
Apenas setenta años enamorada de ti y más de uno extrañándote.
Cuando uno dice ¡Gracias!, muchas veces no se da cuenta de su verdadero significado, pues no tiene en cuenta que lo mejor que podemos recibir de Dios es su “Gracia”, la Gracia Divina y ese es el deseo que lleva implícito el agradecimiento. Por esto una vez más te doy las Gracias, amor mío. Gracias por tenerme siempre enamorada de ti, gracias por haberte enamorado de mí. Gracias por tu respeto, gracias por el honor que me has hecho al transformarme en tu esposa y por haberme elegido como la madre de tus hijos. No pasó en vano nuestra vida.
Aunque nuestros hijos, nietos y bisnietos dicen que cuidan a “La Abuelita”, yo cumpliré con mi promesa hecha en tu lecho de moribundo y cuidaré de todos los descendientes de aquél primer pic-nic.
Esta carta, al igual que las escritas después de tu muerte la quemaré, que nadie pueda leerla nunca, pues es una carta para ti. Al quemarla no podrá ser modificada, ni destruida, pues ya la habrás leído.
Solo me resta pedirte que, a pesar de encontrarte en otro mundo, con distintas actividades, no te olvides de mí. Sigo siendo una niña frágil sin el amparo de tus manos y brazos, sin tu sonrisa. Sigo enamorada de ti, te necesito, te amo, te amo....
Llévame contigo, amor mío.
Recuerdo nuestro último beso cuando te despediste de mí. Dame un nuevo beso amor mío... un nuevo beso que no sea efímero... que dure toda la eternidad... pide a los ángeles que vuelvan a unirnos.




Por siempre tuya, tu esposa


© Armando V. Favore

martes, julio 18, 2006

Regreso

Un nuevo despertar en esta larga, eterna sucesión de regresos. Sin poder manejar los ciclos, prisionero por aquella maldición; atado, pareciera con grilletes de acero, sujeto también a conseguir ese alimento el que cada vez que despierta se transforma en su único objetivo... nutrirse con el insustituible líquido que no sólo representa la vida misma para sus víctimas, también contiene su poderosa fuerza psíquica.
No sabe dónde se encuentra su actual morada mortuoria. Necesita volver a recibir energía vital, el dolor acude a sus músculos que comienzan a tensarse, la incómoda posición lo apremia a salir, el escaso aire del pequeño habitáculo le invade, lacerando sus pulmones. Exhala luego de décadas un flujo gaseoso que araña con ferocidad sus adormiladas cuerdas vocales; un desagradable gruñido emana de su interior.
Vuelve a la vida con la pesada cadena del pasado, que en su psiquis se repite una y otra vez atormentándolo; recuerda con fuerza de remordimiento la cobarde actitud que tuviera hace ya..., cuando destruyó aquel hogar, el de la increíble Enriqueta. Su solo recuerdo lo transporta al pasado, cuando no dominaba el impulso avasallador de su vehemente juventud.
“Para quienes la conocieron, Enriqueta era todo lo que un hombre puede pedir de una mujer, de trato dulce y femenino, pechos generosos, un talle perfecto, formas inigualables en una proporción que la hacían altamente deseable, desde todo punto de vista. Ella fue, sin duda la mujer que lo hechizó... con una sola mirada, la de aquellos ojos verde agrisados, ocultos tras mechones rojizos escapados de su abundante cabellera. La joven por la que perdió los estribos, desatándose en él una pasión desenfrenada... que terminó mal... aún hoy debe pagar sus consecuencias”.

Por momentos evade los recuerdos, el aire no es suficiente, necesita respirar; con un esfuerzo, que le parece hercúleo, logra desplazar una tapa corrediza, al momento más aire llega a su pálido rostro; abre los negros ojos, cubiertos por doloridos párpados de grandes pestañas y allí, en la semipenumbra, teñidas de plata por una espada de luz que atraviesa lo que parece ser un desvencijado portón, están las imborrables imágenes de lo ocurrido en 1318; acuden como crueles y certeros cuchillos para clavarse en su mente atormentada, condenado está y debe revivirlos una y otra vez, a cada nuevo despertar, por toda la eternidad.
“La dulce Esther..., desde la adolescencia insinuaba ser particularmente hermosa, como su madre Enriqueta. La dulce Esther..., presenció el asesinato de su padre, vio un río de sangre correr desde la sonrisa que la acunara de pequeña, luego centró su mirada en el rostro pálido, alargado y de cejas delgadas, reconociendo en el criminal al amante de su madre. La doncella quedó atrapada; cuando su propia sangre comenzó a brotar, abriéndose camino hacia el torrente paterno y notando la inminencia de lo inevitable, invocó la presencia de los mundos paralelos y con la fuerza de su virginidad conjuró al miserable condenándole a tener que alimentarse, por toda la eternidad, de aquella sangre que hizo correr”.
Lentamente se incorpora, nuevos dolores acuden a cada rincón de su antiquísimo cuerpo, pero ninguno se asemeja al que siente dentro del pecho, dolor por recuerdos, dolor por remordimientos, dolor por el dolor de Enriqueta, dolor por la insalvable herida...
“Enriqueta reconoció el error, luego de vivenciar el horror. No cabía en ella tanto sufrimiento, se mortificaba por haber permitido entrar en su vida el espíritu avasallador de semejante hombre. Conciente de su culpa y lamentándose, con un dolor que perforaba su corazón, decidió, contrariamente a la enseñanza recibida, que él ya no debía seguir viviendo y ella ocuparía el lugar de inmisericorde verdugo.
Arribó a la casa del bosque, la misma que los cobijara cuando su espíritu inquieto buscó en ese hombre la calidez retaceada por su marido, allí lo halló. La misma cabaña, cuyas mudas paredes observaron cuando, atribulada, prefirió las suaves y delicadas manos avanzando por su intimidad, a la rudeza de las callosas y enormes que la sujetaban luego de la faena marina.
Esperó angustiada hasta que la luna se enseñoreó de la noche. Tomó las herramientas para matarlo, una estaca de madera y un gran mazo. Lentamente se acercó al lecho en que tantas noches creyó amarlo y ahora, sin odio ni rencor haría lo que debía... por primera vez en su vida. Procedió, sin que su pulso tiemble, conteniendo la respiración, a dar un único y certero golpe sobre la estaca, haciéndole estallar el corazón. La sangre salió, buscando formar su propio cauce. Ella posesionada, con un grito estentóreo lo maldijo:
¾ ¡Por toda la eternidad serás maldito! ¡Deberás resucitar una y otra vez!. ¡Sólo hallarás paz cuando una estaca de madera te perfore el corazón; la mano que lo haga deberá poseer toda la fuerza de la virginidad!. Mi espíritu sufrirá eternamente, en cada recuerdo que tengas de mí.
El asesino tuvo un momento de conciencia y comprendió, quiso arrepentirse... mas la vida lo abandonó.
Enriqueta cayó al piso y entró en un breve sopor manchándose con la sangre de su destrucción. Luego corrió con desesperación hacia el cercano acantilado. Apenas una sombra cruzó los primeros rayos del alba, mientras unas leves olas rompían en las rocas esperando aquél destino de dolor y horror”.
Despaciosamente se acercó a la única abertura del lugar, doloridas manos giraron el picaporte del derruido portón; logró abrir lo suficiente para salir al exterior, la luz natural le hirió, mostrando una imagen cadavérica de ojos sanguinolentos y vestimenta negra. Reconoció el lugar... era un cementerio, pensó para sí: “Por su puesto”. A lo lejos, un cartel que adivinó escrito en español, incrementó sus incógnitas. Grabó en su memoria milenaria lo que parecía ser un nombre del que jamás tuvo noticias: “Catamarca”. Una nueva esperanza se abre para su espíritu atormentado, quizá en esta tierra encuentre una virgen que quiera matarlo.


Ó Armando V. Favore

Nuevamente Juntos

¡Te vi! ¡Te vi de vuelta Cristina!
Estabas, bueno… en una situación un tanto difícil. La camilla de la ambulancia sujetaba tus débiles miembros… para que no te caigas. Dos muchachos fuertes, quizá como tus nietos, cargaban fácilmente contigo, tan livianita ya… No podías dominar la cabeza, con la boca abierta y tus bellos ojos negros cerrados.
Te llevaban para hacer no sé que estudio nuevo sobre tu maltrecho organismo. Sondas, catéteres, cables, sensores, agujas, sueros y no sé que más formaban parte de esa lista de “insumos” con que trataron de prolongarte la vida.
¡Cómo nos separaron las circunstancias! Papá y Mamá te adoran, aún hoy. Igual que yo, que a pesar del tiempo siempre te esperé.
Cuando te casaste estuve allí, sé que me “viste”. ¡Qué alegría al nacer Horacio!, pude sentir el palpitar de tu corazón y ese agridulce que te apareció cuando pensaste que podía ser nuestro hijo. Sentí tu homenaje. Siempre me amaste, siempre te amé, siempre nos amamos.
Ricardo, tu marido, ha sido siempre un ejemplo de esposo y Padre, honesto, humilde, fiel. Siempre te amó… me lo dijo y sintió también tu correspondencia. Hoy él reconoce que su corazón está junto a su primer amor, lo que me pasa a mí…
Siempre volvemos al primer amor, no importa el tiempo, el lugar, la situación. No importa, siempre se vuelve al primer amor.
¡Te amo Cristina! ¿Me oyes? ¡Te amo! Y estos últimos días te escucho decirme al oído: “Te amo Sebastián, te amo, volveremos a estar juntos”.
Los chicos de la ambulancia te tratan bien, como lo harían con su abuela. Luego de estudiar algunos parámetros de tu cuerpo te llevan nuevamente a la sala del sanatorio. Allí está Eloísa, mirándote con el dolor con que un hijo padece la enfermedad de una Madre.
A tu bella y frágil Eloísa le encantaba pegarse a ti, desde que le diste el pecho por primera vez y aún cuando ella dio el pecho por primera vez.
Como buena hija ayudó a acomodarte en la cama, alisó tu arrugado camisón de clínica, perfumó suavemente la almohada y luego de taparte se acurrucó sobre tu pecho, para sentirte. En tu rostro se dibujó una sonrisa que no pudo ver, pero sintió como un mensaje… ¿Quizá de despedida?
Luego, delicadamente, dejaste de transmitir el suave ritmo de tu corazón. Eloísa comprendió y finalmente sonrió al sentirse aliviada por ti, ya que habías emprendido tu siguiente viaje.
Con un nudo en la garganta y la cabeza aún sobre tu pecho, apenas articuló un ¡Chau Mamita! ¡Qué seas feliz! ¡Espéranos!
Me acabo de colocar el traje blanco, con un clavel rojo en la solapa. Tú llegas con un vestido brillante, níveo, con una gran cola de tul…
¿Notaste Cristina que aquí no tenemos edad sino sólo corazones?
Quiero decirte que aquél accidente no me separó de ti, que sólo nos dio un compás de espera de apenas una vida y permitió que afianzáramos nuestros sentimientos.
Ya lo ves, continuamos donde lo dejamos, estábamos por casarnos. Aquí viene Ricardo y su esposa a traernos los anillos.
Todos estamos felices, tu papá te llevará al altar. Las madres serán madrinas y los papis padrinos.
Tus hijos y nietos se han reunido porque partiste. Hagámosle partícipes de nuestra alegría. Aunque estén tristes, digámosle que estás bien y que eres feliz.
Eloísa acomoda tus pertenencias y piensa en ti. ¡Qué gran corazón tiene esa mujer Cristina! ¡Qué gran corazón! Realmente te ama.
Tu maravillosa hija se acerca a Horacio y juntos se reúnen con sus cónyuges, hijos, sobrinos y nietos. Parecen reunidos para una fiesta familiar. Con lágrimas en los ojos Eloísa propone un brindis por ti. Todos, en total silencio elevan las copas, sumidos cada cual en sus propios pensamientos. De pronto, sin acuerdo previo y realmente al unísono exclaman: ¡¡¡Que seas muy feliz Mamá!!!

Ó Armando V. Favore

Mi verdadera lujuria

Alto, robusto, con una incipiente calvicie y el inevitable batón blanco, miraba con la vista perdida en la lejanía celeste, apenas rosada, del amanecer otoñal que ingresaba tímidamente por el gran ventanal. Acariciando su barbilla recién afeitada, expresaba, monologando con grave y fuerte voz, mientras gesticulaba.
“Creen que uno necesita eso. Como si no fuéramos más que un poco de minerales de escaso valor.
Sabes muy bien mi querido Rubén, quizá mejor que yo, que todo pasa por ahí, por lo que tenemos detrás de los ojos, debajo del pelo. Nada es algo sin eso, lo demás… pura mentira.
El trabajo es buen consejero, la arcilla te convierte en un dios, puedes crear. Tu mente se libera del atavío mundano, logra internarse en las selvas tropicales del conocimiento, en el análisis auto concebido.
Mientras ellos me ven atado, prisionero de esta realidad, soy libre, capaz de dibujar en el alma de estas simples piezas de barro mi viaje.
Por eso río cada vez, la aventura del pensamiento libre me lleva a confines inusitados, a deliberaciones con mí mismo acerca de una u otra forma de ver el mismo universo. Reflexiones que me hacen reír de la estupidez de ciertos personajes de este mundo al que llaman realidad.
Río Rubén, por que se quedan con lo material, con lo matemático y pretenden sanearme con… Ja, ja, ja.
Río Rubén. ¿Sabes? Al verme junto a la puerta, una de sus “burritas” cuchicheó al oído de su compañera. Y despegándose de las ánforas se aproximó con un provocativo contoneo de caderas. Lucía en las sienes una estrecha cinta de seda blanca, que realzaba el negro de sus cabellos.
¡No saben Rubén cuál es mi verdadera lujuria!…Ja, ja, ja”.
¡Escucha Rubén!, escucha esta frase, prima en mí, la que he memorizado para los incrédulos: “”Desde el punto de vista cosmológico, había una manera distinta de concebir el desplazamiento hacia el rojo. A medida que el universo se expande, las ondas de luz se estiran dentro del universo al mismo tiempo que él””.
Vocablos virtuosos, Rubén, que lograron despertar mi espíritu a una nueva aurora, la del pensamiento mágico. Mi mente comenzó a percibir que otra realidad era posible, marchando a pasos agigantados por laberintos filosóficos, que por momentos me apartan de la realidad cotidiana, proponiéndome la invasión a territorios inexplorados por mi ser interior, terrenos quizá cenagosos que me atemorizan pero que a la vez me atraen con un despliegue de adrenalina propio de los deportes de alto riesgo… y el maravilloso vértigo del recorrido por senderos que preconizan el arribo a certezas nunca antes develadas por mi. Temor y sabor a verdad; temer y saber, fascinante idilio.
¡Idiotas!. No saben Rubén, no saben… cuál es mi verdadera lujuria.
Ja, ja, ja”

Ó Armando V. Favore

Los Cisnes

Las imágenes se sucedían con una velocidad que tensaba al espectador. Una llamada anónima al departamento de policía los puso en marcha. De pronto todo se detiene, el inspector abre lentamente la puerta de la habitación matrimonial, con una pistola 38 en la mano derecha, la música de la película, acorde al momento ayuda a generar mayor suspenso frente a la pantalla. De pronto, con la pistola en la mano, avanza, cruza la sala, atisba infructuosamente por la ventana que daba a la calle oscura y desierta. Se dirige al baño, la puerta estaba entreabierta con la luz interior encendida. Cautelosamente decide investigar, abre la puerta y mira al espejo de la pared en un rápido movimiento, escudriñando el ambiente, ingresa, extiende la mano izquierda y descorre la cortina de la bañera. La cámara cruel enfoca en primer plano el cadáver que yace sentado dentro de la bañera. No hay manchas de sangre, todo está perfectamente limpio.
– ¡Germán! ¡Germán, mi amor!. Te dije que no quería que vieras televisión a estas horas. ¡A dormir, que mañana tenés que ir al colegio!
El niño a regañadientes apagó el televisor, pero reconoció que de todas formas la película logró asustarlo mucho. Ver a ese hombre de pelo castaño, con barba tcandado, igual a la de su papá, muerto en la bañera, con los grandes ojos verdes abiertos, vestido con camisa blanca, pantalón y corbata marrones, medias negras y sin zapatos, sumado a la tensión generada justo antes de descorrer la cortina, era para asustar a cualquiera.
Durante toda la noche estuvo soñando con esas imágenes aterrorizantes, vivenció la tensión del momento y despertó con un grito ahogado. Se dijo a sí mismo que por tratarse de una película no debía tener tanto miedo, que todo era una mentira, que nunca pasó y etc., etc., etc. Pero al intentar dormirse, nuevamente aparecen las escenas, una y otra vez. Por fin se durmió, vencido por el cansancio.
Al día siguiente ingresó al baño y vio la cortina de la bañera extendida, cubriéndola, se asustó y con el palo del escobillón procedió a descorrerla comprobando que en el interior de aquél inocente ambiente no yacía ningún cadáver.
Nunca más pudo superar esa situación, cada vez que ingresaba al baño descorría la cortina por temor a encontrarse con un muerto en la bañera.

Pasados ya los 25 Germán decide casarse con aquella dulce niña que conociera en su tierna infancia: Griselda. Compartieron todo, los secretos más íntimos, los dolores, las decepciones y los miedos.
Ella sabía de su ansiedad referida al baño y la respetaba. De todas maneras compró una cortina para cuando venían visitas, quería adornar el ambiente y lo logró con blancos cisnes que nadaban junto a juncos en flor, mientras el ocaso teñía el paisaje.
– Me encanta tu barbita, mi amor. – Indicó Griselda, mientras acomodaba la corbata marrón sobre la blanca camisa – Es igual a la que tenía tu papi cuando eras chico... Me tenés enamorada.
¡Ah! Te preparé el pantalón haciendo juego con la corbata que te queda bárbaro, así estás lindo para ir a esa reunión, el único detalle es que sólo tengo medias negras para que te pongas, pero... como nadie mira, pueden pasar desapercibidas.
– Gracias tesoro – respondió él dedicándole una mirada llena de amor con aquellos grandes ojos verdes que lo caracterizaban – extendió los labios invitándola y se besaron largamente.
A su regreso Germán se dirigió al baño y vio el grupo de cisnes junto a los juncos. Pensó: “Mirá que le dije a Gri que no quería que se note el dibujo. También yo, estoy portándome como un histérico con el asunto del trauma ese, tengo que abandonar las bobadas, voy a dejar todo así y hablo con ella para que me ayude. No, antes me saco los zapatos, entro, toco por todas partes, me aseguro bien que no haya nadie, extiendo la cortina y nunca más seguiré con este asunto. Está decidido, por la mañana le daré la buena noticia a mi amor.”
Griselda esperó en su cama el regreso del esposo hasta muy entrada la noche, vio dos películas y finalmente el sueño la venció. Despertó abruptamente, atribulada y con gesto decidido se dirigió al baño, tropezando con los zapatos de Germán. Los miró con sorpresa y llamó – Germán, Germán, mi amor. ¿Dónde estás?. Los cisnes la miraban impávidos, el escarlata del sol hirió sus ojos ¿o su corazón?. Una fuerte oleada de adrenalina aumentó abruptamente sus pulsaciones, el pecho se agitaba con violencia, un presentimiento nefasto se apoderó de ella, el temor la paralizó. Miró sin ver el paisaje y trabajosamente descorrió la cortina.
El edificio de departamentos pareció erizarse al resonar en sus paredes el desgarrador grito de una mujer.


Ó Armando V. Favore

¿Loco, Cuerdo?

Me gusta encender un fósforo en la oscuridad, mirar con ese mortecino resplandor lo que me rodea. La efímera existencia de esa luz exige a mis sentidos total atención y entonces veo la rosa en su florero sobre la mesa oscura, el calendario colgando de la pared y tu piel blanca en el lecho. Luego, vuelvo a intentar dormir , junto a ti, junto al motivo de mis sueños, soñados en vigilia. Las noches son tan largas, los días extensos y muchas veces tediosos... creo que llegaré a enloquecer.
El amor que me prodigas anuda mi garganta, cuando en él pienso. La emoción invade mi alma al reflexionar acerca de lo nuestro, más no podré atarte a mi carro de cortejo fúnebre. Te digo que te apartes, que te vayas y rehagas tu vida. ¡Vete!, mi dulce amor. ¡Vete!, abandona este barco herido de muerte. ¡Vive! Reanuda tu existencia en pos de alguien que pueda cuidarte y protegerte; sólo soy un problema para ti . Mi enfermedad no desaparecerá y ya no te puedo amar.
Sobre la mesa estaba el papel, junto a la rosa, lo trajiste tú. Lo viste, sabías lo que decía, más entraste en nuestro lecho, te fusionaste con mi cuerpo ahora prohibido y me diste tu vida.
Sellaste con tu sangre el pacto de amor entre los dos. Lo supe luego, en la mañana que fui tempranito lo vi, doblado en cuatro; al extenderlo la luz del alba permitió la lectura: “Positivo, debe evitarse el contacto con otras personas”.
Acongojada lloré junto a ti, besé tu mano laxa aún. Te dije una y mil veces que estabas loco, que debías abandonarme como la hecho mi salud, como la hecho tu cordura. ¡Vete! Te dije y no...
Mis sollozos te despertaron , mis lágrimas bañaron tu rostro y en el salado sabor buscaste mis ojos. “Calma, me dijiste, “calma amor. Leí el informe, hablé con el médico y decidí no abandonarte. Si mueres, muero contigo, por eso me aferré a mi única esperanza: tu amor. Vivamos lo que nos quede juntos”.
No podía discernir, todo resultaba confuso, pero luego de sentir tu amor y haber vivido esta experiencia, busqué comprenderte.
Como te digo, ahora no me parece tanta locura.

Ó Armando V. Favore

La Señora

La enfermedad de Claudia no tenía retorno, el deterioro constante de su sistema nervioso obligaba a suministrarle calmantes en forma continua y esto, sumado a la arteriosclerosis ya declarada tornaban la situación muy difícil de llevar. Poco a poco iba postrándose y perdía, inexorablemente, las posibilidades de defenderse y actuar hasta en lo más mínimo.
Elvira descartó de plano la idea de enviarla a un geriátrico, decidió que sería mejor tenerla en su casa, así podría procurarle atenciones y en los escasos momentos de lucidez, disfrutarla. Estaba convencida de que la madre debía vivir dignamente hasta que Dios disponga.
Una prima le sugirió que contratara a Guadalupe, la señora que cuidara tan amorosamente a su suegra hasta que falleció. Le dijo:” Es una mujer viuda, sin hijos, hasta podrá cuidarla de noche, para que tu madre no esté sola. Alguien que te ayudará... te lo mereces Elvira. Piensa en ti y en Julio, no dejes de atender tu vida”.
La Señora se presentó aquella mañana del 16 de Agosto, luego de tener que lidiar con Sultán, quien le gruñó con ferocidad. Elvira retó al animal y le pidió disculpas a la recién llegada mientras la observaba. Llevaba un vestido marrón que cubría su pequeña y regordeta figura. En la diminuta mano derecha portaba un ligero bolso negro que acompañaba los vaivenes de sus ademanes. Lucía cabello largo, castaño, ligeramente ensortijado y atado hacia atrás con una dorada hebilla, dejando entrever vellosidades a ambos lados de un rostro apenas trigueño, con finos labios rosados alrededor de una discreta boca que apenas entreabría. Su aspecto de persona común, adulta, con ojos color miel, brindaba confianza. La mujer transportaba en sus ademanes y gestos cierta dosis de experiencia, puesta de manifiesto al hablar sobre trabajos anteriores y corroborada por los numerosos y excelentes antecedentes que traía.
El contrato fue sellado de inmediato y contemplaba tareas de tiempo completo. Elvira explicó lo concerniente a los medicamentos, horarios, comidas y demás detalles; dejando librado al criterio de Guadalupe cualquier sugerencia para mejorar la calidad de vida de Claudia. Así es que comenzaron ese mismo día agregando a la dieta de la enferma jugos de frutas, leche de soja, alguna salida en silla de ruedas para disfrutar del sol y por las noches leche tibia con unas gotitas de coñac, "para entonarla un poco y mejorar su sueño", solía decir la entusiasta Guadalupe.
En el transcurso de la primera semana se fueron notando cambios sorprendentes en Claudia. Comenzaba a incorporarse en el lecho sin ayuda, disminuyeron los calmantes, las salidas eran más frecuentes, como también los períodos de lucidez mental. Comenzó a establecerse un lazo cariñoso entre veladora y enferma, sin desplazar a Elvira. Las tres mujeres formaban ahora un “grupo de gente optimista”, según aseguraba Julio. Todo estaba mejor, el rostro de Claudia había recuperado gran parte de su sonrosado color, junto a algunos kilos que ayudaron a normalizarle el organismo.
- ¿Viste que linda que se puso mamá, Julio?
- Mientras no sea la mejoría que precede a la muerte. Me parece extraño todo esto, de pronto parece que esa mujer lo arreglara todo, se recupera la salud de tu mamá, vuelve la paz al hogar, hasta tu estás distinta. Raro, me parece raro. Además a Sultán no le causa ninguna gracia la nueva integrante de la casa.
- Bueno, el perro le tomó idea de entrada y a ella parece que no le gustan los animales, así que yo los mantengo alejados a uno del otro y listo.
Durante tres meses Guadalupe durmió junto a Claudia, en el mismo cuarto, prestando permanente atención. Elvira estaba acostumbrándose a dormir con su esposo en forma regular, sin tener que abandonar el lecho para salir corriendo detrás de los gritos, gemidos y ayes que su madre profería intempestivamente.
Un día de aquellos Claudia amaneció desganada, el rostro lívido y con cierta inapetencia; llamaron de inmediato al médico quien, luego de observar a la paciente y los resultados de ciertos análisis, determinó que todos los parámetros eran normales por lo presuponía cierto cansancio mental. Recomendó un complejo vitamínico, en especial con alto contenido de fósforo.
La mejoría de Claudia fue breve, a pesar del verano se hallaba desganada para salir y disfrutar de los cálidos atardeceres.
Cierta noche, debido al calor reinante, Julio abandonó el lecho en busca de limonada. Salió al jardín del fondo a beber el refresco. Ni una leve brisa, solo el césped daba la sensación de ser portador de cierta frescura. Se ubicó a un lado de la ventana de la habitación de su suegra. Mientras admiraba la luna llena escuchó la voz de Guadalupe hablándole a Claudia. No entendía las palabras, pero si el tono. Parecía... no, era imperativo. Escuchaba cómo la cuidadora mandaba a su asistida. Julio no tuvo dudas: se trataba de órdenes, lisa y llanamente; por alguna razón la mujer le exigía cosas a su suegra y ésta respondía en el mismo lenguaje hasta que rompió en llanto, luego sobrevino la quietud total.
Por la mañana comentó esto con Elvira, ella desestimó los comentarios cuando él no pudo precisar las palabras que dijo haber escuchado. Sin embargo tuvo que reconocer que su madre se hallaba taciturna.
Esa noche Julio volvió a su lugar de escucha. Todo volvía a repetirse, las palabras le resultaron más claras y el tono, aunque bajo, imperante: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!” escuchó claramente de boca de Guadalupe. Por un instante se hizo un silencio sepulcral en el entorno de Julio, pudo percibirse un susurro... era de Claudia que con voz trémula contestó: “uma rutkam, uma rutkam, natkima”. Con un sonido gutural volvió la voz de Guadalupe a resonar en la habitación: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!” , y de inmediato el llanto desconsolado de Claudia pobló la noche.
Julio decidió que debía saber qué ocurría allí, se asomó por la ventana cuando un reflejo plateado penetraba en la habitación y con sorpresa vio a Guadalupe, a horcajadas sobre Claudia con las manos a cada lado de su cabeza y con una lengua muy larga sorbiendo una a una las lágrimas que Claudia liberaba en forma irrefrenable, sin defensa alguna, sometida totalmente.
Guadalupe interrumpió bruscamente su sesión de vampirismo y con un rostro diabólico observó por un instante a Julio, sus miradas se cruzaron. Julio salió despedido del alféizar de la ventana para caer pesadamente contra una columna de madera que le partió el cráneo. Desde el frente Sultán ladró con energía, logrando despertar a la dueña de casa, quien intuitivamente corrió junto a Julio; de inmediato llamó una ambulancia. Los médicos pronosticaron que quedaría cuadripléjico.
Elvira cayó en un estado depresivo. Claudia fue muriendo despaciosamente, repitiendo con voz imperceptible y la mirada perdida su letanía: “Mi alma es de Dios, el diablo me la pide, me hace llorar, absorbe mis lágrimas, me saca mi alma”. Elvira no entendía los dichos de su madre, pensaba que estaba senil.
Claudia murió dos días antes de que Julio volviera al hogar, el pronóstico de los médicos fue lamentablemente acertado. Elvira, taciturna, acomodó a su esposo en la cama matrimonial y solicitó a Guadalupe que permanezca con ellos, en un lecho que ubicaron al efecto dentro de la habitación.
Los sedantes que tomaba lograban hacerla dormir hasta altas horas de la mañana. Cuando despertaba Guadalupe la agasajaba con un desayuno y la eterna sonrisa que lograba tranquilizar y reanimar a la maltrecha Elvira.
- ¿Sabes qué Guadalupe?. Deben ser las pastillas que tomo, pero todas las noches escucho una palabras rarísimas, en otro idioma.
- Si las pudieras repetir buscamos en algún diccionario o preguntamos a alguien que sepa. El significado de los sueños es importante para entender nuestra psiquis y puede ayudarte a salir de esa depresión que me tiene tan preocupada
- Las escuché tantas veces que te las puedo deletrear. Tienen un tono imperativo así que ponle signos de admiración, dice así: “¡Talajmed!, uma raconji, ¡Talajmed!”
Guadalupe posó sus ojos sobre los de Elvira, sonrió tranquilizadora. Giró la cabeza y observó a Julio sobre cuyo rostro rodaban algunas lágrimas, sonrió.
Siempre la sonrisa tranquilizadora de Guadalupe. Siempre Guadalupe para ayudarla.


Ó Armando V. Favore

La mañana

Ya la noche abandona el terruño, febo incursiona tímidamente; vuelven los pájaros con su trino esperanzador. Estoy solo, observando. Tu recuerdo retorna como el día, lacera mi costado y demuestra una vez más que me hallo inerte, que el amanecer no representa para mí una nueva oportunidad.
La nieve aún no desaparece, frente a mi ventana dos caballos pastan el congelado alimento mientras sus fauces hambrientas generan blancas nubes ascendentes. Salgo y busco aspirar, no ingresa el frío aire que espero, tampoco emana de mí un poco de vapor. Nada. Siento esto como un castigo; nada siento, solo este dolor por ti... que te has quedado.
Regreso a la casa e ingreso a tu aposento. Estoy ya a tu lado, respiras, duermes, el Dios de los sueños te lleva a su mundo para prodigarte descanso verdadero; veo rastros de tus lágrimas surcándote el rostro, no puedo tocarte... intentaré el robo de un último beso, quizá Morfeo entienda mi sufrimiento y lo haga posible. Enternecido estoy por tu rostro en paz, por esos labios rosados, capaces de besar. Me acerco mirándote a los ojos y al abrirlos el verde esmeralda de tu destello se apiada de mí, intentas verme pero solo estará presente entre ambos el fracaso mientras vivas.
No importa la mañana con su sol. No importan la vida y los pájaros, solo importas tú... querida.
Te esperaré.

Ó Armando V. Favore

La mancha de sangre

Agitado, Manuel regresa a la casa, torpemente abre la puerta, cierra con violencia y corre al baño. Al quitarse la campera ve, allí, sobre su camisa blanca, como una señal luminosa e intermitente, un gran clavel rojo.
Respira hondo frente al espejo, cerrando los ojos y con movimientos pausados va quitándose la prenda, siente cómo recupera el palpitar normal de su corazón. Se relaja, toma una tijera y lentamente recorta el trozo de género manchado. Abriendo y cerrando el instrumento recuerda cómo segó la vida de aquella mujer. Luego lava la hoja del acero.
Sin entender por qué no siente arrepentimiento alguno, simplemente lo hizo, sin evaluar lo bueno o lo malo de su acción. Eran esos momentos en que su ser se transportaba a otro mundo, su cuerpo actuaba bajo el influjo de vaya a saber qué. ¿Alguna extraña fuerza de un universo paralelo? Nada de lo que le ocurría tenía explicación, pero sí consecuencias. Las veía, reflejadas en las primeras planas.
Una vez más enciende el hogar. No tiene apuro. El rostro de aquella infortunada regresa a su mente, su gesto de sorpresa y dolor vuelve, esfumándose pausadamente, junto a la tela recortada que se quema entre los leños encendidos.
Hoy es martes, ella no vendrá. Toma una ducha fría y como embotado por sus propios pensamientos cae, pesadamente, sobre la cama.
Gira nuevamente mientras trata de dormir, apenas abre los ojos y frente a él, sobre la mesa de noche, alcanza a distinguir la enorme daga con mango de plata que le regalara Alicia. Sonríe. Hablará con ella.

La novia tomó entre sus brazos la cabeza del amado, y acariciándolo con mucha ternura, le repetía: “Sabes que te amo con toda mi alma, aunque me vaya la vida en esto no te voy a dejar. Menos ahora que me necesitas. Ya va a pasar tu aflicción, estás deprimido, sientes angustia y crees que todo es negro, oscuro... pero sólo es el túnel que atraviesas, al final hay una luz, soporta mi amor, soporta... la luz está más cerca de lo que imaginas. Desvía tus pensamientos hacia toda la gente que te quiere, como yo, que me muero por vos, que te amo con toda mi alma. Soporta, se fuerte, soporta”.

Otra vez la soledad, otro martes narcotizado por esas fuerzas, otra vez la daga, la pérdida de conciencia. El ritual se repite, está por salir de la casa cuando, por una ventana que se abre dentro de su niebla de inconciencia, decide tomar el teléfono y con voz ininteligible pronuncia un “te espero”. Luego, aprovechando su limitada lucidez, arroja las llaves al jardín. Finalmente cae presa de una serie de convulsiones y pierde totalmente la conciencia.
Alicia me ayudará, ella me ama profundamente, empujará el puñal. Lo colocaré en el lugar preciso, presionaré lentamente hasta sentir el punzante dolor, allí, justo debajo de mi tetilla izquierda y ella, en un tremendo acto de amor renunciará a sus principios, a nuestra relación, a mí y… liberará a las próximas víctimas.

¾ Por fin llegaste, mi amor. Mira, lo que tienes que hacer es muy sencillo, ¿ves? Sólo debo sentir un pequeño dolor para asegurarme que la daga está en el lugar correcto. Así, aquí, presiono un poco más y me tiene que doler, un poco más, todavía no duele, otro poco más, falta más, debo sentir dolor, más, más… más.

Un cauce escarlata se abrió paso llevándose la existencia de Manuel. La mujer, arrodillada frente a él, sobre el parquet, reconoció la afilada daga que certeramente perforó el corazón del angustiado hombre.
A su lado la primera plana del Ancasti, con letras catástrofe respondió a su mudo interrogante: “Otra víctima del asesino serial”, luego, la foto de una mujer tapada con diarios y un policía a su lado.
Alicia susurró al oído de Rafael: “Vete, mi amor, vete ya…”

¾ Así es oficial, cuando llegué ya era tarde, me confesó su desdicha cuando aún le quedaba un hilo de vida. Se arrepintió de haber matado a esas mujeres… le creí y recé por él. Eso es todo, simplemente llegué tarde.


Ó Armando V. Favore

La extraña confusión

Cristina despierta agitada, temblorosa, transpirando... A pesar de tener sus ojos abiertos, las imágenes de la pesadilla la persiguen y se suceden una a otra, en forma cronológica y con precisión increíble. Sucesos importantes de su vida anterior, discusiones, peleas con los padres, amigas que la atormentaban. El sentimiento de falta de libertad, ese hallarse acorralada, la necesidad de liberarse. Todo acudía en esos sueños que se repetían sistemáticamente, ningún elemento se hallaba ausente..., tampoco la última imagen, la del negro pozo en el que cae cuando toma la resolución final, irreversible; la angustia le provoca arrepentimiento y la certeza de que no hay marcha atrás potencia aún más su dolor. Se sabe sola, desamparada, sin paredes que la contengan, sin límites de seguridad, viaja rumbo a lo desconocido y siente terror, pavor, e intenta gritar con desgarradora desesperación... mas no emana sonido alguno... implora gritar y cae, cae, cae interminablemente en un abismo de oscuridad infinita... cae, se ahoga, busca con desesperación el grito liberador; se angustia terriblemente, de pronto se siente socorrida, luego de tanto sufrimiento unos brazos la sostienen, parecen maternales, son los de La Parca.
Acunada por esos brazos que la rescataron del terror, vuelve la confianza, el sosiego, cierta calma interior. Siente que su cuerpo se ha hecho pequeño, ha vuelto a ser un bebé. No comprende lo que ocurre a su alrededor, nota que quien la carga la lleva caminando por un amplio sendero a cuyos alrededores crecen jóvenes casuarinas y un césped de verde intenso rodea todo el paisaje. De entre los árboles salen a su encuentro muchas “personas” que aparecen y desaparecen, todas cruzan saludos con la encargada de segar vidas, hasta que una de ellas se detiene para entablar conversación en un idioma desconocido y luego de lo que parecía ser una negociación nota que cambia de brazos.
Otra vez la oscuridad pero no el desamparo, había calor de hogar, calor de mamá... de pronto con esfuerzo físico recorre el breve paso a la luz, la que hiere sus suaves ojos, otra vez el aire que inflama sus pulmones, otra vez la vida. Busca, busca desesperadamente el pecho materno moviendo su pequeña boca, busca el calor de mamá, busca resarcirse ante esta nueva oportunidad, aspira con ansia ese soplo vital que la impregna, mas la tortura regresa. La luz reciente desapareció, fue depositada dentro de una negra bolsa plástica, negra como la suerte que la acompañara... gritó, ahora sí, con todas sus fuerzas, no quería ser abandonada, no quería morir nuevamente, no quería que le quitaran su oportunidad, se aferraba a la vida con uñas y dientes, sin embargo... estaba tan indefensa, su grito apenas superaba al gemido de un pequeño felino. Alguien cerró la bolsa con un nudo, la cargo y sintió el balanceo del caminar por largo rato, tenía pocas fuerzas para llorar. Luego, como una repetición siente que cae, cae, cae dentro de ese mundo oscuro y golpea con fuerza en un piso irregular... gime, no comprende, supone que morirá, se angustia.
Las lágrimas acuden nuevamente al rostro demacrado de Cristina, la pesadilla revivida una y otra vez la agotan. Con agitación y ese dolor en el alma decide hablar con su madre, la que tras una larga, demorada, demostrativa pausa y como única respuesta le entrega dos periódicos fechados 26 años antes, uno es de Catamarca y en su primera plana dice: “Joven adolescente decide quitarse la vida”; el otro es de Santa Fe y su titular principal reza: “Fue hallada recién nacida en un basural”. Cristina se hallaba confusa hasta que vio la fecha de los periódicos, era la de su nacimiento.
Los gestos de ambas mujeres eran de sorpresa y alegría al mismo tiempo, creyeron comprender y estallaron en llanto abrazándose, como sellando ese pacto tácito de amor que debe existir entre padres e hijos, aunque no sean de la misma sangre.

Ó Armando V. Favore

La cita ineludible

Clara fue a visitarlo, tenía una consulta que hacerle. Al verlo sintió que todo su pasado volvía a renacer. Pero debía convencerse de que aquello no volvería ya.
El repique de las campanas indicó las diez.
Carlos la recibió en la oficina, con la simpatía de siempre, pero al mirar sus ojos vio que no tenían el brillo de antaño, hasta pensó que les faltaba su natural color miel.
Ella tomó asiento, miró la estufa apagada y con un gesto demostró tener frío. Carlos se apresuró a traer y colocar una campera sobre el saquito rojo que le cubría la espalda. Clara sonrió por la amabilidad.
El tema que motivó su visita giró en torno a asuntos divinos, acerca de Dios, los ángeles y la Virgen María. Supo que Carlos era la persona adecuada para ayudarla en esta duda existencial.
Al partir le devolvió la campera y corrió escaleras arriba, como temiendo llegar tarde a una cita muy importante. Él quiso acompañarla, pero la perdió de vista rápidamente.
Dos cosas sorprendieron a Carlos: El frío que sentía Clara no disminuyó durante la breve pero sustanciosa entrevista... y la premura de la dama por tratar un tema tan importante.
Decidió salir a caminar y reflexionar al respecto, se colocó la campera y contrariamente a lo esperado sintió frío. Al salir a la calle vio que había ocurrido un accidente en la esquina. Un niño pasó a su lado y le dijo algo de una señora con un saco rojo.
Las campanas repicaron, indicando las diez.


Ó Armando V. Favore

El contratista de deseos

El individuo contaba incansablemente, sumaba y sumaba. No podía creerlo, en solo dos años había logrado celebrar 618 423 contratos, ni uno más ni uno menos. No cabía duda, aunque resultaba increíble.
- En fin, si la gente supiera hacer el trámite, pero no, lo que pasa es que nadie les enseña como corresponde, le dicen “pide y se os dará” y listo, creen que con eso le dan una herramienta poderosa a las personas. Y bueno, yo estoy para eso y hago el contrato.
Aunque es verdad, al que pide le dan, pero ¿qué le dan?. Exactamente lo que pidió. Me acusan de tramposo, pero en realidad estoy atento, alguien pide y ahí nomás le hago el contrato; ellos lo firman cuando reiteran el pedido, o bien cuando piden con tanto empeño que tal o cual cosa ocurra. Ninguno piensa en cuánto les va a costar, ya sea que le otorguemos nosotros o la competencia lo solicitado, todos cobramos de alguna forma y a veces debemos hacerlo tan rápido que se le factura ahí nomás. Pero el tema es que no saben y a un pueblo ignorante... se lo puede dominar.
- ¿Existe algún caso en que no le otorgan lo que piden?
- Por su puesto, no todas las personas saben lo que quieren y otras piden imposibles. Fíjese el caso de Martiniano Jiménez, el pobre tenía pólipos en las cuerdas vocales, siempre fue ronco y vivía obsesionado, quería formar parte del coro provincial, ser locutor, poder vitorear a su equipo favorito, todo lo que natura no le dio. En un caso así no se le lleva el apunte, ya que su cuerpo no sirve para lo que pide; y ¿qué cree que hace el hombre?, se pone a rezar, mañana, tarde y noche, esperando un milagro. Así es que le hago el contrato de todas maneras y cuando él siente que le van a otorgar lo solicitado se queda tranquilo, esperando.
- Entonces ¿le otorgaron lo que el pidió?
- En eso estábamos, pero espere que, como verá la cosa no es tan sencilla; resulta que Genoveva, la esposa de Martiniano también pedía, no sólo por el deseo de su marido sino también por dinero, ya que la economía familiar andaba mal y todo eso. Aparte la hija mayor, Felisa, no podía embarazarse y también pedía que ocurriera un milagro. Yo celebré todos los contratos.
- ¿Y qué pasó?
- Los muchachos de computación procesaron todo y producción primero mató a Martiniano en un accidente de tránsito, ya que el tema de los pólipos no daba para más y la viuda pudo cobrar el seguro, luego la hija quedó embarazada y tuvo mellizos, uno de ellos era el mismo Martiniano, vuelto a nacer y ya a los 3 años cantaba maravillosamente.
- Entonces... ¿todos felices?
- De ninguna manera, le dije antes que deben pagar por el pedido. Fíjese como terminó una partecita de la historia, no podemos saber las consecuencias posteriores hasta que no acontezcan, pero para muestra basta un botón ¿verdad?. El otro mellizo nació sordomudo y los chiquillos quedaron huérfanos de madre ya que Felisa murió luego del nacimiento, sin poder conocer a los niños que tanto deseaba y con dolores insoportables, el padre se dejó arrastrar por la depresión. El nacimiento, el velorio, la internación por complicaciones previas al parto, medicamentos, análisis y todo lo que se pueda imaginar le llevaron el dinero a Genoveva y la endeudaron aún más. Luego de tantos disgustos se preguntaba “¿para qué?... ¿para qué pidieron estas desgracias”, sirviéndole de sano consuelo las suaves sonrisas de sus nietos.
Sin embargo, Ud. seguirá trabajando en esto
Por su puesto, pero yo mi trabajo lo hago y parece que bastante bien, en cualquier momento paso a supervisor de área. Aquí, en esta administración se vive del dolor humano y yo proveo.

Ó Armando V. Favore

El 3 de Abril de 2001

Ese día fui a dar clase, a la salida, y como por casualidad, me encuentro con María quién se acercaba a mí caminando muy resueltamente y con una sonrisa verdaderamente envidiable, destacándose entre la gente su figura y más aún su rostro.
María del Valle Ortúzar, conocida y querida por nuestra familia, con unos cuántos nietos y pasaditos los 65 hacía rato, hoy, se encontraba particularmente linda.
Me llamó la atención, la especial belleza de su mirada, desde el café de sus ojos, denotando un mágico fulgor que transmitía además de tranquilidad una inconmensurable paz.
Entre su largo cabello castaño, apenas ensortijado, cayendo hacia delante, se veían unos blancos y grandes aros que le daban un toque “español”.
Durante un breve lapso se cruzaron nuestras miradas, ambos nos saludamos. Pude ver su amplia sonrisa, llena de alegría; entonces su rostro me pareció iluminado, no tanto por el sol, sino por una luz que parecía extraña, sobrenatural; al punto que llegaba a contagiar esa sensación momentánea de que no existen los problemas, ni hay motivos para angustiarse.
Me uno a ella y juntos caminamos hasta la plaza. Nos sentamos bajo un hermoso y florido lapacho rosado, el que rápidamente nos envolvió con su aroma mezclándose con los comentarios de María acerca de sus hijos y, especialmente, sus nietos. Luego hablamos de los míos y en general de las hazañas de los niños.
Miro el reloj y automáticamente María me dice que es hora de irse; se levanta alisando su pollera roja con un toque particularmente femenino, baja la mirada observando sus zapatos y me pregunta si me gusta su blusa blanca . Recién ahí me doy cuenta que no llevaba cartera.
Me levanto para saludarla con un beso y le comento que me dejó pensando al asegurarme cómo sería su nieta, la que nacería dentro de un mes y medio y el porqué estaba tan bella.
Su respuesta fue un beso en mi frente y el comentario : Ahí viene el diariero, ¡chau!. Y casi sin darme cuenta, la perdí de vista.
Compré el Ancasti y a pesar de leer las diversas noticias del diario no podía dejar de pensar en este tan extraño encuentro. Paso las páginas rápidamente y en una de ellas leo: María del Valle Ortúzar q.e.p.d. falleció el 2 de abril de 2001. Su hermana Graciela, sus hijos Leandro, José y Laura, sus nietos Alicia, Cristina, Edgardo y Julián participan con profundo dolor su fallecimiento y comunican que sus restos...


Ó Armando V. Favore

El concejal

El concejal

7/6/04 – 1320 palabras
Detrás de sus clases de historia se escondía una gran investigadora. El departamento heredado de su abuelo se había transformado lentamente en un verdadero bunker de información, plagado con copias de documentos, fotografías, libros de próceres y cuanto elemento fuera capaz de reflejar algún aspecto de los tiempos ya vividos por la Patria. Apasionada por este rubro, sostenía que lo que hoy se escribe sobre los hechos trascendentes en la vida política y social formarán el futuro bagaje de conocimientos que le permitirán al país dejar de cometer los mismos errores que hoy..., por eso de que cada cual cuenta lo pasado de acuerdo a su conveniencia, gusto, placer o ignorancia.
Pretendía escribir la historia hoy. No quería que nadie más en el futuro se sintiera como ella: ajena a la realidad social en la que le toca vivir, idealizando el cómo sería sin saber el cómo fue y confundiéndose acerca del cómo es. Esto la enredó con el concejal.
Los grandes acontecimientos siempre son precedidos y construidos por pequeños hechos, lo cotidiano, lo de hoy. En eso trabajaba Clara Mariela Jiménez cuando tomó la punta de un ovillo y comenzó a seguir el hilo de los acontecimientos. Fue hilvanando, anudando, analizando hecho tras hecho y sacando conclusiones. Fue desenmascarando lo que frente a sí constituía una realidad imposible de disimular.
El desarmadero..., allí estaba la clave. Había crecido mucho en los últimos tiempos y no era el único instalado, sin darnos cuenta el Valle Central se transformó en sitio de comercialización de toda clase de repuestos usados para motos y autos. Rolando, el sacerdote amigo de la infancia corroboró las sospechas ya que conocía gente en la policía y era verdad: Aumentaron los robos y la cantidad de comercios habilitados por la Municipalidad de La Capital y de Valle Viejo superaban la media relacionada con la densidad poblacional, a la par de rendir buenos dividendos en forma de impuestos. También aumentaron los desconocidos, llegados de otras latitudes.
Todo sucedió despacio, mientras nos acostumbrábamos íbamos entrando en la vorágine y el remolino nos fue arrastrando lenta pero insistentemente, hasta introducirnos en un mundo de delincuencia a la vista. Y nosotros sin reaccionar. ¿Qué nos pasó?... Clara reconoció el problema mientras escribía la biografía del concejal. Al analizar los aspectos personales de Carlos Miguel Arréguez, fue descubriendo parte de su propia vida.
El hecho de compartir historias similares despertó en ella un sentimiento de simpatía que la impulsó a describir la vida de aquel hombre. Al avanzar en la búsqueda descubrió algunas cosas que no encajaban, como por ejemplo: el costoso traje que portaba a diario, o las visitas que pudo ver que recibía, o los viajes de dos o tres días a la provincias vecinas, el favoritismo que manifestaban tanto los intendentes como el jefe de policía y el voto en el consejo deliberante. Y como contrapartida lo sorprendió en el Cine ensayando; allí bailaba como alumno y según él "permite que descargue tensiones propias de la vida que llevo". No manifestaba claramente su lado oscuro.
Clara buscó una cita con Carlos, quería acercarse a ese, por ahora, enigmático personaje que destacaba con su altura y el ancho de los hombros, deseaba mirarle francamente a los ojos y decirle lo que ella sabía. Pero la pregunta fluyó insolente a través de sus labios incapaces de clausura, impotentes: "¿Por qué? ¿Qué motiva a un hombre, joven agradable como Ud. a colaborar en la destrucción del tejido social? No puede ser que la política en sí no le interese, que sólo vea en el sistema una forma de ganar dinero y traicionar a los demás. Ud. no puede exigir más a la sociedad que lo mantiene en ese puesto. ¿Quiere que le diga? No creo que sea el dinero, aquí hay otra cosa".
Estas palabras sorprendieron a Carlos, quién la observó brevemente con un gesto de sorpresa, luego de un hondo suspiro le respondió: "Mi estimada Jiménez, sin dudas algo de nuestras vidas debe unirnos, ya sea por circunstancias o desventuras, no importan los motivos. No se porqué, pero se ha ganado una confesión... Cuando era niño fui abandonado por la única persona que podría amarme, de quien dependía nada menos que mi vida, mis sentimientos, mi educación. Quien podría haberme mimado siquiera una vez me quitó de su vida, como quien se limpia de una suciedad. No me dijo nunca que yo era su niño bello. Nunca, escuche bien Clara, nunca me dio su pecho pródigo. Sólo he debido abastecerme de comida abrigo y cariño. No tengo madre, no tengo amor... ¡No tengo Patria!. Me miro permanentemente al espejo y siento que esa imagen es lo único que poseo. Debo amarme a mí mismo ya que de lo contrario moriría desvalido. Soy mi propia protección y a nadie protegeré. Y si quiere decirme que la Patria es la tierra que me vio nacer, desde ya le digo que vengo de una pequeña e insignificante isla del Delta del Paraná y llegué siendo niño a Catamarca. Sin madre y sin tierra... La Patria es la Madre, Clara, y si ella me traicionó... saque Ud. sus conclusiones.
El llanto en los ojos de Clara no se hizo esperar, le recordó su propio pasado y luego de mencionárselo a Carlos le dijo: "Arréguez, ya estamos grandes para seguir culpando al resto de lo que nos tocó sufrir. Deje de hacer esta vida, piense que alguien puede necesitar lo que a Ud. le faltó. Genere ese sentimiento, dése una oportunidad en la vida para amar Ud., sin esperar que lo amen; luego vendrá una mano cariñosa a recorrer sus mejillas sin pedir nada a cambio. Rebélese contra la inercia, está a tiempo. Reaccione Arréguez, quizá el perdón para su madre se halle cercano, perdónela y perdónese Ud."
Sin darse cuenta Clara apoyó su mano sobre la de Carlos y casi sin notarlo sus miradas se entrecruzaron en un rapto de pureza de corazón por parte de ambos. Sólo fue un instante en que la mirada de Carlos alentó el sentimiento de Clara; "todavía hay esperanzas", se dijo a sí misma.

El estampido le perforó el tímpano, resonó interiormente con toda la furia de la energía que acababa de liberar. Clara Mariela Jiménez, ensimismada en sus apuntes de historia con gesto instintivo llevó la mano para taparse el oído izquierdo y literalmente hizo saltar por el aire sus anteojos que cayeron debajo del pedal del acelerador. Alzó la vista para saber qué ocurría y a través del parabrisas de su auto distinguió borrosamente la silueta del concejal. Vio, como si fuera una proyección en cámara lenta cómo el hombre caía pesadamente sobre el asfalto de la Calle Rojas. Al intentar salir del automóvil una motocicleta de gran cilindrada rozó ferozmente la blanca puerta del Fiat. Se recogió y comenzó a temblar, venció el temor y corrió en auxilio del infortunado, mientras manoteaba el celular y marcaba 101. Mirando los verdes ojos del moreno rostro, tomó su mano derecha, quiso llevarle alguna palabra de consuelo diciéndole que ya viene la ambulancia y que todo va a estar bien y que si lo llevaban a terapia intensiva y que siendo una persona joven y con salud y si luego se cuidaba... cuando notó que la intervención de los médicos sería inútil. Justo allí donde él decía tener el dolor de cabeza permanente aparecía el perfecto y limpio orificio que le arrebatara la vida. Se sentó a su lado, lentamente y con dolor le cerró los párpados, como finalizando todos los capítulos de una vida que nunca podría ser parte de la suya. Elevó una plegaria y santificó al infortunado, aún a sabiendas de que él no aceptaba principios teológicos.
Una mujer vestida de verde la tomó del brazo invitándola a levantarse. La declaración como testigo se la tomaron en la 1°. Firmó luego de leer y con un pañuelo secó la última lágrima del relato.



Ó Armando V. Favore

El Ángel

Eran ya la seis de la tarde, verano en Valle Viejo, otoño, otoño en Guillermo. Ochenta y cinco años de andar caminos aportando su espalda al sustento familiar. Hoy ya ha sido relevado. La frescura de su añeja parra, sumada a la constante compañía de su bisnieto Ricardo le dicen que es feliz; con él no necesita el habla que perdió, se entienden. El niño siempre está allí, al alcance de su mano, semejando un pequeño ángel custodio, no hay ya angustias ni dolor, sólo este momento que mágicamente anula tantas fatigas, sólo paz, que disfruta y le da sosiego. Este solaz le indica claramente lo que necesita... descanso; basta ya de lidiar en este mundo, basta...
El pequeño juega sobre la tierra del patio con un diminuto automóvil de plástico, el bisabuelo quieto en su silla de cuero, la mirada perdida en horizontes imaginarios, Eolo descansa, todo parece detenerse. Lentamente el niño se incorpora y acude al mudo llamado de Guillermo, quien lo interroga con la mirada, asiente con su cabecita de ángel a la indagatoria que el anciano le hace con la mirada, toma su mano a modo de despedida, luego abraza con ternura al moribundo y agrega:
¡Parte ya, abuelito!, te están esperando.
Guillermo no quería separarse del niño, pero ante sus palabras accedió.
Su única hija, Lorena, pensaba respecto del nieto que nunca pudo darle, cuando por la ventana lo vio dormirse suavemente. Se acercó y sobre sus rugosas, grandes y laxas manos, apoyó la cabeza y oró. Irrefrenables, avasallantes y a la vez deseadas, dos lágrimas gigantescas rompieron el dique que contenía tanto amor por ese hombre; en un acto de reverencia desataron el torrente, como mudo homenaje.


Ó Armando V. Favore